¿Cuál es el lugar y el papel de Bielorrusia en la invasión rusa de Ucrania?

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  • Alexander Lukashenko, puede fingir obstinadamente que su país no tiene ningún papel en la invasión de Ucrania por Rusia, pero sus acciones dicen lo contrario.

Articulo de sinpermiso

Igor Ilyash

El presidente de Bielorrusia, Alexander Lukashenko, puede fingir obstinadamente que su país no tiene ningún papel en la invasión de Ucrania por Rusia, pero su decisión de bailar al ritmo de Moscú es fruto de su propia decisión.A fines de noviembre del año pasado, Lukashenko anunció públicamente por primera vez que se pondría del lado de Rusia en caso de una guerra con Ucrania. Durante varios meses, su régimen ha escalado constantemente su retórica, centrándose en la situación en sus fronteras del sur, desatando la histeria y reiterando su apoyo a la invasión de Vladimir Putin.

Si bien el gobierno bielorruso ha tenido una relación cercana, aunque subordinada, con Moscú durante años, ha buscado un cierto equilibrio con Occidente para obtener ventajas financieras y políticas de ambos lados. Pero las elecciones presidenciales de Bielorrusia de 2020 y sus sangrientas secuelas sacudieron la legitimidad del régimen de Lukashenko y lo han aislado de las instituciones occidentales, debido al fraude electoral y la represión policial. Esto ha obligado a Lukashenko a buscar cada vez más el apoyo de Putin.

Hace solo 18 meses, Bielorrusia buscaba el diálogo sobre el este de Ucrania, incluido un papel de mantenimiento de la paz. Sin embargo, desde finales de 2021, la amenaza de guerra en Ucrania se había convertido en una excelente fuente de distracción para las dificultades del régimen, permitiéndole consolidar su imagen pública. Pero ahora, con los acontecimientos fuera de control, la guerra podría servir como telón de fondo para una transferencia permanente de soberanía de Bielorrusia a Rusia.

La semana pasada, en la mañana del 24 de febrero de 2022, las tropas rusas comenzaron a invadir Ucrania, incluso a través de Bielorrusia. Lukashenko rompió así una de sus promesas más famosas: durante años había asegurado a Ucrania que nunca sufriría un ataque de Bielorrusia.

El mapa geográfico de las hostilidades actuales muestra la ventaja para Rusia de poder atacar a Ucrania desde la frontera con Bielorrusia. Gracias a Lukashenko, las tropas rusas ahora amenazan directamente a Kiev, en un momento en que las fuerzas que ingresaron al país directamente desde Rusia o Crimea se han estancado en el camino a la capital. A partir de entonces, Bielorrusia se convirtió en un canal para la invasión terrestre de Ucrania, así como para los ataques aéreos y con misiles, mientras que los soldados rusos heridos son enviados para recibir tratamiento en hospitales de la región de Homyel, en Bielorrusia. Este papel de un Estado tiene una interpretación bastante clara: según la Resolución de la Asamblea General de las Naciones Unidas 3314 de diciembre de 1974, las acciones de un Estado que proporciona su territorio para ser utilizado para un acto de agresión contra un tercer país también se considera parte de la agresión militar.

El teatro de Lukashenko

Si bien inicialmente se había manifestado abiertamente a favor de la invasión, el tono de Lukashenko ha sido, en los últimos días, anormalmente menos enérgico.

En el mes previo a la invasión, el presidente bielorruso habló de la guerra en prácticamente todos sus discursos. En ocasiones, su retórica fue mucho más dura y agresiva que la de los líderes rusos. Inspeccionó instalaciones militares. Abogó por lanzar ataques con misiles contra Ucrania e incluso insinuó el uso de tropas. También prometió que la guerra duraría “un máximo de tres o cuatro días”, ¡llegando a amenazar con que las tropas llegarían al Canal de la Mancha!

Pero mientras la invasión está en marcha, Lukashenko pasa su tiempo visitando hospitales y yendo a esquiar, mientras pide el fin del conflicto. También se ofreció a albergar conversaciones de paz.

Por supuesto, Lukashenko continúa culpando a los líderes ucranianos por iniciar la guerra. Insultó al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky, apoyó las acciones del Kremlin e instó a Ucrania a aceptar plenamente los términos rusos para la paz. Pero al mismo tiempo trata de presentarse como una “paloma” que quiere evitar la masacre. “Lo principal es que la gente no muera”, dijo a los periodistas el 26 de febrero -el tercer día de la invasión- después de ir a esquiar.

Por tanto, el presidente bielorruso camina sobre una cuerda floja política. No puede quedarse callado, pero parece reacio a involucrarse en el conflicto, diciendo que no hay tropas bielorrusas en Ucrania. Pero inmediatamente señala: “Si Bielorrusia y Rusia lo necesitan, [las tropas] entrarán en Ucrania”. También se contradice al afirmar que no se lanzaron operaciones militares en Ucrania desde el territorio de Bielorrusia, al tiempo que admite, en el mismo discurso, que los ataques con misiles se llevaron a cabo desde Bielorrusia.

