La quiebra del Silicon Valley Bank y la incertidumbre financiera global

Se ha vivido una semana de zozobra financiera a nivel global como hacía quizá años no ocurría.

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Introducción

A la quiebra del Silicon Valley Bank (en adelante SVB) de EEUU, el viernes 10 de marzo, se le sumó esta semana el derrumbe y posterior rescate (provisorio) del Crédit Suisse (en adelante CS) el miércoles 15 de marzo. No son dos bancos cualesquiera: el SVB era el 16º banco de EEUU por volumen de activos, y el CS era al menos tres veces más grande y el segundo banco de Suiza, además de una institución histórica del sistema financiero, fundada en 1846. Hubo otras quiebras de bancos menores que también alimentaron un aumento general de la sensación de desconfianza, incertidumbre o alarma que atraviesa todo el mundo financiero. Buscaremos aquí presentar con cierto orden los principales elementos en danza y, sobre todo, discutir su posible evolución y perspectivas.

Hubo quienes, interesados en la defensa del orden capitalista tal como es, intentaron al principio presentar lo sucedido con el SVB como un “cisne negro”, es decir, como un hecho negativo inesperado y aleatorio sin causas muy verificables y, especialmente, sin mayores consecuencias. Pero las repercusiones posteriores y la caída estrepitosa de las acciones del CS dejaron en evidencia lo absurdo de tal postura. Por nuestra parte, y tomando elementos más generales y estructurales de los que hemos dado cuenta en textos anteriores,[1] entendemos que lo que estamos viendo representa en cierta medida un coletazo  –de amplitud y duración hoy impredecibles– de condiciones financieras anteriores, tanto en EEUU como globales, que empiezan a pasar factura ahora.

Empecemos por dos de ellas: por un lado, el fin del “dinero barato” –el ciclo de tasas de interés globales inéditamente bajas durante largos años– ante la aceleración de la inflación a nivel mundial; por el otro, y como relativa consecuencia de lo anterior, la crisis de las valuaciones bursátiles infladas (especialmente de compañías tecnológicas) y de las criptomonedas y criptofinanzas en general. A lo cual se agrega una vuelta de tuerca más política: el reconocimiento, por parte de los Estados y sus gestores políticos –y en primer lugar el gobierno de Biden– de la continuada necesidad de intervenir y regular un circuito que, librado a su propia dinámica, genera riesgos sistémicos mucho más allá de lo estrictamente financiero. Lo ocurrido con el SVB y también con CS se inscribe en ese marco, que viene tomando forma desde hace no mucho más de un año.

1- La caída del SVB y sus antecedentes inmediatos

El SVB es lo que se llama un banco sectorial, con una profunda inserción en particular en el sector de nuevas tecnologías informáticas –el nombre mismo del banco nos exime de mayores precisiones– y también en el área de tecnología de salud (otro sector de punta últimamente, y no sólo como resultado de la pandemia). Prestaba servicios financieros a la mitad de las empresas más importantes de esos rubros respaldadas por venture capital, o capital de riesgo, la vanguardia de las nuevas inversiones (Financial Times, 11-3-23). Era considerado el banco estrella del sector y la fuente de financiamiento más deseado por las nuevas empresas con aspiraciones (startups), siempre en el sector de tecnología digital. A fines de 2022 SVB tenía 219.000 millones de dólares en activos y 175.000 millones en depósitos. Cuando el jueves 9, un día después de que el SVB lanzara una oferta pública de acciones –enseguida aclararemos esos aspectos más técnicos–, una corrida fulminante de sus depositantes que quisieron retirar 42.000 millones de dólares (casi un cuarto del total) terminó en la intervención de las autoridades federales y la declaración de quiebra del banco. Como resumió un analista, “es una corrida propia de la era digital y de las redes sociales. [Algo así] era imposible cuando había que leer la prensa para enterarse y asediar edificios para rescatar los fondos. No es Northern Rock en 2008” (J. Siaba Serrate, Ámbito Financiero, 14-3-23). Obsérvese que se compara no con el siglo XIX o XX, sino sólo con el panorama de hace 15 años…

