Breves apuntes sobre un cachetazo de impacto regional

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  • El MAS boliviano, con Arce y Choquehuanca a la cabeza, acaba de arrasar en las elecciones presidenciales. Paradojas si las hay, aunque no hubo conteo rápido, la boca de urna, más informal aún, fue tan categórica que sin esperar al tan mentado conteo oficial, la golpista blancoide Áñez se apresuró a reconocer a los ganadores, algo que Carlos Mesa hizo rápidamente también. Sólo Luis Fernández Camacho, desde su feudo racista en Santa Cruz, se resiste a reconocer lo evidente y denuncia “fraude”. Pero el problema que tiene es que en el resto del país hizo pésimaelección.

Roberto Saenz

“Señora, no queremos racistas en Bolivia. Esta presidenta vino a masacrar campesinos. Si quería llegar a la presidencia, porqué no se ha postulado en las elecciones (…) El presidente no ha ordenado fraude. Y respeten el voto campesino. ¿Hemos hecho fraude? No hemos hecho fraude señorita, eso es mentira de la derecha, de la CIA, del gobierno de los Estados Unidos. Lo vamos a enterrar aquí: que vengan a Bolivia, ¡aquí va a ser la tumba del capitalismo! Que aprendan, esta es la bandera de toda Latinoamérica [señalando la wipala]. Cuando Latinoamérica se una le vamos a sacar la tierra a los gringos”. (Campesino de los Ponchos Rojos reporteado por Manuela Castañeira en las calles de La Paz, lunes 18 de noviembre del 2019)

El MAS boliviano, con Arce y Choquehuanca a la cabeza, acaba de arrasar en las elecciones presidenciales. Paradojas si las hay, aunque no hubo conteo rápido, la boca de urna, más informal aún, fue tan categórica que sin esperar al tan mentado conteo oficial, la golpista blancoide Áñez se apresuró a reconocer a los ganadores, algo que Carlos Mesa hizo rápidamente también. Sólo Luis Fernández Camacho, desde su feudo racista en Santa Cruz, se resiste a reconocer lo evidente y denuncia “fraude”. Pero el problema que tiene es que en el resto del país hizo pésima elección.

Con guarismos del 52% para Arce y Choquehuanca (¡en algunos departamentos campesinos del altiplano se han llevado el 95% de los votos!), el 31% para Mesa y el 14% para Camacho, la elección quedó sentenciada y los peligros de fraude enterrados. La parábola evidente es que los golpistas sacaron a fuerza de militarización y matanzas como las de Senkata y Sacaba, al MAS del gobierno, sólo para que la resistencia antigolpista lo terminara reinstalando.

El resultado boliviano tiene evidentes resonancias continentales. La coyuntura reaccionaria instalada a partir de los triunfos de Trump en Estados Unidos, Bolsonaro en Brasil, Macri en la Argentina, Duque en Colombia y el golpe en Bolivia, parece estar deshilachándose.

Cuando en octubre pasado comenzó a gestarse en Bolivia el golpe de Estado, las masas no reaccionaron inmediatamente. Morales y Linera arrastraban elementos de crisis luego de 14 años de gestión. El gobierno del MAS boliviano había hecho concesiones menores, y, sobre todo, aparecía como un gobierno “propio”, originario y no racista. Sin embargo, había acumulado repudio por su manejo prebendario del Estado, su cooptación y estatización de los movimientos populares, medidas antipopulares como el “gasolinazo” –que saltó por los aires por la resistencia popular-, su intento de avasallamiento de poblaciones originarias el TIPNITS, su represión y bonapartismo frente a los movimientos de masas, etcétera.

Sin embargo, cuando en noviembre pasado Camacho ingresó en el Palacio del Quemado, la casa de gobierno del país andino, con una Biblia en la mano, y cuando comenzó la quema de wipalas, la situación se dio vuelta desencadenándose una verdadera rebelión popular antigolpista.

El MAS entró en vergonzosa desbandada con Morales y Linera renunciando y escapándose del país. También con Eva Copa, presidenta masista del Senado, negándose a asumir la presidencia y pasando acuerdos con los golpistas.

Pero el movimiento de masas que irrumpió desde abajo no era, exactamente, para defender a Morales o al MAS (que se desvertebro en menos de lo que canta un gallo[1]). Se trató de un movimiento popular contra el golpismo y la reacción fascista que encarnaban Camacho, la policía y el Ejército a modo de una suerte de revanchismo blancoide, neoliberal y capitalista, que pretendía hacer como que en Bolivia no existiera la población originaria y trabajadora; que es un país donde hay que “poner en vereda a los pueblos bárbaros”…

Con las masacres de Sacaba y Senkata y la desbandada de la dirección masista, más el vergonzoso paso al golpismo de la COB y otras varias aberraciones más por el estilo, Jeanine Áñez, Arturo Murillo y compañía lograron detener la rebelión y consolidarse en el gobierno de facto[2].