En declaraciones a la prensa, Lukashenko fingió estar sorprendido de que se considerara a Bielorrusia como parte de la invasión, atribuyendo esta acusación a la “comunidad internacional”. Sin embargo, en una reunión con los responsables de seguridad bielorrusos, que convocó en las primeras horas de la guerra, Lukashenko utilizó una frase que explica plenamente estas contradicciones: “No debemos meternos en la mierda, ni convertirnos en traidores”.

En pocas palabras, Lukashenko no quiere verse envuelto en una guerra a gran escala, pero tampoco puede convertirse en un traidor a los ojos de Putin. Ambas opciones serían desastrosas para él.

La amenaza de una escisión

El comportamiento de Lukashenko en los primeros días de la guerra es explicable: siempre tiene en mente lo que piensa la sociedad bielorrusa.

La máquina de propaganda del régimen bielorruso ha pregonado durante mucho tiempo el lema “que nunca una guerra”. De hecho, lo ha pregonado hasta el absurdo, hasta el punto de que se ha convertido en la piedra angular de la ideología estatal. Las personas que apoyaban a Lukashenko, o que al menos eran indiferentes al sistema existente, justificaron todo lo sucedido refiriéndose a esta idea. “Sí, dijeron los partidarios de Lukashenko, vivimos en la pobreza y no se respetan nuestros derechos. Pero nuestros soldados no mueren en las guerras de otros pueblos”.

Debe entenderse que la actitud de los bielorrusos y los rusos hacia la guerra es significativamente diferente. Según varias encuestas [sería útil tener algunas muy recientes], entre la mitad y dos tercios de los rusos encuestados apoyan, de una forma u otra, la guerra con Ucrania.

Al mismo tiempo, una encuesta entre bielorrusos realizada por Chatham House reveló que el 11-12% de los encuestados estaba a favor de la participación del país en la guerra, y solo el 5% estaba a favor de enviar tropas bielorrusas a la guerra de Ucrania. Y eso, en un contexto de muy frágil apoyo al régimen: esta misma encuesta indica que el 27% de los encuestados apoya al régimen actual.

Así, la gran mayoría de los bielorrusos considera absolutamente inaceptable la idea de arrastrar al país a la guerra; Por lo tanto, la participación de Bielorrusia no solo dividiría al electorado de la dictadura, sino que, en última instancia, podría causar una escisión dentro del propio régimen. Lukashenko es plenamente consciente de este riesgo. Le es imposible presentarse como agresor o participar en un conflicto armado.

Parece que Lukashenko esperaba que la escalada rusa se limitara a chantajear a Ucrania [para forzarla a cambiar su actitud hacia la OTAN, u otros temas], en lugar de entrar en un conflicto armado. Y que si la situación se convirtiera en una guerra, se consideraría una simple “operación especial” (como la llama la parte rusa) y Ucrania caería rápidamente y sin mucho derramamiento de sangre.

Lukashenko le habría bastado con este equilibrio constante al borde de la guerra. Quizás esta sería una forma de existencia ideal para el régimen bielorruso en su estado actual, por lo que las autoridades sembraron con tanto entusiasmo la histeria militar a finales de enero y principios de febrero, cuando una guerra real no parecía formar parte de los planes de Lukashenko.

El intento de Macron

Después de que Rusia invadiera Ucrania desde territorio bielorruso, algunos analistas se han preguntado: ¿Puede Bielorrusia ahora ser considerada una potencia soberana? ¿Es Lukashenko capaz de tomar decisiones independientes o está bajo el control total de Putin? El propio Lukashenko no deja de justificar estas preocupaciones, refiriéndose a la opinión del Kremlin cada vez que comenta públicamente una u otra cuestión fundamental, ya sea el despliegue de tropas rusas en Bielorrusia o la participación en la guerra. Durante una visita a Moscú el 18 de febrero, incluso prometió consultar a su “hermano mayor” (Rusia) sobre su futuro político.

Mientras tanto, el 26 de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, telefoneó a Lukashenko exigiendo la retirada de las tropas rusas de Bielorrusia e instando a Minsk a abandonar su subordinación a Moscú, así como a dejar de colaborar en la guerra contra Ucrania. En otra situación, Lukashenko habría aprovechado tal atención de Occidente para contrapesar sus tensiones con Rusia y obtener concesiones en el tema de las sanciones contra Bielorrusia. Esto es exactamente lo que sucedió en 2014-15, cuando Lukashenko se distanció hábilmente de las acciones del Kremlin en Crimea y Donbass y luego se reconcilió con Europa.

Pero ahora Lukashenko depende completamente del apoyo del Kremlin. No puede resolver este conflicto unilateralmente. Cualquier intento de desviarse del rumbo de Moscú sería visto por Putin como una puñalada por la espalda, y la existencia del régimen de Lukashenko no tendría sentido para el presidente ruso. Desde el principio, el intento de Macron estaba condenado al fracaso.

El destino de Lukashenko está ya indisolublemente ligado al de Putin. Al igual que Putin, también es objeto de sanciones occidentales sin precedentes. Sin embargo, las sanciones y el aislamiento no son las peores amenazas para Lukashenko.

