EE.UU: La inflación más alta en cuatro décadas pone a Biden en la encrucijada

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  • Desde 1982 que EE.UU. no registraba un 7% de inflación anual. Entre el regreso de la pandemia, la recuperación económica que flaquea y la caída real de los salarios de los estadounidenses, los problemas económicos se vuelven una encrucijada política para Joe Biden.

Renzo Fabb

La inflación en Estados Unidos acumuló un 7% en todo 2021, el registro más alto desde 1982. En un país acostumbrado a la estabilidad de precios, la inflación se está convirtiendo en una de las principales preocupaciones para los estadounidenses. Y por extensión, para las aspiraciones políticas del Presidente Joe Biden.

Es que poco a poco la pandemia está siendo desplazada como una de las principales preocupaciones de los norteamericanos, según encuestas. En cambio, la economía -y más específicamente la inflación- se está convirtiendo en una de las principales inquietudes. Aunque el retorno de los contagios masivos en todo el mundo por la variante Ómicron puede estar relativizando este fenómeno.

Los aumentos de precios están afectando principalmente el bolsillo de los asalariados, en la medida en que son los productos de consumo masivo los que mayores aumentos registran. El más sensible sea quizás el de los combustibles. El año pasado, el galón aumentó un 50% y en algunos lugares del país llegó a venderse por $5 dólares.

Los alimentos y la ropa también son dos de los rubros con mayores aumentos. Sólo por poner algunos ejemplos, el tocino -uno de los consumos más populares y masivos- aumentó un 19%. La ropa de abrigo un 11%, y los muebles hogareños más de un 17%.

Las consecuencias de estos aumentos ya están siendo palpables en la capacidad de consumo de la clase trabajadora. Según datos oficiales del Departamento de Trabajo, el poder adquisitivo de los salarios del sector privado cayó casi un 2% interanual en el pasado noviembre.

Biden: de «Juan Domingo» a «Carlos Saúl»

Aunque novedoso para el país, el problema ya está instalado y ha llevado al gobierno a enviar algunas señales que indican que se trata de algo más que un problema pasajero. Al principio, la administración demócrata explicaba que se trataba de un fenómeno meramente circunstancial por la recuperación económica post-cuarentenas y cierres. Pero las proyecciones para el 2022 siguen indicando que los aumentos de precios continuarán.

Con la pandemia, la economía estadounidense sufrió un desplome en tiempo récord, sólo comparable al crack de 1929. En sólo cuestión de semanas se perdieron más de 22 millones de puestos de trabajo. Pero, con la reapertura de las actividades, se generó un efecto rebote.

El propio gobierno explicó que lo que disparó la inflación en un principio fue un aumento muy grande de la demanda que no tuvo su contraparte por el lado de la oferta. Por los cierres intermitentes, las diferentes políticas sanitarias entre los países (e incluso entre los propios Estados del país norteamericano), las diferentes olas de la pandemia y la complejidad de las cadenas de suministros que retrasa una y otra vez el regreso a la «normalidad», hicieron que la reapertura de las actividades sociales y y la «normalización» por el lado del consumo no ha logrado tener su correlato por el lado de la producción y circulación de mercancías.

Por estas razones, el gobierno confiaba en que se trataba de un fenómeno pasajero. En cuanto la economía se normalice, los precios volverían a estabilizarse. Pero hay otros factores que hicieron que esta previsión no se cumpla.

En primer lugar, porque la tan ansiada «normalidad» parece que nunca llega. Menos aun ahora, cuando EE.UU. atraviesa, de nuevo, récord de contagios por el impacto de la super-contagiosa variante Ómicron.

Por poner un ejemplo, en octubre pasado Biden anunció que el puerto de Los Ángeles -uno de los gigantescos centros logísticos de distribución de mercancías del país y del mundo, que envía y recibe todos los productos que van o vienen de Asia- trabajaría las 24 horas sin parar para desatascar el tremendo enredo que se armó en la cadena de suministros y que todavía no se soluciona. Con la nueva masificación de los contagios y los aislamientos, medidas como éstas han quedado sin efecto. Detrás de este fenómeno continúa hoy el reclamo de toda la clase capitalista por terminar con los «molestos» aislamientos por los contagios de Covid-19 entre los trabajadores, poniendo en juego la salud de la población.