Sin embargo, es evidente que esto significó sólo una pausa en la resistencia popular, no una derrota duradera. Cruzado por la gestión catastrófica y racista de la pandemia, el deterioro económico y otros desastres, y ante las constantes postergaciones de la prometida fecha electoral, durante 12 días de agosto Bolivia vivió un levantamiento popular con 200 cortes de rutas que obligó a fijar una fecha electoral definitiva.

Si el levantamiento iba más lejos pidiendo la renuncia inmediata de Áñez, Morales y el MAS se ocupan de desmontar este reclamo. De ahí que todo se encaminara como un embudo hacia las elecciones. Y, de cualquier modo, el proceso electoral tuvo vicios como la inhabilitación del propio Morales no solamente a la candidatura presidencial sino, incluso, a postularse como senador, así como también al intento fallido de dejar al MAS fuera de la contienda por un artilugio legal…

Lo concreto es que las masas no habían sido derrotadas con el golpe y las elecciones han sido un reflejo distorsionado de esto: el gobierno extremo derechista golpista, neoliberal y racista, y todas las candidaturas asociadas a él, han recibido un sonoro cachetazo en la cara.

Las consecuencias regionales de esto son evidentes. El pasado domingo 18, día de la elección presidencial en Bolivia, coincidió con el año aniversario del levantamiento popular en Chile, que contó con 100.000 personas en las calles, y se encamina hacia el plebiscito de reforma constitucional que más allá que arranca amañado, no deja de expresar una búsqueda de cambio de ese paraíso del neoliberalismo capitalista que es el país que está detrás de los Andes.

Por otra parte, y con un impacto evidentemente internacional, en pocos días más se realizarán las elecciones yanquis, las que pandemia y rebelión popular mediante, hacen que Trump llegue con muchas posibilidades de ser derrotado. Entre Trump y Biden lo único que cabe es la abstención y la propaganda por la necesidad de un tercer partido, de trabajadores.

Pero sin duda alguna una derrota electoral de Trump tendrá un significado político objetivo y sólo podrá explicarse, si se concreta, como subproducto de la histórica rebelión popular antirracista que está viviéndose en los Estados Unidos; derrota electoral que configuraría un giro a la izquierda de toda la coyuntura internacional.

Si en la Argentina el Frente de Todos festeja del triunfo electoral del MAS, es evidente que no hizo nada para que se dé este resultado. Porque, además, y a diferencia de lo que afirman los medios adictos del progresismo en el mundo todo, los artífices de ese triunfo no son ni los Evo Morales, ni los Luis Arce, ni los Choquehuanca, ni tampoco ninguno de los funcionarios masistas acomodados en la administración del Estado: han sido las masas populares los artífices de la derrota del golpismo; las que pusieron heroicamente el cuerpo frente a las masacres del Ejército[3].

Bolsonaro, Duque y otros derechistas regionales como Piñera, resisten en sus países. Todavía habrá que ver la evolución de la coyuntura regional. Pero es evidente que no les hace ninguna gracia la derrota electoral del golpismo boliviano.

Si en Chile se está viviendo una rebelión popular histórica, contenida pero evidentemente llena de vida, y Colombia también se está moviendo, el factor de mayor estabilidad regional es el Brasil de Bolsonaro, donde la derrota del movimiento de masas es mayor (sobre todo por la desmoralización dejada por la corrupta y entreguista gestión del PT).

De cualquier manera la coyuntura está girando y habrá que ver todavía el curso de los desarrollos; sobre todo el resultado de las elecciones yanquis para ver dónde queda el péndulo mundial y regional (que anticipa un desplazamiento a izquierda).

Por otra parte, respecto del nuevo gobierno de Arce y Choquehuanca, se pueden adelantar algunas hipótesis. Está claro que no será un gobierno como el de Morales y Linera, que en su momento tuvo ciertos márgenes para hacer concesiones. La coyuntura es otra, marcada por la pandemia y la crisis económica. Pero, por otra parte, tampoco es factible un gobierno neoliberal abierto tipo Lenin Moreno en Ecuador –otro país que vivió un año atrás una rebelión popular que de momento parece contenida-. Porque la coyuntura ya es otra; está comenzándose a dejar atrás el pico reaccionario de la misma.

Así las cosas, lo que está a la orden del día es la puesta en pie de un gobierno centrista burgués capitalista a lo Alberto Fernández. Arce y Fernández serían la expresión superestructural de lo que venimos señalando: la oleada progresista se frenó y se agotó; pero el giro reaccionario nunca logró estabilizarse del todo. Incluso esto fue así en la Argentina con Macri, más allá que el programa económico, por ejemplo, de Cambiemos y el de Alberto Fernández, no sean muy distintos (aunque sí cambian las formas y las mediaciones).

Es que gobiernos como el del Frente de Todos o el MAS boliviano, son gobiernos que cuentan con el monopolio de la dirección del movimiento de masas, y eso es lo que termina seduciendo -si bien al comienzo a regañadientes- a la burguesía y el imperialismo, que enseguida se declaran listos para trabajar con ellos.

Es que el hecho que dirijan a las masas, o que monopolicen sus instancias dirigentes, les crean la esperanza de que puedan llevar a cabo las contrarreformas que los gobiernos reaccionarios no logran imponer; esto a diferencia de Brasil donde no solamente Bolsonaro se ha consolidado, sino que ha impuesto contrarreformas profundas.