Se trata del mayor colapso de un banco estadounidense justamente desde 2008 (la quiebra del Washington Mutual). Además, el miércoles 8 había caído una entidad menor, el Silvergate Bank, muy expuesta a las fluctuaciones de las valuaciones de “criptoactivos”, y el domingo 12 cayó otro más, el Signature Bank, con sede en Nueva York y también especializado en operaciones con criptomonedas. Pero lo del SVB era una escala muy diferente, y no sólo por su volumen de activos sino hasta por el hecho de que muchas compañías muy conocidas e importantes tenían fuertes vínculos con el banco, como la plataforma de videojuegos Roblox.

Ahora bien, hemos asistido al desenlace del episodio SVB, cuya filial británica tuvo un fin aún más triste: fue comprada por el HSBC al simbólico precio de 1 (una) libra esterlina. Pero ¿cómo se sucedieron los hechos que llevaron a la caída del banco? Para entenderlo, hay que volver brevemente al contexto inmediatamente posterior a la pandemia y previo a la disparada de la inflación, esto es, a 2021. Por entonces, las tasas de interés estaban por el subsuelo, de modo que a bancos como el SVB, vinculados a las compañías más dinámicas, innovadoras y rentables, les llovían dinero e inversores. Esa “abundancia de liquidez” generó una búsqueda desesperada de rentabilidad por encima de las paupérrimas tasas que pagaban los bonos del Tesoro yanqui.

A diferencia de la crisis de 2008, que estalló cuando colapsaron los activos de baja calidad (las hipotecas subprime), la tragedia del SVB fue haber buscado inversiones demasiado seguras: bonos hipotecarios de alta calidad y rendimiento muy poco superior (un 0,4% anual) a la tasa de referencia. El problema es que para conseguir esa sobretasa, la inversión debía “anclarse” en bonos a largo plazo (diez años o más). Algo que en 2021 parecía muy “racional”, porque se hablaba de tasas bajas por décadas… cuando nadie sospechaba que el retorno de la inflación (y con ella, de las tasas altas) estaba a la vuelta de la esquina. Cuando eso pasó, el SVB se encontró con que la mayor parte de su cartera de inversiones y sus depósitos estaban anclados a tasas que ahora resultaban ruinosamente bajas. Aclaremos que cuando sube la tasa de interés, baja el valor técnico de los activos (se deprecian más rápido), por lo que si eso no se compensa, contablemente se computa como pérdida. Eso fue lo que desesperó a los directivos del SVB.

Algo había que hacer. Y se hizo mal, porque es verdad que hubo responsabilidades “de gestión” en el desbarranque del SVB. Hasta 2018, las inversiones del banco estaban centradas en bonos cortos, a menos de un año, más flexibles y menos vulnerables a una circunstancia de cambio brusco de tasa de interés (que de todos modos nadie preveía). ¿Por qué se pasaron a los bonos largos? Como vimos, la respuesta corta es: para evitar regulaciones y por vulgar codicia.[2]

Desde ya, y como es de imaginar, el SVB no es ni una isla, ni una manzana podrida, ni un cisne negro. Como sostiene alguien que conoce el paño, el cofundador del Klaros Gruop Konrad Alt, la situación del SVB “refleja un problema sistémico más extendido: los bancos [the banking industry] están sentados sobre una pila de activos de abajo rendimiento que, gracias a los aumentos de tasa [de interés] del año pasado, ahora están bajo el agua… y hundiéndose. (…) [Los aumentos de tasa] de hecho hicieron desaparecer cerca del 28% de todo el capital de los bancos desde fines de 2022” (en M. Roberts, “SVB: from the valley to the chasm”, 11-3-23).

Por otra parte, el “modelo de negocios” del SVB ya implicaba de por sí un riesgo: como cuenta un alto ejecutivo del banco, no había dispersión de tipos de inversión sino una base de clientes muy poco diversa y muy interconectada, “un grupo muy unido de inversores con mentalidad de rebaño”, es decir, gente que, ante una situación de crisis, reaccionaría de la misma forma ((T. Kinder, A. Gara, J. Franklin y G. Hammond, Financial Times, 13-3-23).

