Para enfrentar al bolsonarismo: ¿Frente de izquierda o frente de conciliación de clases?

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Antonio Soler

Traducido del portugués por Luz Licht

Una nueva polémica con los compañeros de la Resistencia 

En las últimas semanas, con el avance de las negociaciones en torno de una posible alianza Lula – Alckmin, se desató el debate al interior de la izquierda y del PSOL en torno de qué postura adoptar. Somos parte de aquellos que dentro del PSOL damos la batalla para que el partido tenga una política independiente ante el debate electoral a través de una pre-candidatura propia como forma de potenciar un verdadero frente de la izquierda y la movilización de masas necesaria para derrotar a Bolsonaro.  

El contexto de crecimiento de la desigualdad social, del desempleo, de la precarización, del empobrecimiento, de la devastación ambiental, de los ataques sistemáticos a los derechos de los trabajadores y a los derechos democráticos sólo puede ser alterado por la acción del movimiento de masas contra el gobierno neofascista y los patrones.

A partir de la recuperación de los derechos políticos de Lula y de su ubicación como candidato favorito al Planalto en la elección de octubre de 2022, su impacto político-electoral atraviesa a todos los sectores. Los sectores de la gran burguesía que se resisten a la “polarización” entre Lula y Bolsonaro con la entrada de Sergio Moro en la disputa presidencial parecen haber encontrado la “tercera vía”. A su vez, la discusión en torno de la posibilidad de constituir una alianza entre Lula y Alckmin replantea nuevamente el escenario, ya que de concretarse puede hacer que Lula ocupe un vasto espectro electoral entre el centro y la derecha.

Dentro de este escenario, queremos aquí plantear una – una vez más – polémica fraterna con los compañeros de «Resistencia» sobre la línea que el PSOL debe adoptar ante las composiciones electorales, de la candidatura de Lula y sus alianzas, del frente de izquierda y de su táctica electoral. En el debate congresual realizado este año al interior del PSOL, entre otros temas, ante un cuadro político totalizado por un equilibrio instable con posibilidades y peligros, nos posicionamos para que el partido tuviese una pre-candidatura a Presidente como forma de abrir el debate sobre los desafíos programáticos, políticos y tácticos que tenemos hoy.

Al encarar la crítica a la línea de los compañeros del a resistencia vertida en el texto «¿Por qué el PSOL debe defender la candidatura de Lula sin Alckmin y la derecha?» (ver acá), queremos dialogar con los compañeros de esa corriente y con los de otras que presentan una visión similar a la de ellos.  

Las discusiones entre corrientes políticas son necesarias para encontrar la visión y línea política más justa posible. Esto es, esclarecer y orientar cómo intervenir sobre la realidad de la manera más coherente y consecuente posible sin perder jamás de vista nuestro horizonte estratégico. Pero, si no se toman cuidados respecto a los métodos y en no caer en falsas polémicas, acaban siendo un ejercicio de desgaste improductivo. Por esa razón, vamos procurar atenernos a la crítica de los elementos centrales de la línea política electoral para el 2022 presentada por los compañeros y (re) presentar, lo más sucintamente posible, nuestra posición sobre el tema para que podamos ver se hay posibilidad de avanzar hacia alguna síntesis.

Una caracterización que embellece a la burocracia 

En el editorial firmado por el compañero Gibran Jordão (dirección nacional de la Resistencia), se verifica una tentativa de encuadramiento histórico de la figura pública de Lula. Los recursos históricos son necesarios a la hora de definir la génesis y el desarrollo de los procesos, de las dinámicas políticas de las clases y de sus direcciones.

Este recurso de análisis si no es tomado para verificar en las génesis la complejidad de los “orígenes” puede acabar siendo un puro ejercicio de falsificación ideológica, de justificación de procesos y de posicionamientos que anulan una interpretación dialéctica de la historia y tienden, casi siempre, a capitulaciones que comprometen la histórica tarea del relanzamiento del marxismo revolucionario. Nos parece que es justamente en este problema que recae la elaboración ahora discutida cuando presenta el recorrido de Lula – y del PT – desde la ascensión de este a principal líder del movimiento obrero y de las masas a partir de finales de los años 1970 e inicios de los 80. Esto porque no toman las profundas contradicciones del proceso y de la política del PT y de Lula desde ese momento como el proceso de involución política de estos hasta el día de hoy.

