Geopolítica y negocios se mezclan en el acuerdo para producir la Sputnik en Argentina

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  • Estamos ante un nuevo caso de empresarios que hacen negocios millonarios con fondos del Estado. 

Renzo Fabb

El anuncio de que la vacuna Sputnik V se producirá en Argentina fue la noticia de los últimos días. Tanto el gobierno nacional como un comunicado oficial del Instituto Gamaleya en Rusia lo confirmaban. Un nombre empezó a sonar inmediatamente: el de Marcelo Figueiras, principal accionista y presidente de Laboratorios Richmond, la empresa que producirá la vacuna rusa en el país.

Figueiras aseguró que en cuanto el Instituto Gamaleya de el visto bueno a las 21 mil dosis que Richmond envió a Rusia para su evaluación, el laboratorio podrá empezar a producir masivamente y alcanzar el primer millón de dosis para fines de junio.

Además del impacto evidente que tiene la noticia en las horas más difíciles de la segunda ola de contagios en el país mientras las vacunas llegan a cuentagotas, el anuncio toma relevancia por otras dos cuestiones. Primero, por la (hasta ahora) fallida experiencia similar con AstraZeneca y su producción local a manos de Hugo Sigman. Segundo, porque la decisión de que Argentina sea el primer país latinoamericano que produzca la Sputnik constituye una novedad en lo que podríamos llamar «la geopolítica de la vacunación».

De qué se trata el acuerdo

Empecemos por el principio. Hay un acuerdo firmado entre la empresa argentina Laboratorios Richmond, el Fondo Ruso de Inversión Directa y el Instituto Gamaleya, que es el laboratorio ruso de gestión estatal que desarrolló la vacuna.

El acuerdo posee fundamentalmente dos etapas. En la primera, Rusia exportará el principio activo de su vacuna a la Argentina. Una vez en nuestro país, Richmond se encargará de fabricar las dosis de la vacuna con ese componente activo, más todo el proceso posterior de fraccionamiento y envasado. Según Figueiras, esta etapa podría comenzar inmediatamente en cuanto el Gamaleya apruebe las dosis de prueba fabricadas por Richmond.

En una segunda etapa, que según se dijo podría comenzar en diciembre de este año, la vacuna se fabricaría por completo en Argentina, incluido el principio activo. Para esta segunda etapa la empresa planea construir una nueva planta con la podría masificar su producción a un nivel de 500 millones de dosis anuales.

 

¿Pero donde entra Argentina en todo esto? En declaraciones radiales al periodista Alejandro BercovichFigueiras se encargó de aclarar que el Estado argentino no forma parte del acuerdo que se firmó.

Esto no niega, por supuesto, que el gobierno no haya sido parte de las negociaciones para que el acuerdo finalmente se realice. De hecho lo fue, y el mismo día en que se conoció la noticia, también se supo que el contrato que Argentina firmó con la Federación Rusa por la compra de unas 20 millones de dosis de Sputnik V se ampliará hasta alcanzar unas 30 millones. Es evidente que ambas cosas fueron parte de una misma negociación.

Por lo tanto, más allá de que formalmente Argentina no participe del acuerdo que hizo Richmond con Rusia, todo indicaría que la producción local va a quedar (al menos en una parte importante) en nuestro país. Pero según Figueiras, eso ya «lo excede».

Porque Richmond no negociará contratos por la venta de vacunas. La vacuna sigue siendo propiedad de Rusia, y Argentina tendrá que seguir negociando con ese país para obtenerlas, incluso las que sean producidas aquí.

Lucrando con fondos públicos (y con necesidades urgentes)

Pero a pesar de que el Estado no forma parte del contrato para producir la Sputnik en Argentina, a través del Ministerio de Desarrollo Productivo el Estado le otorgó un crédito de $29.978.089 y se comprometió con una ayuda financiera de otros 13 millones.

Además, el gobierno hizo gestiones para facilitarle a Richmond el material de importación necesario para la producción del primer lote de vacunas, además de aportarle equipamiento para la modernización de sus instalaciones.

A pesar de toda esta ayuda estatal, los beneficios de Richmond por la producción de la Sputnik quedarán en manos privadas. El día que se anunció el acuerdo con Rusia, las acciones de la compañía escalaron un 38% en cuestión de unas pocas horas.

Estamos ante un nuevo caso de empresarios que hacen negocios millonarios con fondos del Estado. En el caso de Marcelo Figueiras, se trata de un empresario con una larga data de negocios con el sector público, en particular durante la época del kirchnerismo.

En el año 2011, por ejemplo, recibió un crédito por parte del Ministerio de Producción para la construcción de una de sus plantas. El monto representó el 40% de la inversión total. Además, cuenta en su haber con más de 50 licitaciones ganadas o contrataciones directas por parte del Estado, todo esto sólo en los últimos años.

