La distópica «jaula digital» de la ciber-vigilancia

La vigilancia social no es nada nuevo en el mundo, pero el gobierno chino de Xi Jinping está llevando estos mecanismos a otro nivel mediante la implementación de tecnologías de inteligencia artificial.

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Durante las cuarentenas de 2020 se hicieron virales los ejemplos de ciber-vigilancia utilizados en China. Ahora vuelven a encenderse las alarmas con respecto al uso de cámaras de seguridad inteligentes y de sistemas de procesamiento cruzado de big data.

El diario estadounidense The New York Times relevó recientemente diversas investigaciones realizadas a partir de documentos públicos de las autoridades y la policía chinas. La agencia de expertos en vigilancia IPVM analizó los datos con los que trabaja la policía, incluyendo las configuraciones de cámaras de vigilancia de última generación y software que trabaja cruzando y procesando datos de perfiles de redes sociales, dispositivos electrónicos, compras de pasajes del transporte público, historial de antecedentes penales, activismo político, trámites realizados en entidades administrativas públicas y hasta la historia clínica de pacientes psiquiátricos.

Tecnología y control social

Este sorprendente combo de big data con software avanzado de inteligencia artificial utilizado por las autoridades chinas hacen a una estrategia de vigilancia social. Algo que no es nuevo en la potencia asiática (ni en el mundo) pero que está alcanzando niveles imprevistos gracias al desarrollo de nuevas tecnologías. Un verdadero panóptico digital que mantiene a la población con la certeza de ser vigilada a toda hora y en todo lugar.

Las empresas de software y hardware ligadas a estos desarrollos han señalado que estas tecnologías permitirán «predecir futuros crímenes» incluso antes de ser cometidos. Si bien esto puede ser tomado como una estrategia de marketing, las implicancias de este objetivo son profundamente reaccionarias, racistas y discriminatorias. Pues ¿Quiénes serían aquellos sometidos al escarnio preventivo? Los sistemas neuronales de alta tecnología usados por la policía de Nueva York y otras partes del mundo lo tienen claro: recomiendan multiplicar el patrullaje policial en los barrios pobres y de afroamericanos.

«El emprendedor Yin Qi, fundador de la startup de inteligencia artificial Megvii, dijo a los medios estatales chinos que el sistema de vigilancia le daría a la policía un motor de búsqueda del crimen, analizando incontables horas de imágenes de vídeo para intuir patrones y advertir a las autoridades sobre comportamientos sospechosos. El empresario explicó que si las cámaras detectaban que alguien pasaba demasiado tiempo en una estación de tren, el sistema podía etiquetarlo como posible carterista, por ejemplo» (The New York Times).

No hace falta más que ver los ejemplos concretos de aplicación de estas tecnologías para entender el significado profundamente reaccionario. La idea de que cualquier persona sentada en un andén de la Estación de tren pueda ser identificada como «criminal» de manera preventiva no contribuye a evitar delitos sino más bien a estigmatizar y demonizar a sectores específicos de la población urbana.

El resultado de llevar estos sistemas a sus últimas consecuencias sería una sociedad sin ningún control sobre el espacio que habita. Las ciudades más grandes del mundo se convertirían en una distopía de control «supra – social». Una imagen que recuerda fácilmente a escenarios de futurismo decadente como la película Minority Report.

Big data, «neutralidad» y monopolios

Obviamente, los lobbystas de la ciber – vigilancia niegan todo peligro detrás de estas tecnologías.

«Sería aterrador si detrás de la cámara hubiera una persona real observando, pero detrás de la cámara solo hay un sistema informático», dijo Yin Qi. «Es como el motor de búsqueda que usamos todos los días para navegar por internet: es muy neutral. Se supone que es algo que ayuda».

Pero esa neutralidad no es tal. Sucede que los algoritmos y sistemas de inteligencia artificial no son tan neutrales como uno querría pensar. En primer lugar, porque el software es siempre producto de un diseño nada desinteresado, y responde a las especificaciones de una empresa.

Los ejemplos y consecuencias de este problema en el mundo actual son casi infinitos. No hay más que ver el caso de los célebres Facebook Papers, que destaparon el uso de algoritmos tendenciosos que permiten la difusión de fake news, mensajes de odio e incluso la utilización de censuras dirigidas con fines políticos.

Otro ejemplo es la aplicación de este tipo de tecnologías al mundo del trabajo. Esto ya es una realidad en todo el planeta. Así lo atestiguan los millones de trabajadores de la economía de plataformas (la llamada gig economy) y de algunos pulpos empresariales como Amazon en Estados Unidos. En todos los casos citados, la implementación de estas tecnologías de punta ha derivado en niveles de explotación laboral no vistos en las potencias imperialistas en casi un siglo.

Lo mismo sucede en el caso del ciber – patrullaje urbano.