Las huelgas obreras masivas al final de la dictadura tuvieron gran impacto sobre la realidad política nacional, sobre el régimen dictatorial y sobre la vieja estructura sindical bajo intervención del Estado. Estas luchas, pese a que el proceso de redemocratización burguesa haya sido negociado y conciliado con el antiguo régimen, transcendieron en aquel momento a la vanguardia combativa, los procesos de disputa con la vieja «pelegada» y crearon una poderosa estructura política (PT) y sindical (CUT) que pasaron a ser parte decisiva del diseño político nacional hasta hoy.

Ciertamente, el fin de la dictadura militar y el proceso de redemocratización que le siguió tuvo en la movilización de las masas un componente activo. Fue un proceso de conquistas democráticas parciales, un período progresivo que dinamizo la vida política del país, organizo y coloco expectativas de transformación social en la cabeza de amplios sectores de masas. Sin embargo, dicho así, sin los debidos contrapuntos, se plantea un escenario idílico que pasa años luz de corresponder a la crudeza y precisión política de los acontecimientos.

En la formulación de los compañeros, “(…) las huelgas contra la inflación de la década de 1980, la lucha de masas por el fin de la dictadura y las conquistas alcanzadas en el texto de la constitución de 1988 fueron productos de victorias de la clase trabajadora que vivía un ascenso de las luchas en aquella época. (…) La fundación del PT y de la CUT, el surgimiento de millares de nuevos dirigentes en los movimientos sociales y en la juventud también fueron victorias por los derechos civiles y democráticos.” A pesar de que en aquella época estábamos saliendo de 24 años de un régimen de cercenamiento total del derecho de organización y de lucha, al final de la década del 70 e inicios de los 80 fue, debido a una serie de factores de orden material y espiritual, sin duda, uno de los momentos más radicalizados de la clase obrera de toda la historia de Brasil. Sin embargo, la descripción hecha por los compañeros es carente por demás de mediaciones histórico-políticas, no considera que los problemas de origen del lulismo y del petismo solo se agravaron hasta que se llegó a la conformación de un partido de origen obrero con dirección burocrático-reformista, que acabo conformándose como partido burgués-obrero. O sea, un partido con base popular, con dirección pequeño-burguesa y burocrática con un programa social-liberal.

Las huelgas obreras del final de los 70 e inicios de los 80 tuvieron por parte de la dirección de Lula y de su grupo una política de mantenerlas en los horizontes de las reivindicaciones sindicales. La huelga metalúrgica de 1980, aun con toda la dirección presa, se mantuvo casi un mes dirigida por el comando de huelga. Estaban dadas las condiciones para un levantamiento generalizado contra la dictadura militar, pero este proceso fue obstaculizado por la dirección lulista que se negó sistemáticamente a unificar la lucha de los metalúrgicos del ABC con las demás ciudades en huelga. Esta política contribuyó de forma significativa para que la dictadura de hecho no haya sido superada políticamente por los explotados y oprimidos; pudo, así, orquestar una transición sin rupturas de hecho, sin juzgamiento de los militares que comandaron las torturas y ejecuciones sumarias, sin romper con las estructuras represivas que aun están presentes en la realidad nacional, como las fuerzas de represión estatal, y sin que ninguna otra conquista democrática-económica – pese a los avances de la Constitución de 1988 – fuese efectivamente atendida.

Se dejamos de considerar estos elementos – la política de Lula y su grupo – el enredo político nos va a orientar para el próximo período y, no se podrá identificar que el impulso de la lucha de los obreros y de las masas  final de la dictadura militar ha tenido capacidad política para mucho más. O sea, cuán traidora fue esa dirección de Lula y compañía desde su origen. La traición está en la verdadera naturaleza de esa burocracia que sólo se agrava desde entonces, lo que se ha demostrado cabalmente por la serie de políticas adoptadas en las últimas tres décadas. El proceso de lucha contra la dictadura militar hizo emerger un partido reformista de masas dirigido por una burocracia compuesta por sindicalistas que dieron un giro a izquierda por la presión de la base radicalizada, de religiosos de la teología de la liberación, de dirigentes venidos de la clandestinidad/exilio, de intelectuales académicos de orientación difusamente marxista y de grupos de la izquierda socialista. Así, Lula y el PT fueron el resultado de la lucha de masas que enfrento a la dictadura militar, pero también de toda una tradición burocrática filo-estalinista que se estableció como mayoría de la dirección de este partido desde su surgimiento.