En este marco, cuando el goteo de salida de inversores se empezó a transformar en un chorro en febrero de este año, el SVB decidió vender una parte importante de sus activos para intentar colocar el cash a plazo más corto y mejor tasa. Pero ya era tarde: cuando, para compensar ese desprendimiento de activos, el SVB anunció una oferta pública de acciones –mecanismo habitual para conseguir nuevos aportes de capital– para el miércoles 9, los inversores no sólo no confiaron sino que entraron en pánico.

El Financial Times hizo, acaso involuntariamente, una vívida pintura de las formas y manejos de esta gente. A principios de marzo, en un exclusivo resort de esquí en Deer Valley, Utah, los directivos del SVB organizaron un encuentro con los gerentes financieros de más de 40 compañías tecnológicas de primera línea. Esos mismos gerentes fueron los que, menos de una semana después, se cruzaban frenéticamente mensajes por las redes sociales para decidir si sacaban su dinero del SVB. Cuenta uno de ellos: “Recibí un mensaje de texto de otro amigo: definitivamente se estaba llevando su dinero a JP Morgan. Estaba sucediendo. (…) El contrato social que podíamos tener era demasiado frágil. Llamé a nuestro CEO y transferimos el 97% de nuestros depósitos al HSBC el jueves al mediodía” (ídem). El jueves 10 fue la corrida. El viernes 11, el Silicon Valley Bank era historia. El “contrato social” entre capitalistas sólo se sostiene con lucro.

2- La reacción de Biden y las lecciones de 2008

Ante el derrumbe del SVB, la primera reacción de la secretaria del Tesoro (equivalente a ministra de Economía) de EEUU, Janet Yellen, fue negar toda posibilidad de rescate a nadie. Esto recordó la primera reacción del gobierno en 2008, cuando al principio se dejó correr la política de “que caigan los que tengan que caer”… hasta que cayó Lehman Brothers. De allí que muchos inversores empezaron a sospechar que la cosa podía transformarse en un dominó, con lo que a cada hora que pasaba se agregaban posibles nombres de entidades financieras en problemas. Cuando las cosas adoptaron este cariz –estamos hablando de cuestión de horas, no de días–, el viraje fue inmediato. Biden salió rápidamente a anunciar la política de garantizar la devolución del dinero a todos los depositantes… pero no así a los accionistas y acreedores. Como se ve, el susto de 2008 todavía les dura, y por eso Yellen fue rápidamente desautorizada, al menos respecto de los depositantes, que son los que más ruido político pueden generar.[3]

Para evitar nuevos y peores episodios de este tipo, la línea de Biden –con la que coinciden economistas keynesianos como Stiglitz y Krugman– es fortalecer las regulaciones y a la vez exigir rendición de cuentas para los directivos y responsables, lo que en el caso del SVB significa su despido. Esto también pretende macar diferencias con la crisis de 2008, cuando, salvo los casos más groseros de administración fraudulenta, los principales directivos de los bancos conservaron sus puestos y sus jugosos salarios con total impunidad. El presidente demócrata no ignora que a los riesgos financieros se le suman los de legitimidad política si la cosa se maneja mal.

Biden aclaró que el dinero que se devolverá a los depositantes no saldrá directamente de las arcas fiscales sino de “las cuotas que pagan los bancos por el seguro de depósitos” y que administra la Corporación Federal de Seguros de Depósitos (sigla inglesa FDIC). El presidente yanqui quiere mostrar así a la vez a) protección a los depositantes, b) mesura fiscal, y c) distinción entre “ciudadanos que ahorran” e inversores que corren riesgos para ganar dinero. En palabras de Biden: “Se arriesgaron, y cuando los riesgos no se compensaron, los inversores perdieron su dinero; así es como funciona el capitalismo”.

