Fracaso: Trump toma distancia de Guaidó

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  • Luego de un año y medio de apoyo sin fisuras (sin el que el golpista hubiera sido olvidado hace mucho), Trump sostuvo que no estaba “necesariamente a favor” a Guaidó y que estaría abierto a reunirse con Maduro.

Por Federico Dertaube

Los dichos de Trump no son más que palabras y aún así abrieron una crisis de perspectivas para el golpismo venezolano y su apoyo en los escuálidos y gusanos cubanos residentes en Florida. Luego del impacto de sus declaraciones, que contrastan de manera clara con la orientación “dura” sostenida desde el principio, el gobierno estadounidense respondió con una ola de “aclaraciones”.

La secretaria de prensa de la Casa Blanca tuvo que aclarar que no habían “perdido la fe” en Guaidó y el propio Trump sostuvo que “nunca estuvo en contra de sostener reuniones” y que el único motivo por el cual se reuniría con Maduro sería para negociar su “salida pacífica” del poder. Washongton no se mueve un centímetro de su posición golpista e intervencionista, sólo ha tenido que matizar su posición del último año y medio debido a su más que evidente fracaso.

El “giro” de Trump con esas declaraciones se debe a factores de orden específicamente venezolanos como internos de los propios Estados Unidos.

En cuanto a la situación en la propia Venezuela, es evidente que la política de derrocamiento rápido del gobierno de Maduro con el reconocimiento de Guaidó como “presidente encargado” primero se empantanó para luego fracasar miserablemente.

Los movimientos diplomáticos del imperialismo fueron el primer paso para darle los atributos de poder al golpista para forzar la salida de Maduro. Con la retención de fondos estatales en los bancos extranjeros, la intervención de Citgo en Estados Unidos, el reconocimiento internacional del ex presidente de la Asamblea Nacional, Trump logró poner en manos de Guaidó buena parte de los poderes de estado en el orden internacional.

Esa primera avanzada se puso a prueba con la intentona golpista de abril del año pasado. Guaidó se mostró en las afueras de la guarnición militar de La Carlota junto a Leopoldo López y un pequeño grupo militar con los que proclamó la “fase final del Operativo Libertad” y llamó a las unidades militares que supuestamente tendría preparadas a “activarse”. Quiso mostrar así en horas de la madrugada por twitter una fuerza y organización que no pasaron de ser un posmoderno intento de hacerse con el poder: las unidades militares, el “Operativo Libertad” e incluso la toma de La Carlota no eran más que una puesta en escena para las redes sociales. El aparato de poder estatal venezolano seguía firmemente en manos del chavismo y no hubo ningún movimiento significativo que ponga eso en cuestión. Si alguien hubiera querido ensayar una mejor refutación de los devaneos intelectuales posmodernos sobre la “era de la información” y el poder de las redes sociales, si alguien intencionalmente hubiera querido ponerlo mejor en ridículo, no lo hubiera logrado de un modo tan categórico como Guaidó ese 30 de abril. Para su desgracia, su único logro fue académico sin buscar serlo y logró ponerse en ridículo a sí mismo mucho más que a cualquier intelectual.

Este grupo aventurero golpista es tan impopular, tan descaradamente pro-imperialista, tan evidentemente enemigo de las amplias masas venezolanas, que es incapaz de cobrar una forma seria ni siquiera en una situación de catástrofe tan indiscutible como la de Venezuela.

Luego de la intentona, Guaidó perdió aún más sus bases de sustentación fronteras adentro que las que tenía antes. Este año, buena parte de la oposición decidió retroceder frente a la política golpista y votar junto al chavismo un nuevo presidente de la Asamblea Nacional, anti-chavista “moderado”. Guaidó, sin querer dejar ni por un momento de ostentar cargos ficticios, hizo su propia reunión de la Asamblea Nacional y se hizo “reelegir” por unanimidad.

Durante los meses siguientes, se dedicó a continuar con sus giras triunfales por el mundo en el que los sucesivos gobiernos lo reconocían como “presidente legítimo” y le palmeaban la espalda con honor en una puesta en escena que parecía la de un boxeador al que se lo premia por ser el mejor amenazando con el puño sin ganar una sola pelea.

Para coronar esta sucesión de fracasos miserables, la pequeña aventura de “invasión” de un grupo de mercenarios estadounidenses en mayo terminó por poner completamente en ridículo a Guaidó. Todos los involucrados terminaron presos mientras el “presidente encargado” se hacía el distraído, como si no hubiera tenido nada que ver. Para su desgracia, diarios tan poco sospechosos de chavistas como el Washington Post tuvieron acceso e hicieron público el contrato entre Guaidó y el grupo mercenario en el que se podía leer con lujo de detalles el pago que se comprometía a hacer el “gobierno” una vez en el poder y los atributos de represión que la milicia irregular tendría después, hablando abiertamente de la persecución y asesinato de opositores.

Sin más apoyo que un puñado de desertores del ejército y algunos grupos derechistas, con una oposición dividida que no apoyaba más su aventura, Guaidó comenzó a ser un fracaso demasiado evidente para no incomodar a Trump. A éste se le suma ahora su propia crisis, que convierte cualquier política agresiva en el extranjero en una aventura sin esperanzas. Las cien mil muertes por Coronavirus, la crisis económica brutal y, por último pero no menos importante, la enorme rebelión desatada en suelo norteamericano le han atado las manos a Trump de modo tal que no tiene otra alternativa que matizar su discurso beligerante y tomar distancia de una aventura que hasta el momento no ha dejado de ser un miserable fracaso.

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