El Parlamento británico aprobó el proyecto de Brexit de Boris Johnson

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Por Ale Kur

Por 358 votos contra 234, la Cámara baja del parlamento británico aprobó el proyecto conservador de Brexit. Con una adopción definitiva el 9 del mes próximo, Gran Bretaña saldría definitivamente de la Unión Europea el 31 de enero. El triunfo electoral le abrió las puertas a Johnson para consumar su política.

El proyecto aprobado es más «duro» que el que se venía discutiendo con anterioridad -con otras correlaciones de fuerzas-. Lo probado hoy no contiene las concesiones hechas a la oposición y la UE previamente: la extensión del período de transición por un año, enmiendas de protección de derechos laborales, la protección de los ciudadanos de la UE que viven en suelo británico, etc.

El 12/12 se llevaron adelante en el Reino Unido las elecciones parlamentarias adelantadas. En ellas se crearon las condiciones para consumar el Brexit definitivamente. Estas arrojaron un contundente triunfo al Partido Conservador liderado por Boris Johnson: de 650 bancas en juego en la Cámara de los Comunes, obtuvo una cómoda mayoría de 365. Este resultado le permite hacer votar toda clase de leyes, y en especial, la más importante de todas: la que declara el Brexit, es decir, la ruptura del Reino Unido con la Unión Europea.

De esta forma, en enero de 2020 comienza a hacerse realidad lo que estaba pendiente desde el referéndum de 2016. En dicha ocasión, una (muy estrecha) mayoría de los votantes había manifestado su apoyo al Brexit, pero luego su concreción se empantanó en el parlamento británico por falta de una mayoría que pudiera definir las votaciones en uno u otro sentido.

El segundo elemento a tener en cuenta son los resultados en términos porcentuales que obtuvo cada fuerza. El Partido Conservador de Boris Johnson se alzó con el 43,6% de los votos. En segundo lugar, el Partido Laborista encabezado por Jeremy Corbyn obtuvo un 32,2%. Es necesario aquí hacer una aclaración: el sistema electoral británico no asigna las bancas parlamentarias en proporción al total de votos obtenidos, ya que si fuera así los conservadores no podrían alcanzar una mayoría propia de escaños. Lo que cuenta a la hora de la distribución de las bancas es la cantidad de distritos en los que triunfa cada fuerza política. Es decir: los Conservadores no ganaron la mayoría de los votos, pero sí fueron la primera fuerza en una mayoría de distritos.

Esta aclaración es importante ya que, si se toma en cuenta exclusivamente la cantidad de votos, resulta que las fuerzas partidarias del Brexit estuvieron prácticamente empatadas con las fuerzas que se oponen al mismo (con aproximadamente un 50% del electorado cada una). La suma de los votos del Laborismo, de los Liberal-Demócratas, del Partido Verde, de los Nacionalistas escoceses y otros, prácticamente iguala (o supera) a los votos del Partido Conservador y de otros partidos afines. Por lo tanto, la distribución de bancas resultante de la elección no es un reflejo demasiado fiel del estado de ánimo de la población tomada en su conjunto. En todo caso, el significado político más claro es que el Partido Conservador es la primera minoría de la política británica y que concentra prácticamente la totalidad de los votos del espacio político partidario del Brexit. En cambio, el espacio político opositor al Brexit se encuentra mucho más fragmentado, dispersando sus votos entre diversas variantes políticas con programas muy diferentes y difíciles de conciliar entre sí.

Un tercer elemento a tener en cuenta es la heterogeneidad de los resultados desde el punto de vista de los diferentes componentes nacionales del Reino Unido. Los conservadores se impusieron ampliamente en Inglaterra, donde obtuvieron 345 de las 533 bancas en juego. En el otro extremo, en Escocia los nacionalistas escoceses obtuvieron un triunfo abrumador (con 48 de las 55 bancas en juego), siendo contrarios al Brexit y partidarios de la independencia de dicho país. Tanto allí como en Irlanda del Norte, en el referéndum de 2016 había triunfado el “no” al Brexit. Esto plantea la posibilidad muy concreta de que, de ocurrir la separación del Reino Unido con respecto a la Unión Europea, tanto Escocia como (en menor medida) Irlanda del Norte, abran el paso a procesos de ruptura con el propio Reino Unido.