Pero todo esto, además no ser coherente con la prédica de un capitalismo basado en el mercado –¡pero sólo hasta el momento en que hay problemas, cuando interviene el Estado!–, tampoco es un reaseguro definitivo. Por más que se diga que “en última instancia, el dinero procederá de una mezcla de los activos de los dos bancos y de un programa de seguros más amplio financiado por otros bancos”, la cuestión de fondo es que “si el pánico se extiende, los contribuyentes quedarían atrapados, como ocurrió durante la crisis financiera de 2007-2009, porque el programa de seguros sería demasiado pequeño para cubrir las pérdidas” (D. Leonhardt, The New York Times, 13-3-23).

Como señala un analista, en la mirada de la gestión demócrata en EEUU, crisis como la del SVB se originan en “la falta de controles reales y directos que las autoridades que regulan el mercado de capitales norteamericano tiene sobre las nuevas entidades bancarias surgidas con la explosión de la nueva economía y sus propios mecanismo y fórmulas de financiamiento para nuevos emprendimientos”. De hecho, dentro del “riesgo moral” cabe consignar la responsabilidad de los propios bancos por su vocación de “alejarse de cualquier corset de controles financieros para sus movimientos, uno de los padrenuestros del mundo cripto. Incluso se ve la realidad de estos sectores de la ‘economía moderna’ o ‘nueva economía’ como un escarmiento que deben tener ante la permanente búsqueda de alejarse de los controles de la Fed [Reserva Federal] y la SEC [Securities Exchange Comission, que regula la actividad bursátil. MY], las máximas autoridades del mercado norteamericano” (C. Burgueño, Ámbito Financiero, 14-3-23).

Estamos aquí, nuevamente, ante la misma teoría del “riesgo moral” (moral hazard) esgrimida, con éxito relativo, cuando el estallido de la crisis financiera de 2008.[4] Pero los tiempos son otros y Biden quiere aparecer como defensor de un capitalismo regulado y “responsable”, no del festival neoliberal de privatización de ganancias y socialización de pérdidas. Otro signo de los nuevos tiempos que corren, en los que cada vez más la pura lógica económica está “contaminada” por las consideraciones de orden político.

3- El primer coletazo: el derrumbe de Crédit Suisse

Es cierto que es aún muy pronto, en el curso de una crisis que está en pleno desarrollo, para sacar conclusiones apresuradas, sean tranquilizadoras (la teoría del cisne negro) o catastrofistas vulgares. Habrá que seguir el pulso de los acontecimientos de manera más sistemática y estrecha que lo habitual, por supuesto sin descartar en absoluto que la crisis siga dejando muertos por el camino o escale. En todo caso, no costaba mucho evitar el ridículo de las autoridades europeas, como el comisario de Economía de la UE Paolo Gentiloni, o el ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, que salieron a poner paños fríos y a minimizar el “riesgo de contagio”… menos de 24 horas antes del desplome del Crédit Suisse (CS).

El elemento de verdad de ese infundado optimismo era que las entidades financieras europeas tenían escasa o ninguna exposición directa al SVB. Pero el elefante en la habitación que los burócratas europeos no supieron ver es que no se trataba del riesgo de contagio por contacto de una manzana podrida con otras sanas, sino que el conjunto de las condiciones económicas y financieras globales está virando a un escenario de creciente inestabilidad e incertidumbre. Y en ese contexto, el disparador puede tener cualquier origen, por remota que sea su vinculación con la causa “original”. No hay más que recordar las mutaciones y reencarnaciones específicas de la crisis de 2008 en su refracción europea, donde impactó de lleno dos años después bajo una forma distinta y con otras consecuencias y riesgos, como los que pusieron en peligro la moneda común.

El derrumbe del CS ilustra precisamente esta dinámica compleja y no lineal de los mecanismos de propagación de la crisis. A primera vista, si algo resalta entre los colapsos de SVB y CS son las diferencias. Veamos: el SVB fue un ejemplo casi de manual de corrida bancaria (con comunicación digital, eso sí), mientras que el valor de la acción de CS se vino abajo un 25% en un solo día cuando el accionista principal del banco anunció que no iba a proporcionar más financiamiento, ya veremos por qué razón. No hubo estampida de depositantes buscando escapar con su dinero, sino pánico de inversores que liquidaron sus tenencias de acciones y así reventaron el precio de su cotización bursátil.