Nuestra corriente internacional Socialismo o Barbarie llamó a votar críticamente por Arce y Choquehuanca sin darles un gramo de apoyo político. Lo hicimos porque era evidente que serían el canal de expresión electoral contra el golpismo, más allá que incluso entre amplios sectores de masas hay una justa desconfianza con el MAS y sus manejos anteriores.

No había cómo quedar neutrales cuando el golpismo estaba de por medio y cuando se podía anticipar que la inmensa mayoría de los explotados y oprimidos votarían como lo hicieron. Las corrientes que llamaron a la abstención cometieron un error de proporciones inexplicable, porque no existe neutralidad posible ante el golpismo y su expresión electoral[4].

Cuando en noviembre pasado viajamos con una delegación de nuestra corriente encabezada por Manuela Castañeira a poner el cuerpo en la resistencia anti-golpista y acompañar la resistencia de sus trabajadores/as y población originaria, nos quedaron claros varios elementos. Entre ellos, que las masas estaban repudiando el golpismo y defendiendo sus símbolos contra la opresión del Estado burgués racista boliviano, y no al MAS[5].

Esto puede ser una advertencia para lo que viene. Arce está hablando ya de que conformará “un gobierno de unidad nacional sin revanchismo”… Por lo demás, es evidente que luego de su gestión de década y media amigable con los empresarios y los mercados al frente del Ministerio de Economía, viene a continuar con esa tarea. Sin embargo, y entre otras cosas, hay que prestar atención a si los trabajadores y trabajadoras de El Alto y Oruro dejarán pasar impunemente masacres como Senkata y Sacaba. La reciente ratificación de Añez del asesino Murillo al frente del Ministerio del Interior del gobierno golpista, parece ir por el camino de la impunidad. El MAS no tiene buenos antecedentes en el camino de ser implacables con los que han ejecutado matanzas y represiones. Ya ocurrió después del Octubre boliviano y solamente las masas desde abajo podrán impedir una nueva ronda de impunidad: “Cuando en octubre de 2003 la ‘posta’ de la sublevación social que expulsó del gobierno a Sánchez de Lozada pasaba de las comunidades aymaras del altiplano a la ciudad de El Alto, centenares de miles de personas, en esa ciudad que cotidianamente se presenta como una Babel de migraciones, de los oficios y de las identidades sobrepuestas, se articularon como sofisticada maquinaria social en movimiento que al final derrotó a la policía y al ejército en el control territorial de la ciudad y derrumbó a un gobierno que había contado con uno de los respaldos parlamentarios más grandes que se recuerde en la historia democrática. Con estupor, el Estado vio cómo por encima de las redes clientelares y los localismos barriales, con los que cotidianamente negocia sumisiones, las calles y avenidas comenzaron a visibilizar en sus barricadas de gente y escombros unas extendidas, multidimensionales y complejas redes sociales de tipo laboral, vecinal, de parentesco y amistad, que no sólo tupió la ciudad de un sistema de autodefensa y soberanía territorial, sino que además funcionó como una confederación regional de multitudinarios ejércitos civiles armados de palos, y perfectamente organizados y disciplinados por barrios y calles, que durante una semana caminaban varias horas para surcar la ciudad de La Paz en afirmación corpórea de una decisión inapelable: la renuncia del Presidente”. (Sociología de los movimientos sociales en Bolivia. Estructuras de movilización, repertorios culturales y acción política. Álvaro García Linera, Marx a Chávez León y Patricia Costas Monje, Oxfam, La Paz, 2004, página 589) Una advertencia que bien vale para cualquier gobierno en Bolivia dadas sus inmensas tradiciones de lucha.

Al parecer el golpismo ha sido derrotado; al menos electoralmente. Pero el país sigue polarizado de manera extrema, las fuerzas armadas y policiales van a reclamar impunidad y la fuerza política de Camacho, localizada en Santa Cruz pero con un 14%, sumándole la Unión Juvenil Cruceñista y otras formaciones fascistas y racistas, lo que auguran es que nuevas y grandes luchas están por delante en el país andino. Heroicas peleas que siempre han caracterizado a Bolivia como un país pequeño pero con un movimiento de masas inmenso.


 

[1]Es verdad que posteriormente, de cara a las elecciones, volvió a estructurarse.

[2]Una consolidación muy relativa la verdad que sólo duró unos meses.

[3]Igual fue el caso del levantamiento en Octubre del 2003 contra Sánchez de Lozada. Mientras el pueblo alteño ponía su cuota de sangre en el levantamiento contra el Ejército, Evo Morales se encontraba en Suiza…

[4] Una de las corrientes que optaron por esta política –que no deja de ser una táctica, pero muy importante- fue el PTS argentino.

[5]Subrayemos que Manuela Castañeira fue la única figura de la izquierda argentina que viajó a solidarizarse a Bolivia durante el golpe en noviembre y una de las pocas dirigentes políticas del país en general que lo hicieron; un orgullo para nuestra corriente.

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