Los conservadores avanzan sobre bastiones del laborismo

El cuarto elemento de gran importancia en los resultados es el fuerte retroceso que sufrió el Partido Laborista en cuanto a la cantidad de bancas obtenidas: perdió 59 distritos en los que había triunfando en las elecciones generales de 2017, y casi 8 puntos porcentuales en la votación total[1]. El Partido Conservador, sin aumentar demasiado su caudal de votos, logró conquistar 47 nuevos distritos. Lo que tenemos entonces es un traspaso de gran cantidad de distritos laboristas a manos conservadoras.

¿Cuál es la explicación de este fenómeno? Retomaremos aquí el análisis que realizan periodistas británicos como Aditya Chakrabortty[2] y Owen Jones[3]. El argumento central puede expresarse de esta manera: el Partido Laborista perdió la votación en pueblos y pequeñas ciudades en los que había sido fuerte durante gran parte del siglo XX, cuando en ellos florecía la industria (minería, fábricas, astilleros, etc.) y por lo tanto la organización sindical y política de los trabajadores. Pero desde por lo menos la década de 1980 esas regiones (especialmente en el norte del país) sufrieron un fuerte proceso de desindustrialización, con el cierre masivo de establecimientos y, por ende, la desarticulación de la antigua clase obrera de esas zonas. Más aún, con el crecimiento del desempleo y la falta de perspectivas, los hijos de los obreros migraron a las grandes ciudades, dejando a sus pueblos de origen con una composición generacional envejecida.

Estos pueblos y ciudades interiores desindustrializados y vaciados de jóvenes son precisamente los que votaron a favor del Brexit en 2016, ignorando ya en ese momento la línea oficial del Partido Laborista, que llamaba a votar por el “Remain” (permanecer en la UE). Es decir, ya en 2016 se produjo el primer gran quiebre entre esas regiones y el Partido por el que históricamente votaban.

¿Cuál era la motivación de estos sectores para votar el Brexit? En primer lugar, la demagogia derechista que señala como causante de todos los males al inmigrante, al trabajador proveniente de Europa Oriental, al árabe o al musulmán. Ante la destrucción del tejido industrial y de los lazos de solidaridad de clase, avanzan los temores y prejuicios contra un “otro” que es visto como disruptivo, competitivo e inclusive amenazante, mientras que se pierden de vista los verdaderos responsables de la situación económica y social. La frustración y la falta de perspectivas abonan al resentimiento, a un pesimismo cínico y fratricida, así como a una reafirmación de valores y costumbres tradicionales, donde se refugian los últimos restos de un orgullo dañado. En la nostalgia de un supuesto pasado donde “las cosas funcionaban”, donde el Reino Unido era una potencia descollante a nivel mundial, se colocan las esperanzas sobre el futuro.

Por eso la crisis es procesada subjetivamente por dichos sectores en clave nacional-imperialista: el Brexit es visto como la última oportunidad de “reconquistar la dignidad” del antiguo imperio exitoso, que se habría perdido cuando se abrieron las puertas a la inmigración (y al “multiculturalismo”) y se entregaron las llaves de la soberanía a la Unión Europea.  En el lenguaje del Brexit, la UE no sólo es vista como un factor de disrupción del tejido tradicional de la sociedad y la cultura británicas, sino como una “cárcel proteccionista” que monopoliza el comercio del Reino Unido y le impide establecer sus propios tratados comerciales con otros países, que le impone regulaciones estrictas y costosas, etc.