Por lo demás, el CS es mucho más importante que el SVB. Empezando por la historia: el SVB es, hasta por su nombre, un advenedizo, mientras que el Crédit Suisse es una venerable institución con casi 180 años de trayectoria (fue fundada en 1846). Tampoco son muy comparables en tamaño: aun luego del castigo sufrido en 2022, que enseguida veremos, CS contaba a diciembre de 2022 con 530.000 millones de dólares en activos, el triple que el SVB. Tampoco había en el caso del CS, como sí en el del SVB, una necesidad urgente de capitalización. El disparador, como dijimos, fue que el mayor accionista (9,88% del total), el Banco Nacional de Arabia Saudita,[5] se negó a aportar más capital porque de esa manera traspasaría el umbral del 10% del paquete accionario, a partir del cual –y aquí sí a semejanza de lo ocurrido con el SVB– debía afrontar más regulaciones. Como vemos, también en este caso el cóctel de codicia capitalista clásica y rechazo neoliberal “libertario” a la injerencia estatal termina pegándole un tiro en el propio pie al banco.

En el mercado era sabido que CS venía muy golpeado por su exposición a fondos de cobertura de operatoria turbia o directamente delictiva, como Archegos y Greensill, que fueron a la quiebra en 2001, dejándole a CS un quebranto en cifras de diez ceros. A esto se sumó ese mismo año un papelón de corrupción vinculado a préstamos a empresas estatales de Mozambique. Para colmo, en febrero de 2022, el Organized Crime and Corruption Reporting Project (OCCRP), un consorcio de 47 medios de comunicación, entre ellos Le Monde y The New York Times, publicó la investigación “Suisse secrets”, que revela en base a datos de cuentas desde la década del 40 hasta finales de la década pasada, que el banco manejó fondos de clientes implicados en actos criminales y de corrupción (Ámbito Financiero, 16-3-23). Estos escándalos –y no son todos, ni siquiera en los últimos dos años– venían socavando la confianza de los inversores y el aura de institución intocable del CS.

Aunque el banco central suizo anunció el rescate del CS por 54.000 millones de dólares, lo más probable es que termine “fusionado” con –es decir, absorbido por– el mayor banco de Suiza, UBS.

Para la directora del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, la moraleja del cuento es que logró evitarse una reedición del contagio estilo 2008 gracias a las salvaguardas financieras establecidas luego de esa crisis y precisamente para prevenir episodios similares.[6] Pero es altamente irónico que la intención de los propios accionistas del banco en cuestión de evadir esas mismas regulaciones protectoras haya sido la que terminó abriendo paso al derrumbe de una institución “too big to fail, too big to bail” (demasiado grande para dejarla caer, demasiado grande para rescatarla).

4- ¿Y ahora?

“El factor predominante es la pérdida de confianza y el temor a lo desconocido”

Mark Stoeckle, presidente ejecutivo de Adams Funds, 15-3-23

Sin duda, es todavía muy pronto para extraer lecciones de un desarrollo en pleno curso. Lo que sí deja en claro esta (¿primera?) crisis es la constatación de fragilidades ocultas en la arquitectura financiera global. Hace apenas dos años, todo el establishment capitalista exhibía orgullosamente un sistema bancario supuestamente sano, una inflación supuestamente controlada casi al nivel de desaparición como problema (salvo para los países “disfuncionales” o marginales), unas tasas de interés por el piso con un horizonte supuestamente muy largo y nuevas modalidades de finanzas (criptomonedas, criptobancos, non-fungible tokens y un largo etcétera) supuestamente revolucionarias. Hoy, nada de eso tiene el menor viso de realidad, y todo lo que parecía sólidamente establecido se disuelve en el aire del mismo modo que el valor inflado de las empresas “estrella” de las nuevas tecnologías.