Es decir que se trata de un empresario que sin el aporte del Estado no estaría en condiciones de estar acordando con Rusia la producción de la vacuna contra el Covid-19, el bien más demandado en el mundo de hoy y que por lo tanto provee grandes ganancias aseguradas.

Mientras tanto, Hugo Sigman…

Si hablamos de empresarios que amasaron sus fortunas ligados estrechamente al Estado que ahora se involucraron en el negocio de las vacunas, tenemos que hablar de otro personaje que volvió a ser noticia estos días: Hugo Sigman.

Sigman produce hace meses en Argentina el componente activo de la vacuna de AstraZeneca en su laboratorio de la localidad de Guerín, mAbxcience. Pero el antecedente no es precisamente alentador.

De hecho, Argentina tiene un acuerdo firmado con AstraZeneca por la provisión de 22,4 millones de dosis. El Estado ya pagó la mayor parte de ese contrato por un monto de alrededor 50 millones de dólares. Pero a pesar de ello y de la producción local del principal componente de la vacuna, por ahora Argentina no recibió ni una sola dosis. Mientras tanto, Sigman hace ganancias millonarias y Argentina sigue acumulando muertos por Covid-19.

En este punto es importante destacar que en un mundo donde los principales países imperialistas están acaparando más vacunas de las que necesita generando escasez en el resto del planeta, cuando los capitalistas privados quedan a cargo de su producción poco o nada les importa el uso y destino de lo que producen: sólo piensan en sus ganancias.

Por eso, AstraZeneca está más interesado por los dólares constantes y sonantes de EE.UU. y Reino Unido que por los montos más exiguos de los países con menos recursos como Argentina. Cuando el gobierno argentino anunció con bombos y platillos la producción local de esa vacuna, afirmó que iban a estar destinadas a los países latinoamericanos. Pero hasta ahora eso no sucedió.

El caso Sigman-AstraZeneca no significa que vaya a pasar lo mismo con Richmond y la Sputnik, ahora veremos por qué. Lo que queremos destacar es cómo, incluso en una situación de crisis como la pandemia, se mantiene e incluso se refuerza el entramado de empresarios que no sólo hacen grandes negocios con una necesidad urgente como es la vacuna, sino que lo hacen fundamentalmente a costa del Estado. El Estado los financia pero luego el destino de su producción y sus ganancias pertenece al ámbito del lucro privado.

Rusia, Argentina y la geopolítica de las vacunas

Es que la cuestión de la vacunas no es (sólo) un negocio de los capitalistas, sino algo mucho más profundo. En la «guerra» por las vacunas se juega una cuestión geopolítica de primer orden: las áreas de influencia de los distintos países imperialistas.

Acá es donde existen buenas razones para creer que Rusia está interesada en que Argentina tenga una importante provisión de la vacuna Sputnik, y no es causalidad que haya elegido nuestro país como el primero en Latinoamérica para su fabricación fuera de Rusia.

La competencia mundial por las vacunas refleja de alguna manera la situación política global. Deberíamos esperar que un país como Estados Unidos se preocupe por expandir sus áreas de influencia política y fortalecer sus lazos de subordinación con los países dependientes, obligando -más no sea por la presión de las circunstancias- a que todo el mundo entable relaciones comerciales con las empresas yanquis que producen vacunas contra el Covid-19, como por ejemplo Pfizer.

Sin embargo, la actitud defensiva de los principales imperialismos (EE.UU y Reino Unido, principalmente) con respecto a las vacunas refleja el momento de su retroceso relativo: en vez de «inundar» el mercado con sus vacunas, las están acaparando.

Ahora bien, el panorama es muy distinto para los países que, al contrario, vienen en franco ascenso con respecto a su poder global. La delantera, por supuesto, la tiene China -cuyas vacunas también llegaron a la Argentina-. Y si bien Rusia tiene un lugar a largo plazo relativamente subordinado a China (aunque haciendo su propio juego), sus facetas de país imperialista y el éxito de la Sputnik en combatir el Coronavirus (es la vacuna más efectiva de todas hasta hoy) están haciendo que el país aproveche esa ventaja para ampliar su área de influencia y fortalecer los lazos con sus aliados.

Eso explica por qué Argentina fue uno de los primeros países en firmar un acuerdo con Rusia para obtener la Sputnik V, incluso antes de que estén publicados los resultados de la Fase 3. Rusia (y ni hablar China) tiene un alto interés geopolítico en América Latina, y eso es lo que está detrás, también, de que Argentina haya sido el país «elegido» para producirla en la región.

Por eso, a diferencia de lo que está ocurriendo con AstraZeneca, si la producción masiva de la Sputnik en Argentina se hace realidad lo más probable es que sí sean destinadas al mercado latinoamericano, empezando por Argentina. Aquí no hay ninguna especie de «benevolencia» de parte de Putin que contrastaría con la malicia de los británicos. Se trata de que los intereses políticos y económicos de los países que están detrás de las vacunas de AstraZeneca y Sputnik son diferentes.

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