China hoy: problemas, desafíos y debates. Perspectivas.

China hoy: problemas, desafíos y debates.

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Muy someramente, repasaremos los puntos anteriores a fin de trazar algunos escenarios. Comenzando por la cuestión geopolítica, un punto a tener en cuenta en la rivalidad sino-estadounidense es qué alternativas de relacionamiento baraja cada parte y cuánto apoyo tiene cada una de ellas. La situación hoy, sin lugar a dudas, es de una clara hegemonía de las líneas duras, tanto en uno como en otro país. La tendencia que señaláramos hace dos años en EEUU a un creciente consenso bipartidario en ser lo más agresivos posible contra China se ha convertido en una de las escasísimas líneas que no dividen a demócratas de republicanos. Antes bien, ese consenso se ha reforzado. En tanto, la situación de la elite política en China es obviamente menos transparente, pero la fluida renovación del mandato de Xi en el congreso del PCCh sugiere que la política de orgullosa autoafirmación nacional no tiene objetores (al menos visibles) sino, por el contrario, adherentes entusiastas.

Una de las probablemente no muchas voces que expresan preocupación por esta dinámica es la de Jia Qingguo, de la Universidad de Pekín. Jia “no espera que China siga el camino de la URSS de autarquía y confrontación con Occidente. A diferencia de la URSS, China está plenamente integrada a la economía mundial. Pero le preocupan puntos de vista más sombríos: ‘Internamente, tenemos quienes exageran la amenaza externa y quienes sostienen que China debe ser autosuficiente en todo’. En el orden externo, identifica ‘fuerzas occidentales hostiles, especialmente de EEUU, que buscan el desacople con China’. Por desgracia, concluye, los halcones de cada lado tienden a reforzarse mutuamente” (D. Rennie, “Hard choices loom”, TE special report, 15-10-22). Algo que no se le escapa a analistas occidentales, por ejemplo, al evaluar el boicot tecnológico de hecho anunciado por Biden en las vísperas mismas del XX Congreso del PCCh: “Una China más aislada y que mira más hacia adentro podría llegar a profundizar su nacionalismo beligerante” (“A new chapter”, TE 9317, 15-10-22).

Esta mirada es probablemente más realista que la presentada por una académica y ex diplomática estadounidense, Susan Shirk, en su libro Overreach: How China derailed its peaceful rise (Abarcar demasiado, o cómo China arruinó su ascenso pacífico). Al final del texto, sugiere que para la disputa entre EEUU y China la metáfora más apropiada no es la de dos boxeadores que se golpean hasta que uno derrote al otro, sino la de dos corredores que intentan cada cual adelantar al otro. En cambio, para el columnista sobre China de The Economist, “por ahora, y por desgracia, el gobierno chino ve más incentivos para pelear” (“Spoiling for a fight”, TE 9316, 8-10-22). Lo que se omite en esta última visión, naturalmente, es que esa disposición a la pelea no es el mero resultado del “mundo cerrado y paranoico de la política de la elite del Partido Comunista Chino” (ídem), sino la respuesta esperable a las provocaciones y medidas agresivas de “la política de la elite” de los partidos Demócrata y Republicano, “paranoica” o no. La situación de Taiwán puede llegar a ser una de las piedras de toque que defina el tono de la relación bilateral.

En cuanto a la situación de la economía, hoy está signada por los problemas que generan los aislamientos masivos y su impacto en el crecimiento. Aunque probablemente la conducción china esté buscando alternativas para flexibilizar la política de “covid cero”, esa transición no será ni rápida ni exenta de los riesgos sanitarios que ya señalamos. Y el riesgo sanitario, para un gobierno que se jactó durante toda la pandemia de “privilegiar la vida y la salud” de la población a un inmenso costo social y económico, es riesgo político.

Por esa razón, no hay que dar por sentada, como equivocadamente hacen muchos analistas, la inveterada “estabilidad” china, por más que sea la primera prioridad del PCCh. En una sociedad opaca, cuyas contradicciones y conflictos se reprimen o se barren debajo de la alfombra, la mecha aparentemente más insignificante y anodina puede iniciar un incendio. En ese punto, el modelo a tener en cuenta es el de la URSS y los países “socialistas” del Este europeo antes de la caída del Muro de Berlín: todo puede ser más frágil de lo que parece.

En este marco, cabe preguntarse cuáles pueden ser los puntos de apoyo para un vuelco a la izquierda de la situación de la lucha de clases, que por supuesto existe en China como en todas partes. Aquí, la primera definición a recordar es que Xi y el PCCh, lejos de ser una fuente potencial de un desarrollo en sentido progresivo de la economía y la sociedad chinas, estuvieron, están y estarán en la vereda de enfrente. No puede haber dudas al respecto: contra todas las posturas que alientan alguna expectativa en los líderes del PCCh o en el partido mismo en ese sentido, afirmamos categóricamente que todo cambio hacia la izquierda sólo puede de las luchas, las protestas, las movilizaciones y la organización independientes de los trabajadores, la juventud y las masas chinas.

El aumento de la desigualdad, el hartazgo social con los aislamientos y las incógnitas vinculadas a un desarrollo económico que pierde impulso, en el contexto de una “sociedad civil” bajo vigilancia y represión política permanentes, sin duda están fermentando un descontento larvado que nadie sabe cómo y cuándo logrará expresarse, pero que es imposible no advertir. Para esa eventualidad deben prepararse las organizaciones marxistas que quieran intervenir en las novedades que, más pronto que tarde, nos traerá el curso de China.

Post scriptum urgente

Casi en el momento de la publicación de este trabajo estallaron las protestas en muchas de las mayores ciudades de China contra el gobierno y en reclamo del fin de las medidas de confinamiento. La chispa que encendió la mecha fue la muerte de diez personas en un incendio en Urumqi, capital de la provincia de Xinjiang, cuyo rescate se demoró por cumplir los absurdamente rígidos protocolos de aislamiento. Días antes, los trabajadores de Foxconn –proveedora global de Apple– habían reclamado masivamente compensaciones salariales adeudadas vinculadas al covid. Es imposible registrar aquí el impacto real del movimiento, pero todos los analistas coinciden en que se trata de la ola de protestas políticas más grande vista en China desde 1989.

Es imposible aquí siquiera intentar un resumen de las eventuales consecuencias de este proceso, que por otra parte está en pleno curso. Sólo consignaremos aquí que este estallido sólo podía tomar por sorpresa a quienes daban por buenas las invocaciones oficiales a la estabilidad y la prosperidad continuas. El rol del Estado y el partido, como no podía ser de otra manera, fue de combinar una represión brutal con un cierto aflojamiento de las medidas de aislamiento, ante lo extendido y perentorio de las demandas populares.

En todo caso, y más allá de cómo se desarrollen los hechos, una cosa es segura: a poco más de un mes de la “entronización” de Xi como líder prácticamente vitalicio, las páginas que la prensa internacional dedican a China se están llenando ya no de retorcidas especulaciones sobre opacas negociaciones entre bambalinas en el seno del PCCh, sino de las voces frescas, nuevas y furiosas de miles de obrerxs, trabajadorxs, ciudadanxs anónimxs que muestran su descontento con las políticas del régimen y con el régimen mismo. Para quienes somos verdaderos socialistas, no puede haber mayor desmentida de la vaciedad de contenido del “socialismo” del PCCh, ni mayor satisfacción que ver cómo es el propio pueblo chino el que empieza a hablar con su propia voz contra quienes, desde hace décadas y de manera espuria, hablan en su nombre.

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