De más está decir que este nuevo tembladeral del sistema financiero reivindica las miradas críticas –o al menos no apologéticas– del capitalismo global, como la de los marxistas, y pone en evidencia la operación ideológica de políticos, periodistas e intelectuales del sistema que nos querían convencer de que vivíamos en el mejor de los mundos posibles, o en todo caso en el  único mundo posible del “capitalismo real”.[7]

Sucede que ese mundo capitalista supuestamente regido por el mercado como institución organizadora de las relaciones económicas y sociales, con el Estado sólo como garante último de estabilidad del sistema, no puede sostener una contradicción apuntada, entre otros, por el marxista británico Michael Roberts y por el columnista liberal-progresista Martin Wolf, del Financial Times. A saber: si en verdad manda el mercado y su ley de “destrucción creativa” (Schumpeter), las “malas” compañías deben quebrar y ser reemplazadas por otras más eficientes, modernas o rentables. Pero eso es justamente lo que no pasa, gracias al “riesgo moral” y los rescates perpetuos.

En palabras de Wolf, “crisis tras crisis, hemos creado un sector bancario que en teoría es privado, pero en la práctica está custodiado por el Estado. Éste, a su vez, intenta limitar el interés de accionistas y gerentes de explotar esa red de seguridad en su beneficio. El resultado es un sistema que es esencial para el funcionamiento de una economía de mercado, pero que no opera de acuerdo son sus reglas. (…) Es un caos (mess)”. Como comenta irónicamente Roberts, “hay que aceptar el riesgo moral porque la alternativa es el apocalipsis. (…) Los tiempos han cambiado. Es cada vez más difícil para los estrategas del capital, las autoridades monetarias y los gobiernos aceptar la necesidad de la liquidación [de las entidades en problemas. MY], En cambio, el ‘riesgo moral’ es la única opción de los gobiernos para evitar un derrumbe económico o un desastre político. Pero los rescates y las nuevas rondas de inyección de liquidez (…) también implican la continuación de la baja rentabilidad, bajo crecimiento y débil crecimiento de la productividad” (M. Roberts, “Moral hazard or creative destruction?”, 15-3-23).

Las consecuencias mediatas del colapso del SVB y el CS están, de todos modos, todavía por verse; entre posibles nuevos coletazos de crisis –el mayor amenazado hoy es el First Republic Bank– y el efecto dominó, todo está abierto. En lo inmediato, en tanto, lo primero que aparece en el horizonte es un nuevo dilema para lo que es casi el comando informal de la economía global, la Reserva Federal de EEUU: qué hacer con la tasa de interés.

El dilema es el siguiente: ¿seguir el recorrido de suba de la tasa de interés de referencia, es decir, continuar la política monetaria contractiva con el objeto de terminar de conjurar el fantasma de la inflación, como lo viene haciendo desde hace casi exactamente un año? ¿O hacer una pausa de duración indeterminada para darle prioridad a la estabilidad financiera dentro y fuera de EEUU? La decisión no es menor: como vimos, la causa inmediata que está en la base de muchos de los problemas de entidades financieras (¡y no financieras!) adictas al dinero barato fue el giro de la Reserva Federal a una restricción monetaria vía la suba de tasas de interés.

Al respecto, la primera señal –que estará lejos de ser la definitiva– la tendremos el miércoles 22 de marzo, cuando la Fed anuncie si sube la tasa de interés en 0,5 puntos porcentuales, como estaba previsto hasta la caída del SVB, o si será la mitad de eso… o nada. Sea como fuere, una cosa es segura: la nueva zozobra financiera es un índice inequívoco de que se acabó la fiesta.