La descripción hecha por los compañeros de la Resistencia, al tomar la formación de Lula, del PT y de la CUT como resultado directo – sin mediaciones – del ascenso del movimiento de masas, acaba trazando un perfil de la dirección lulista que nada contribuye a la tarea de superación de esta burocracia. Al contrario, lo que hace es justificar, fortalecer y corroborar su hegemonía y política traidora sobre las masas. Veamos: “Como también todas estas luchas de los años 1980 forjaron un líder que se tornó uno de los mayores símbolos de la izquierda brasilera y mundial contemporánea. Que ya gobernó el país, ya fue preso y después tuvo todas sus condenas anuladas, hoy lidera todas las encuestas de opinión para la Presidencia de la República, siendo hasta ahora la única alternativa de izquierda que puede derrotar a Bolsonaro electoralmente, léase: ¡derrotar al neofascismo que gobierna! O sea, Lula es una conquista histórica de la clase trabajadora que perdura en el tiempo…” Todo el tono del texto en relación a la burocracia lulista, y al propio Lula, es apologético, mítico al no considerar que el PT y el liderazgo de Lula se fundaron sobre una traición histórica a la lucha contra la dictadura y que con el correr del tiempo este dirigente y su partido se fueron inclinando cada vez más hacia la derecha en su programa, tácticas políticas y métodos que tuvieron consecuencias dramáticas para el conjunto de los trabajadores y trabajadoras.

Uno de los “mayores símbolos de la izquierda brasilera y mundial”. O sea, Lula, según los compañeros, es el dirigente político de la burocracia que siempre dirigió los sindicatos delatando y persiguiendo a la oposición combativa. Cuando estuvo en los gobiernos llevó a cabo gestiones burguesas de colaboración de clases en todos los niveles, desenvolvió y desenvuelve políticas neoliberales, reprime huelgas, impone desocupación y reprime a los movimientos de la clase trabajadora, de las mujeres, de los negros y de la juventud ampliamente.

Si es verdad que hoy Lula es el único candidato que puede derrotar electoralmente a Bolsonaro en las encuestas, eso no significa que lo va a hacer con una política, programa y gobierno independiente de los patrones. Muy por el contrario. Lula y la burocracia petista en sus dos mandatos al gobernar con los patrones, hizo la contrarreforma previsional de los empleados públicos, no implementó ninguna reforma estructural, más allá de atacar a los trabajadores estatales, desmovilizar las centrales sindicales y movimientos, reprimir la lucha estudiantil de 2013/2014, cometer una estafe electoral aplicando una dura política de ajustes contra los trabajadores que, acabo abriendo espacio para la ofensiva reaccionaria que se estableció a partir de 2015.

Este ultra conciliador de clases que desarma sistemáticamente para la lucha directa – uno de los grandes organizadores de derrotas de todos los tiempos de la clase trabajadora – no puede ser “una conquista histórica de la clase trabajadora que perdura en el tiempo”, conforme afirman en el texto de los compañeros de la Resistencia, solo porque es un candidato de centro-izquierda que hoy aparece con condiciones de derrotar electoralmente a Bolsonaro. Afirmar que Lula, el pelego mayor, es una “conquista histórica” representa nada más y nada menos que directamente desentenderse de la necesaria disputa por la hegemonía que el PSOL tiene que dar ante Lula y la burocracia lulista instalada no solo en el PT (además de naturalizar a la burocracia como un actor político que realmente pueda atender las necesidades de nuestra clase y, peor aún, que es posible combatir al neofascismo substituyendo la auto actividad de las masas trabajadoras y de la lucha directa en las calles con una “simple” campaña electoral de un falso “frente de izquierda”). Además de eso, no se habla en absoluto de que, si Lula fuese electo y tuviera las condiciones políticas para asumir el mandato, en el actual contexto político y económico tendería a ser aun más conservador y sería probablemente un gobierno marcado por más políticas liberal-sociales que, en sus dos gobiernos anteriores, donde las condiciones eran extremadamente más favorables para un proyecto de conciliación de clases.