«Mientras que algunos programas intentan usar datos para descubrir nuevas amenazas, el tipo de programas más común se basa en nociones preconcebidas de la policía. En más de 100 documentos de compras revisados por The Timesla vigilancia está enfocada en listas negras de ‘personas clave’. Pacientes con enfermedades mentales, delincuentes convictos, fugitivos, consumidores de drogas, peticionantes, presuntos terroristas, agitadores políticos y amenazas a la estabilidad social. Otros sistemas hicieron blanco en trabajadores migrantes, jóvenes ‘ni-ni’ —adolescentes que ni estudian ni trabajan—, minorías étnicas, extranjeros y personas con VIH» (New York Times).

En lo que atañe a la implementación de nuevas tecnologías de vigilancia, el problema de fondo es quién, cómo y para qué se implementa. Como explica la cita anterior, el software es siempre «configurable»: «la interfaz del sistema permitía que la policía diseñara sus propias alertas tempranas en base a sus propios criterios […]. Con un simple menú para completar los espacios en blanco, la policía puede basar las alarmas en parámetros específicos, con personas incluidas en las listas negras, ver cuándo se mueven, si se reúnen con otras personas en la lista negra, y la frecuencia de ciertas actividades.» (New York Times).

Así, el «neutral» software permite que las fuerzas represivas, el Estado o quien quiera que lo compre determine cuáles son los objetivos sociales a rastrear. El software, «neutral» como es, no impedirá ser utilizado para perseguir a minorías religiosas o raciales para reprimir manifestaciones sociales y políticas, o para censurar a la oposición. Para quien contrate este tipo de tecnología, las posibilidades de represión se multiplican exponencialmente.

La especificidad de la represión China y la universalidad de la represión capitalista

Una de las principales contratistas de vigilancia del Estado chino es la multinacional del rubro Hikvision. Esta empresa viene creciendo sideralmente a partir del diseño de nuevas cámaras de vigilancia equipadas con tecnologías de I.A. (como reconocimiento facial) a un bajo precio. En los últimos meses, sin embargo, la firma se hizo célebre cuando comenzaron rumores de que Estados Unidos le aplicaría sanciones económicas por sus negocios en China.

En la medida que se trata de rumores, las razones de una posible sanción quedan dentro de la misma categoría. Pero los medios internacionales han dado varias. Por un lado, la implicancia de la empresa en tareas de vigilancia social en la región de Xinjiang. En dicha zona, el gobierno chino viene llevando a cabo una persecución étnica sin precedentes contra la población uigur (musulmana). Los testimonios de violaciones a los DDHH en «campos de reeducación» vienen recorriendo el mundo hace varios meses, sin mayor impacto. Y recientemente se ha demostrado que se utilizan cámaras con I.A. para mantener vigilada a la población uigur con algo tan básico (y reaccionario) como configurar las cámaras para identificar ciertos rasgos étnicos.

Por otro lado está el peligro del manejo fraudulento de datos. El temor del gobierno yanqui sería que la multinacional suministre datos recabados en distintos países (y particularmente en EEUU) al Estado chino.

Esto no sería nada raro. Como señalamos anteriormente, la utilización de los datos privados de la población con fines empresariales no es nada nuevo. Y cuando se trata de vigilancia social, favorecer a una u otra potencia es justamente una cuestión de «negocios» para los capitalistas del rubro.

Justamente por eso el temor de EEUU no es del todo injustificado, pero tampoco del todo desinteresado. Yendo al caso, Hikvision opera en 191 países además de China. En ellos tiene distribuidas cerca de 4,8 millones de cámaras de vigilancias. No estamos hablando de una PyME, sino de una multinacional monopólica que administra datos de millones de personas en varios continentes.

Si la preocupación de Biden fuera la protección de los datos personales de la población, lo que debería preocuparle no es el asociamiento con China o quién sea, sino la mera existencia de una empresa de dichas proporciones y con acceso a este tipo de datos.

Pero la preocupación de EEUU no son los problemas «éticos» o humanitarios tras la ciber – vigilancia china, sino la posibilidad de que dichos métodos sean utilizados en su contra. Así lo atestigua la presencia de métodos similares (y hasta de las mismas empresas) en territorio americano y en decenas de países aliados a la OTAN.

En realidad, la ciber-vigilancia (y otras formas de represión) no son exclusivas de una potencia, sino comunes a todos los gobiernos capitalistas del mundo. En las potencias imperialistas suele ser donde estos mecanismos están más «refinados» y generalizados, justamente porque son sociedades que encierran enormes contradicciones.

Este es el caso de Estados Unidos, una de las sociedades económicamente más desiguales del planeta. Y es también, y aún más, el caso de China. La potencia asiática ha tenido un ascenso económico meteórico durante las últimas décadas, pero la desigualdad social ha crecido a la par. Y los casos de opresión nacional como las persecuciones en Xinjiang son sólo un ejemplo.

En última instancia, la mayor contradicción china es la que opone a su clase capitalista y su gobierno unipartidista con los cientos de millones de trabajadores pobres que viven en condiciones de explotación propias del siglo XIX. Si el gobierno de Xi Jinping está desarrollando al máximo nuevas formas de control social no es para «predecir futuros crímenes», sino para predecir futuras protestas, futuras rebeliones por parte de esa clase obrera que es la más numerosa del planeta.

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