Porque hasta no hace mucho el mundo capitalista desarrollado vivía la fiesta de las ganancias fáciles, garantizadas y estables; la fiesta de los “novedosos instrumentos financieros” (bitcoins y “shitcoins”) de beneficios tan astronómicos como vaporosos; la fiesta de las valuaciones bursátiles disparatadamente infladas y empresas que triplicaban su valor en un año ¡sin generar ganancias reales!; la fiesta de los magos de las finanzas que terminaban desacreditados o presos. Estamos entrando, señores capitalistas, a una nueva era de incertidumbre, de riesgos sistémicos imprevistos y de peligros políticos y económicos globales a la vuelta de la esquina. Los marxistas les damos la cálida bienvenida a ese mundo que ustedes creían desaparecido y que siempre los estuvo esperando.

 


[1] Véanse, entre otros textos, nuestros “Viejos y nuevos problemas para la economía global” (marzo 2022) y “Hoy inflación, ¿mañana recesión?” (mayo 2022), ambos disponibles en izquierdaweb.org.

[2] Para colmo, magra: como resumió un “vendedor en corto” –en la jerga, alguien que especula a la baja de una acción, es decir, que gana cuando a la empresa le va mal– que apostó contra el SVB, el banco asumió riesgos inmensos por un diferencial de tasa realmente pequeño. Así, “fueron por [0,4 puntos porcentuales] extra de rentabilidad y reventaron el banco. Es realmente triste”, dice este cínico a quien la “triste” historia le reportó ganancias millonarias (T. Kinder, A. Gara, J. Franklin y G. Hammond, Financial Times, 13-3-23).

[3] No hace falta decir que los capitalistas, los accionistas y sus defensores periodísticos a sueldo pusieron el grito en el cielo por este tratamiento diferenciado. Ken Griffin, del fondo Citadel, se quejó de que el “riesgo moral” de devolver los depósitos es un “quiebre de la economía capitalista” y una “pérdida de la disciplina financiera”. Es significativo del nuevo medio ambiente ideológico que, en contraste, otro milmillonario, Bill Ackman, reclamara que la FDIC garantice explícitamente todos los depósitos, no sólo los de más de 250.000 dólares, con el muy razonable argumento de que los depositantes no deben pagar por las tropelías de los banqueros y accionistas.

[4] Como dato curioso, hay un personaje común a las crisis de 2008 y la del SVB: el gurú de las finanzas Joseph Gentile, CAO (gerente general administrativo) del SVB, fue hasta 2007 CFO (gerente general financiero)… de Lehman Brothers, la entidad cuya caída disparó la crisis financiera global. Parece que el zorro no perdió las mañas: “Gentile está en la mira por un movimiento particular, sospechoso, pero no extraño: la alta actividad de venta de acciones de clientes del Silicon Valley, jornadas antes de su derrumbe. Una operación muy similar a la que lo había hecho famoso en sus años de Lehman” (C. Burgueño, cit.).

[5] Los dos accionistas siguientes del banco, Qatar Holding (5,03%) y Olayan Group (4,93%) también son árabes. Otros connotados accionistas del CS son nuestro conocido fondo Black Rock, fondos estadounidenses y el banco central noruego, Norges Bank.

[6] Por las dudas, el cauto Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, aclaró que el Crédit Suisse está fuera de la estructura de supervisión bancaria de la Unión Europea. Una manera de decir “está todo controlado, pero si se descontrola… no es nuestra responsabilidad”.

[7] Antes del derrumbe de los regímenes stalinistas, sus dirigentes y plumíferos a sueldo de la burocracia justificaban todos los costados siniestros de la URSS y demás países “comunistas” con el argumento de que se trataba del “socialismo realmente existente”. Contra los críticas desde la izquierda, en particular del trotskismo, los stalinistas sostenían algo así como “lo que quieren ustedes es el socialismo ideal, la perfección, pero lo que existe, la URSS, es lo real y hay que defenderlo tal cual es”. Pues bien, ante la aparente salida de escena de la alternativa socialista, los defensores del capitalismo recurren a una línea de argumentación similar: ante las críticas a todas las miserias y desastres del mundo actual, responden “podemos intentar mejorar el capitalismo, pero esto es lo real y es lo único que hay”. Felizmente, puede que estemos entrando en una etapa donde esa forma de razonamiento termine corriendo la misma suerte que la de los apologistas del “socialismo real”: ser barrida por los hechos.

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