En tanto, en la caracterización de la dirección de la Resistencia, Lula y el PT, pese a que significan “una victoria histórica de la clase trabajadora”, eso no significa que estamos hablando de que se trata de un triunfo definitivo contra las fuerzas del capital, todo lo contrario. Hay muchas fragilidades y limitaciones en ese proceso, la dirección del PT y el propio Lula defienden un proyecto de conciliación y alianzas con la derecha y sectores de la burguesía. No apuestan a la movilización social de los trabajadores como instrumento de transformación social y lucha política para gobernar. Quieren y están decididos a construir una fórmula de coalición, y en caso de victoria, gobernar con las fuerzas del capital. Si lo consiguen, dependerá de la lucha política que se desenvuelva en el país…”

Bien, como ya dijimos anteriormente, este abordaje del fenómeno Lula y PT no pasa de una narrativa totalmente ideologizada, una mistificación desprovista de cualquier intención de presentar concretamente el origen y el desarrollo del fenómeno (que nunca está libre de contradicciones). Fenómeno progresivo, sin embargo, dirigido desde el inicio por la burocracia filo-estalinista que nunca apostó a la autodeterminación de la clase trabajadora, que fue ganando cada vez más contornos conservadores. Lula y su burocracia sindical fueron responsables por gobiernos burgueses desde sus primeras experiencias, por la expulsión de corrientes revolucionarias del interior del partido, por acabar con la perspectiva socialista en su programa y por articular el financiamiento empresarial de sus campañas electorales a través de esquemas de “caja 2”. O sea, responsables no solo por el huevo de la serpiente, sino de incubar y crear a la víbora que acabo en ese curso por aniquilar los aspectos más progresivos de este fenómeno histórico construido sobre la base de uno de los períodos más combativos de la clase trabajadora brasilera.

Entonces, no “se trata de que ese fenómeno no sea un triunfo definitivo contra las fuerzas del capital”, como dicen los compañeros. Este fenómeno se transformó en verdad en uno de los principales soportes para que el capital pueda reproducirse de forma ampliada en Brasil. Vale resaltar que la clase dominante ejerce su dominio político y económico, que depende de la situación económica, de dos maneras: con amplias concesiones (un gobierno de carácter conciliatorio) para contener un levantamiento de las masas o con mano de hierro donde que implica retrocesos categóricos para los trabajadores a partir de la fuerza y la represión. Los gobiernos dirigidos pelo PT nunca fueron nuestros gobiernos, siempre fueron enemigos de la clase trabajadora y de los oprimidos. En todos los ámbitos – del municipal al federal – son gobiernos burgueses de conciliación de clases que se dedican a imponer por el convencimiento o por la fuerza las medidas necesarias para atender a los intereses del capital. Siquiera son gobiernos burgueses que hagan alguna reforma efectiva por arriba, como máximo, cuando las condiciones económicas son favorables, realizan alguna política de compensación social.

El embellecimiento de la burocracia lulista no parece tener límites para los compañeros de la Resistencia. Tratan el advenimiento del lulismo como un fenómeno que tiene “limitaciones”, pues “defienden” la conciliación y alianzas con la burguesía y no “apuestan” a la movilización de las masas. Aquí, reaparece de forma subliminal la tesis de que esta es una burocracia que tiene una “doble naturaleza”, una “burocracia de izquierda” en su origen que aún no se definió mucho políticamente y que puede ser disputada para proyectos progresivos dependiendo de la “lucha política” y del movimiento de masas. Cuando, en verdad, ya se probaron como herramienta de los intereses de la clase dominante donde todos los límites de enfrentamiento a la misma ya están más que trazados. No es preciso ni recordar aquí que el PT y Lula no presentan ninguna tentativa de autocrítica, por el contrario, señalan cada vez más a la clase dominante que pueden contar con su gobierno para la manutención de sus intereses.