Pero hubo además otros factores además de la pandemia. Uno de ellos -por el que más llora el establishment neoliberal- tiene que ver con la emisión monetaria y el gasto público. La derecha, como siempre, apunta contra los paquetes de ayuda económica a las familias trabajadoras por la pandemia. Algo así como lo que nuestra no muy brillante derecha local ha dado en llamar «plan platita» o más simplemente «populismo». Mientras tanto, el progresismo vernáculo, fiel a su doctrina de que todo ya lo inventó Perón, encontró en estas políticas de asistencia razón suficiente para llamar al mandatario norteamericano «Juan Domingo Biden».

A decir verdad, la asistencia económica a las familias comenzó con Trump -algo que los neoliberales prefieren no recordar- aunque sí es verdad que se extendió con Biden. Sobre todo, a partir del inmenso programa de gasto estatal de 1,9 billones de dólares llamado Rebuild Better («reconstruir mejor»). La derecha carga sus tintas contra este paquete como causante excluyente de la inflación, en línea con su interpretación estrictamente monetarista del fenómeno. Aunque no es la única ni la principal razón, sí es cierto que es un factor influyente en el marco de la situación económica descrita más arriba.

Hay otro factor de la política monetaria que influye en la creciente inflación, de la mano de las políticas recién mencionadas. Se trata de la decisión de la Reserva Federal de llevar la tasa de interés a casi 0%. La intención fue apuntalar la recuperación económica por la vía del crédito barato y así poner a funcionar la rueda de la economía lo más rápido posible. Pero esta rapidez colaboró a que se forme el cuello de botella del que hablamos más arriba.

Ahora bien, todas estas razones están haciendo que Biden y el Secretario del Tesoro estén preparando un plan que, si se quiere seguir el juego con las analogías argentinas, habría que catalogar como propio más bien de un «Carlos Saúl Biden». Un retorno al en realidad nunca abandonado neoliberalismo.

Esto no debería sorprender a nadie, excepto a los que realmente se creyeron que Biden era algo así como un «populista», ya sea con o sin simpatía hacia ello. Lo cierto es que esta semana el presidente de la Fed, Jeremy Powellanunció que «de ser necesario» subirá las tasas de interés en caso de que persistan los aumentos de precios. Así como se espera que comience a tomar una política monetaria más contractiva.

El gobierno también ha enviado alguna señal en este sentido, una vez que confirmó que no habrá más cheques de «ayuda Covid» para las familias trabajadoras este año. Justo cuando la pandemia vuelve con toda su fuerza. El supuesto populismo de Biden duró lo que una luz en el cielo. El objetivo es bajar las expectativas inflacionarias para este año. Aunque la Fed proyecta un 2% anual, los analistas coinciden es que es una expectativa demasiado optimista.

Lo cierto es que, más allá de la esfera estrictamente económica, la inflación y la caída real de los salarios se está convirtiendo en un problema político para un ya golpeado Biden, cuando apenas está cumpliendo un año de mandato. Y las elecciones de medio término asoman en el horizonte, donde se pondrá en juego una muy endeble mayoría demócrata en ambas cámaras.

La encrucijada es que, si aplica una política de ajuste para bajar la inflación, corre el riesgo de frenar la recuperación económica, haciendo que caiga el empleo. Si no lo hace, la inflación probablemente seguirá su curso y la capacidad de consumo de las familias trabajadoras seguirá deteriorándose. Por supuesto, por más de rosa que lo pinte el progresismo yanqui y mundial, con Biden no cabe la posibilidad de un programa donde el ajuste lo paguen los capitalistas, lo que sería una verdadera salida progresiva para la clase obrera estadounidense. El centrismo de Biden puede convertirlo circunstancialmente en un Juan Domingo o en un Carlos Saúl, pero está claro que nunca será nada parecido a un Vladimir Illich.

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