Estas cuestiones, que estaban latentes desde el referéndum de 2016, sin embargo no habían terminado de ocupar el centro de la agenda política en las elecciones parlamentarias de 2017: de esa forma, el Partido Laborista todavía había podido obtener una muy buena elección en base a una campaña contra la austeridad. Pero algo muy diferente ocurrió en las elecciones generales de 2019, que se convirtieron de hecho en un gran plebiscito sobre el Brexit[4]. Por esta razón, quienes votaron a favor del mismo en 2016, en 2019 lo hicieron -en líneas generales- a favor del Partido Conservador.

Por último, en los resultados también influyó un desgaste de la figura de Corbyn, vista posiblemente como demasiado a la izquierda para el sentido común instalado, además de que su liderazgo apareció debilitado y zigzagueante. A lo largo de los últimos años, el Partido Laborista fue un hervidero de luchas internas entre el ala Corbyn y el ala “moderada”[5] (conocida como “New Labour”), adaptada al neoliberalismo, cuyo fundador fue el ex primer ministro Tony Blair.

El Partido Laborista de Corbyn, por lo tanto, se vio ante la situación de la ruptura de hecho de su histórica base electoral. Perdió a las regiones mencionadas, pero conservó un importante núcleo de apoyo en otros sectores: especialmente, la juventud urbana, sectores del movimiento estudiantil, clases medias progresistas e intelectuales, y trabajadores de las regiones económicas dinámicas del país -áreas metropolitanas y zonas donde todavía está presente una industria fuerte-.

 

Corbyn renuncia a la dirección del Partido Laborista

Como consecuencia del fuerte retroceso obtenido en el Parlamento, la posición de Corbyn dentro del Partido Laborista quedó sometida a muy fuertes críticas, empezando, obviamente, por sus adversarios de siempre. En ese marco, Corbyn decidió no presentarse  a las futuras elecciones para liderar el partido. Eso quiere decir que la tendencia política expresada en Corbyn (un reformismo con elementos más profundos que los habituales) podría quedar sin representación propia, y que el Partido Laborista puede volver a manos de sus sectores moderados. Esto se trata de un terremoto político en la izquierda británica, que ya produjo también sus réplicas en la izquierda norteamericana -la candidatura de Corbyn es vista allí como un espejo de la propia candidatura de Bernie Sanders dentro del Partido Demócrata.

La renuncia de Corbyn, por lo tanto, juega un rol muy regresivo, ya que implica diluir o directamente liquidar su tendencia política, abriéndole el camino de la dirección partidaria a sus adversarios por derecha. El argumento de que un mal resultado electoral debe dar lugar a un “paso al costado” encierra un razonamiento despolitizante, que subordina un proyecto político-programático-estratégico a la lógica puramente instrumental de la conquista de bancas. ¿De qué sirven las bancas laboristas si no están puestas al servicio, como mínimo, del proyecto enarbolado por el ala izquierda de su partido? Aquí consideramos que el criterio debe ser exactamente el opuesto: los sectores referenciados en Corbyn no deben volver bajo la órbita de los “laboristas moderados”, sino avanzar hacia la construcción de un partido político independiente, anticapitalista y socialista, que priorice siempre la movilización y organización desde las bases, y que coloque la agitación electoral-parlamentaria como un medio para amplificar esa perspectiva y nunca como un fin en sí mismo.


[1] https://www.bbc.com/news/election/2019/results

[2] https://www.theguardian.com/commentisfree/2019/dec/14/labour-meltdown-decades-govern-votes

[3] https://twitter.com/OwenJones84

[4] La consigna central de campaña de Boris Johnson fue “get the Brexit done”, es decir, completar o hacer realidad el Brexit.

[5] Además de las diferencias programáticas esenciales entre las dos alas, Corbyn levantó inicialmente una posición que daba por sentada la irreversibilidad del Brexit, mientras que el ala “moderada” peleó a brazo partido por que el laborismo exigiera un nuevo referéndum para revertirlo. Finalmente, tras la catástrofe electoral de las elecciones europeas de 2019, Corbyn terminó adoptando la postura de sus adversarios.

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