Ciertamente, la correlación de fuerzas, la lucha de clases y la presión de las calles afecta a cualquier corriente política, y con el lulismo no es diferente. Pero, la apreciación que hacen los compañeros quita a este sector cualquier responsabilidad política efectiva sobre los acontecimientos políticos de la historia reciente del país. Esta es una burocracia que desde los años 80 ya estaba cristalizada, que abandonó cualquier horizonte de transformación social en los años 90, que es la gran artífice de la conciliación de clases desde entonces y que es fundamental en el proceso de freno, desvío y desarticulación de la movilización directa de la clase trabajadora y de los oprimidos – sería, entonces, por esencia una fuerza contrarrevolucionaria. Mismo ante la lucha contra la reforma previsional en 2003, la rebelión estudiantil en 2013, del impeachment de 2016 o de la prisión de Lula en 2018, esa burocracia mantuvo intacta la línea de la conciliación de clases y no hará nada diferente independientemente de un posible ascenso político. En verdad, muy probablemente, giren aún más a la derecha – no por nada corren atrás de figuras como la de Alckmin. Crear cualquier expectativa diferente solo sirve para abandonar la construcción de una alternativa estratégica independiente del lulismo. O sea, lo que hacen los compañeros es, realmente, desistir de plantear al PSOL como un partido que dispute con el PT la hegemonía política, organización, dirección y representación de las masas trabajadoras. Una dirección política que no puede ser interpretada más que como un giro oportunista para, a partir de un atajo, disputar cargos y obtener un mayor número de parlamentarios.

Los medios no pueden estar en desacuerdo con los fines

No se puede ignorar el papel concreto de conciliación que cumplen Lula y el PT en la realidad política nacional desde el final de los años 1970 e inicios de los años 80. Ese ha sido, por cierto, uno de los elementos decisivos para que la movilización independiente de los trabajadores y oprimidos no se desenvuelva.

Lula y el PT trabajan con la estrategia permanente de la conciliación de clases, independientemente de cuál configuración esta venga a tener. Desde que salió de la prisión, Lula, como hizo hace 20 años atrás con la fórmula que venció en las elecciones en 2002, ha dicho que el empresariado no debe temerle – nunca lo necesitó – y procuró algún representante directo de la clase dominante para componer la fórmula para las elecciones de 2022. En este sentido, la posibilidad, que parece real, de constituir una fórmula con Alckmin tiene peso político y táctico en el proyecto de conciliación de clases de Lula y del PT. Eso sería desde el punto de vista del lulismo un golazo, pues, que su compañero sea un político orgánico del capital financiero, puede dar a Lula buena parte de los votos que irían a parar a la llamada “tercera vía”.

En tanto, independientemente de que se concrete la alianza con Alckmin o no, Lula va a continuar en busca de un representante directo del capital para componer su fórmula, así como va a mantener todo el programa de conciliación de clases. O sea, comenzando por las contrarreformas, la mantención de los lineamientos macroeconómicos y las políticas neoliberales con cada vez menos atisbos de compensación social. Entonces, afirmar que una eventual confirmación de una fórmula con Alckmin “sería una derrota política importante para la construcción de un frente de izquierda encabezado por Lula y con un programa de enfrentamiento contra la extrema derecha y el neofascismo” no se condice con la dinámica de las cosas, es decir, de la realidad. Pues, con o sin Alckmin, Lula y el PT no cambiaran su estrategia histórica, no abandonaran la construcción de frentes electorales y de gobiernos de conciliación de clases con o sin burgueses orgánicos como candidatos a vice – los compañeros parecen omitir a propósito el hecho de que el año pasado el PT cristalizó alianzas electorales con el PSL en 136 municipios. Esa es la naturaleza histórica e insoslayable del lulismo que sólo puede ser superada por fuera del mesmo, apostando a los métodos de la lucha directa, de la independencia política de clases y de la construcción de verdaderos frentes de izquierda; línea que parece que los compañeros de la dirección de la Resistencia no están dispuestos a desarrollar.

