Francia: Un año de lucha de los chalecos amarillos

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Por Santiago Follet

La prioridad en estos momentos pasa por poner todas nuestras fuerzas en organizar la resistencia para derrotar esta reforma, que sin dudas será crucial para el futuro político del país. Compartimos en este artículo algunos elementos de balance del movimiento social del último año, como puntapié para prepararse para la nueva lucha que viene.

El aumento del precio de los combustibles impulsado por el gobierno de Macron hace poco más de un año fue la gota que rebalsó el vaso de un descontento popular generalizado contra el presidente de “La República en Marcha”. Recordemos que si bien Macron se presentó en las elecciones de 2017 como una renovación de la política tradicional “ni de izquierda ni de derecha”, como un espacio moderado frente al peligro del extremismo de la Agrupación Nacional de Marine Le Pen; lo que siguió fue un claro programa de gobierno orientado bien hacia la derecha en beneficio exclusivamente de los más ricos.

Así, con la inscripción de disposiciones represivas del “estado de emergencia” en la legislación común, el avance sobre las condiciones laborales con la “ley de trabajo XXL”, el ataque al sistema de transporte privatizando los trenes y atacando las condiciones laborales de los ferroviarios, la supresión del impuesto a las grandes fortunas como un regalo hacia los más ricos y el escándalo del affaire Benalla, fue cocinándose en amplios sectores un enorme descontento contra el presidente. Un descontento que empalmó a su vez con la ya débil representatividad que tienen los políticos tradicionales en Francia, en donde los dos partidos clásicos del bipartidismo se encuentran en un retroceso gigante.

Estos elementos generaron un marco en el cual la bronca popular se desató con toda su furia dando lugar a la emergencia del movimiento de los chalecos amarillos. Inicialmente, estos sectores salieron a la calle contra el aumento de los combustibles, lo que hizo que fueran fundamentalmente aquellos que utilizan su auto para ir a trabajar quienes se rebelaran contra el aumento. Tomaron el chaleco amarillo de uso obligatorio en cada coche como medida de identificación del movimiento social que se despertaba.

En sus inicios, el movimiento estaba siendo fuertemente fogoneado por la extrema derecha y por los grandes medios de comunicación, intentando “recuperar” la bronca social hacia un sector político aún más reaccionario. A su vez, la bronca estalló primero con más fuerza en sectores rurales que en los centros urbanos, reunió más a trabajadores independientes, a camioneros y autónomos, a sectores pequeñoburgueses que a trabajadores asalariados del movimiento obrero tradicional. Su carácter de clase no estaba claro en un comienzo y la traición absoluta de la burocracia sindical, encarnada principalmente por Philippe Martinez de la CGT, no colaboraba en nada para que el movimiento se delimitara de la extrema derecha.

Sin embargo, lo que sucedió luego fue que la reivindicación inicial dio paso a toda una serie de reclamos que se dirigieron de forma directa contra el gobierno de Macron, dando lugar a una combinación de demandas económicas y democráticas profundas. Los chalecos amarillos vinieron a representar ese lugar de vacío de representatividad política, en donde numerosos sectores se identificaron en una necesidad de mayor participación “ciudadana”, de mejora de las condiciones de vida y con el pedido de renuncia del presidente. Podríamos decir que aún con sus límites y problemas internos, el movimiento giró progresivamente hacia la izquierda y pasó a representar un movimiento de revuelta de los de abajo que motivó a otros sectores a sumarse a la lucha en torno de él.

Podríamos resumir los límites y problemas estratégicos del movimiento en los siguientes aspectos. El primero es el carácter difuso de clase, problema mucho más fuerte al inicio de los desarrollos, con la fuerte presencia de la extrema derecha. Esto fue girando progresivamente pero manteniendo siempre una identificación “popular”, de “pueblo” y de movimiento “ciudadano”, con la dificultad de que la clase obrera no estuviera en el centro de los eventos, vía la traición de la burocracia sindical. Otro de los límites tiene que ver con la desconfianza “antipolítica” y/o “antisindical”, que viene siendo un problema para darle una expresión política al descontento. Además la estrategia de priorizar la movilización todos los sábados, se evidenció como una forma rutinaria y desgastante de protesta.

Sin embargo, este año de experiencia de los chalecos amarillos deja también enormes saldos de balance positivo. Un año de fuertes movilizaciones sociales que desafiaron el poder del Estado y la legitimidad de Macron. Una victoria contra el aumento de los combustibles que tuvo que ser retirado de la agenda política. La entrada en escena de nuevos sectores que han debido enfrentar la brutal represión policial dando lugar a un aprendizaje en la experiencia, a la politización de amplios sectores de la sociedad, a la conformación de numerosas asambleas locales alrededor del país y de una asamblea nacional que ya acumula cuatro reuniones de coordinación realizadas. El movimiento de los chalecos amarillos continúa existiendo gracias a estas coordinaciones nacionales y asambleas locales, a los nuevos grupos militantes que se han ido conformando a través de la lucha y sigue siendo un actor político a un año de su emergencia.

Por su parte, la respuesta del gobierno de Macron ha tenido una doble dirección. En primer lugar, la respuesta ha sido represiva: gases lacrimógenos, balas de goma, miles de arrestos de manifestantes, miles de heridos e incluso muertos por la represión. Y en segundo lugar, la trampa del “gran debate nacional” y de demonizar a los chalecos amarillos como violentos, jugando el rol de ser un gobierno pacifista y que busca dialogar.

Un año después del comienzo de las movilizaciones, los planes de gobierno se han visto fuertemente pertubados por las protestas y a esto se suma el hecho de su leve derrota en las elecciones europeas frente al partido de Marine Le Pen, en una elección fragmentada que muestra la profundización de la crisis de representatividad en Francia.

Con este saldo de las acciones del año anterior y luego de la tranquilidad de un verano relativamente calmo, el gobierno hace una nueva apuesta fuerte en lo que ha denominado el “acto n° 2” de su mandato: la reforma de las jubilaciones. Esta reforma anuncia una nueva batalla que tomará nuevas formas, pero que se asentará en la experiencia vivida el año anterior, en la que el gobierno intentará avanzar y el movimiento social deberá volver a organizarse para salir a las calles. Aquí la acción del movimiento obrero organizado tendrá un valor destacado y fundamental en la preparación de la huelga general que comienza a partir del 5 de diciembre, que será decisiva para derrotar la reforma de las jubilaciones y poner en jaque la ofensiva reaccionaria del gobierno de Macron.

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