El movimiento contra la guerra

A fines de la semana pasada, circularon rumores de que Bielorrusia pronto tomaría parte activa en la agresión rusa. En la tarde del 27 de febrero, el Centro de Estrategias de Defensa de Ucrania, un grupo de expertos, informó que Lukashenko tomaría una decisión inminente sobre el uso de tropas bielorrusas para invadir Rusia.

La aparición de esta alarmante noticia coincidió con las protestas contra la guerra en Bielorrusia. Las había anunciado antes la dirigente de la oposición en el exilio, Svetlana Tikhanovskaïa. La gente comenzó a reunirse en los colegios electorales, donde iban a votar sobre un referéndum constitucional que permitiría a Rusia almacenar armas nucleares en Bielorrusia; las protestas se extendieron al centro de Minsk. Miles de personas corearon “No a la guerra”, “Gloria a Ucrania” y pronunciaron discursos insultantes contra Putin. Al menos 800 personas fueron arrestadas. Se han iniciado procesos penales contra varios manifestantes. Sin embargo, estas fueron las primeras protestas importantes en Bielorrusia desde principios de 2021.

La fuerza del movimiento contra la guerra en Bielorrusia dependerá del grado de participación de Lukashenko en esta guerra. Los líderes de la oposición han pedido a los bielorrusos que vuelvan a tomar las calles y bloqueen las vías del tren para evitar que las tropas rusas se muevan. Svetlana Tikhanovskaya dijo que el siguiente paso sería preparar una huelga contra la guerra de los trabajadores bielorrusos. Pavel Latushka [embajador en París de 2012 a 2019; exministro de Cultura de 2009 a 2012], otro líder de la oposición, instó al personal militar bielorruso a no cumplir “órdenes criminales” y a los reclutas bielorrusos a evadir el servicio militar obligatorio o tomar las armas para luchar contra el “dictador loco”.

Último intento

En este contexto, Lukashenko hizo un intento desesperado por transformar su papel en el conflicto organizando conversaciones entre Rusia y Ucrania el 27 de febrero.

La iniciativa en sí parecía una pobre imitación de un proceso de negociación. En primer lugar, era obvio que Homyel, un lugar utilizado como base para las tropas rusas, no era el mejor lugar para las negociaciones. En segundo lugar, la parte rusa informó a Ucrania que ya había llegado a las conversaciones y estaba esperando, un intento de acusar a la delegación ucraniana de no presentarse a las negociaciones y, por lo tanto, ser responsable del comienzo de la guerra. Los líderes ucranianos respondieron que no había acuerdo sobre una reunión en Homyel: no estaban contentos con el lugar y consideraban que las condiciones previas de Rusia (el requisito de dejar las armas) eran inaceptables.

Cuando quedó claro que los ucranianos no irían a Homyel y que la delegación rusa regresaría pronto a Moscú, Lukashenko llamó a Zelensky, a quien había insultado unas horas antes. Finalmente acordaron que la reunión debería tener lugar, no en Homyel, sino cerca de la frontera entre Bielorrusia y Ucrania, en la región del río Pripyat. Según su servicio de prensa, Lukashenko persuadió a Putin de que la delegación rusa esperara y se celebrara una reunión de todos modos.

Como era de esperar, las conversaciones no tuvieron éxito. Sin embargo, el comportamiento de Lukashenko en este episodio es bastante notable. Aparentemente, Lukashenko anhela volver a los días en que se presentó con éxito como un pacificador en el escenario internacional. Pero esta vez es demasiado tarde. Ya está involucrado en este conflicto. De hecho, existe una amenaza real de que el ejército bielorruso pronto se una a la invasión rusa. El 28 de febrero, el mismo día de las conversaciones de paz, el ejército ucraniano informó que las tropas bielorrusas habían comenzado a desplegarse en la frontera compartida por los dos países. Y varios medios ucranianos informaron que se habían identificado tropas bielorrusas cerca de la ciudad de Chernihiv en el norte de Ucrania.

Dicho esto, lo que sucedió durante las negociaciones es importante. Durante la conversación entre Zelensky y Lukashenko en la tarde del 27 de febrero, se dieron las siguientes garantías a la parte ucraniana: mientras las delegaciones viajaran a Bielorrusia y las negociaciones estuvieran en marcha, todos los aviones, helicópteros rusos y misiles desplegados en territorio bielorruso permanecerían en tierra. Tanto el servicio de prensa de Zelensky como el de Lukashenko mencionaron estas promesas. Pero las garantías no se mantuvieron. Esa misma noche, se supo que el territorio bielorruso había sido el punto de partida de nuevos ataques con misiles Iskander rusos en las ciudades ucranianas de Zhytomyr y Chernihiv.

Algunos verán las acciones de Lukashenko como una traición. Pero lo más probable es que estemos hablando de una situación en la que el presidente bielorruso no tiene control sobre las acciones del personal militar ruso estacionado en territorio bielorruso. Este es el precio que pagó Lukashenko por aferrarse al poder: una pérdida de soberanía y verse envuelto en una guerra.

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