A partir de esta consideración más estratégica, vamos al terreno de la táctica política que los compañeros están proponiendo. Ciertamente, existen sectores de la izquierda que no dan el debido peso, no identifican los serios peligros para los derechos democráticos que representa la posibilidad de reelección de Bolsonaro, que en su primer mandato ya ha lanzado una serie de gestos y amenazas con el objetivo de cerrar las instituciones del régimen.

Aún más, la dirección de la Resistencia toma este problema político de forma tal de no apostar efectivamente a la movilización y la superación política del lulismo por izquierda, o sea, de forma abiertamente oportunista. Para ellos “cualquier organización de izquierda, que quiera dialogar con alcance de masas con el pueblo trabajador, precisa entender el sentimiento mayoritario que está en el imaginario público. (…) Como también los sectores del PT que son críticos de la alianza con Alckmin y de las capitulaciones a la derecha, también pueden ejercer una fuerza de presión virtuosa, que derrote en muchos aspectos la política de conciliación de la dirección petista.” 

Obviamente, en el actual escenario, la tarea política número 1 es derrotar al bolsonarismo en el proceso electoral y en las luchas. Necesariamente, en el actual contexto de polarización política nacional e internacional, con la extrema derecha ocupando espacios de masas, esta tarea pasa por la lucha política directa en las calles combinada con tácticas electorales que contribuyan efectivamente con esa tarea. Aquí, nos gustaría recordar las precisas palabras de Trotsky sobre la tarea histórica de enfrentamiento al nazifascismo en la década del 30 en su texto “El Único Camino”: “Cuando se trata de los propios fundamentos de la sociedad, no es la aritmética parlamentaria la que decide, sino la lucha.” 

Para los compañeros, el hecho de que las masas depositaron en Lula la expectativa de derrotar a Bolsonaro y de superar las condiciones terribles de existencia a la que están sometidas es el factor decisivo para la táctica electoral de no presentar una candidatura propia del PSOL en el proceso electoral. Entendemos, justamente, al contrario de lo que proponen los compañeros. No podemos dejar de considerar que Lula es una figura de masas y que el PT aún es el partido hegemónico, sin embargo, eso no significa por sí sólo que la mejor táctica para la lucha por un frente verdaderamente de izquierda es abandonar la candidatura propia. Una corriente socialista revolucionaria no puede actuar para eludir la militancia, a los sectores de las nuevas generaciones que encarnan casi de manera intuitiva un descontento con el lulismo, y mucho menos a los sectores de la clase trabajadora que queremos disputar – no hay nada más traumático y de graves consecuencias que la desmoralización de las bases militantes y de nuestra clase. En el actual escenario de la lucha de clases, con Lula y el PT encabezando cualquier alianza electoral (esta será de conciliación de clases), con o sin Alckmin, tendrá un programa social-liberal cristalizando a un gobierno burgués enemigo de las masas trabajadoras. Partiendo a un ámbito más táctico del debate, cuando se abandona la pelea por tener una pre-candidatura, aunque minoritaria inicialmente, se abandona la pelea por tener un instrumento de agitación y propaganda sobre los sectores de masas. Al no tener una pre-candidatura oficial, al contrario de lo que dicen los dirigentes de la Resistencia y de las demás corrientes que están contra una candidatura propia para la primera vuelta de las elecciones, el PSOL está perdiendo valiosos meses de agitación y propaganda en defensa de un programa alternativo y de un frente verdaderamente de izquierda que actúe sobre toda la base petista y los sectores de masas que tienen ilusiones en Lula.

No contribuye con la lucha contra Bolsonaro, con la lucha para presentar una alternativa contra la conciliación de clases, que el PT necesariamente está montando para disputar las elecciones de 2022, la formulación de que “la victoria electoral de un frente de izquierda encabezado por Lula, con un programa de enfrentamiento al neofascismo, sería un acontecimiento político muy importante para imponer un cambio en la correlación de fuerzas que permita interrumpir el ciclo de derrotas que la clase trabajadora y la izquierda viene sufriendo en el último período.” Este es un sueño de una noche de verano, una política que desarma totalmente la lucha para derrotar a Bolsonaro en las calles y en las elecciones. Lula bajo ninguna hipótesis va a encabezar un frente de izquierda, no puede haber tergiversación sobre eso. Por esa razón, una pre-candidatura del PSOL tiene que tácticamente encabezar el llamado a un frente de izquierda sin patrones y con un programa de enfrentamiento efectivo al neofascismo y las contrarreformas que atienda las necesidades crecientes de las masas que fueron arrojadas a la miseria, al desempleo y la precarización del trabajo. A partir de ahí, obviamente, ha de hacerse propaganda sobre la base petista y sobre las masas que votan a Lula contra la conciliación de clases, por un verdadero frente de izquierda. E no apoyar o entrar en un frente como ese, un frente burgués, tal política sería una traición al proyecto de construcción de una alternativa al lulismo que el PSOL representa.

La táctica de “reivindicar la candidatura de Lula, en el marco de un frente de izquierda y apoyado en la lucha de los movimientos sociales, sin Alckmin o alianza con la derecha” significa abiertamente desechar una táctica política independiente por la construcción de la alianza de conciliación de clases que Lula y el PT están montando a todo vapor. La lucha contra la conciliación de clases entre las masas no puede prescindir de instrumentos políticos propios, como hace la Resistencia y la mayoría de la dirección del PSOL. Esta línea hace que actualmente el PSOL no tenga política propia, que sea parte no-orgánica de este frente burgués y no se construya como instrumento de superación del lulismo. Tal posición significa, evidentemente, una falencia política que precisa, urgentemente, ser superada por la base y dirección de nuestro partido.

Por otro lado, no se combate el sectarismo de aquellos que piensan que no importa si Bolsonaro será reelegido, o mantener/ampliar su influencia política nacional, en el próximo año con la apuesta a la construcción de un “frente de izquierda” a partir de Lula y del PT. De acuerdo con los compañeros, “o nuestro equipo entra con todo para ganar los corazones y mentes para la política del frente de izquierda, o el PSOL y otros sectores de la izquierda van a ubicarse mal para presentar una alternativa consecuente para enfrentar a la extrema derecha”. Pero, ninguna táctica política autoriza engañar a las masas, pues no se puede construir un frente de izquierda con Lula/PT y su política de conciliación de clases a la cabeza. Esa burocracia traidora no va a retroceder de su estrategia de conciliación. Esta, si, perdura históricamente y, en el escenario de estanflación en el que estamos entrando, tiende a ser cada vez más a derecha, más conservadora, mucho más liberal que social. La lucha para derrotar a Bolsonaro, como a la extrema derecha en Chile y en otros lugares del mundo, pasa, necesariamente, por la movilización de las masas en las calles para crear una fuerza política, una correlación de fuerzas que permita derrotar a esa fuerza extraparlamentaria en las urnas también.

En este sentido, abandonar una pre-candidatura propia en nombre de un frente de izquierda con Lula no contribuye a la tarea central de hoy que es movilizar sectores de masas contra el gobierno y por sus reivindicaciones específicas. Al contrario, nos quedamos sin un instrumento político fundamental para esto. Hoy luchar para derrotar a Bolsonaro en las calles y en las elecciones – inclusive abandonando una candidatura propia en primera vuelta si fuera necesario, pero bajo la hipótesis de no apoyar una alianza de clases o entrar en un gobierno así -, pasa por las tácticas de la más amplia unidad de acción, de un rente para luchar y de un verdadero frente de izquierda que cumpla el papel de actuar sobre las organizaciones del movimiento de masas. Todo eso para contribuir con la tarea de poner a las masas en acción de forma independiente y de construir una alternativa política histórica y a la izquierda de la burocracia. Esta es la única línea (estratégica y táctica) que puede de hecho derrotar a Bolsonaro en las calles y en las urnas. La defensa de un frente de izquierda sin programa, política y de alianza de izquierda, como proponen los compañeros de la Resistencia en su texto, no contribuye en nada con eso. Al contrario, no tener una pre-candidatura propia que construya de hecho un frente de izquierda en las luchas y en las elecciones solo facilita la estrategia de la burocracia lulista de mantener la disputa electoral restringida al campo de la institucionalidad burguesa. Este es el verdadero peligro, la condición política fundamental para que Bolsonaro se mantenga en el poder, a través de la recuperación de su popularidad o de la imposición de una medida de fuerza.

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