Brasil: una campaña sucia corrida a la derecha

El coqueteo con el evangelismo y el "olvido" de los derechos de las mujeres, las fake news, acusaciones de canibalismo y "pactos con el diablo". Todo vale en una campaña que genera muchas rispideces pero poco entusiasmo.

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A dos semanas del balotaje que tiene en vilo a todo el continente, el candidato del PT tomó los métodos y hasta parte de las ideas de Bolsonaro para intentar robarle algunos votos.

La remontada de Bolsonaro en la primera vuelta (las encuestas le daban una derrota por más de 10 puntos y quedó tan solo a 5 de Lula) abrió semanas de tensión e incertidumbre en Brasil. El PT y el Partido Liberal de Bolsonaro se lanzaron a una guerra encarnizada por los llamados «votos huérfanos». Sucede que, a pesar de la enorme polarización (las dos primeras fuerzas se llevaron el 91% de los votos) hay una franja relativamente grande de brasileños cuyos votos permanecen indefinidos.

Es el caso de los votantes de Ciro Gomes y Simone Tebet, candidatos centristas que se llevaron el cuarto y tercer lugar en la primera vuelta. Ambos han apoyado a Lula públicamente. Pero, en una elección que define tanto, es esperable que los votantes no sigan dócilmente los pronunciamientos de los candidatos.

Del «satanismo petista» al Lula evangélico

Para pintar un panorama de la situación electoral brasileña basta con decir que el principal tópico de discusión de los últimos días fue la posibilidad de que Lula da Silva haya firmado un pacto con el diablo. Tal fue así, que el candidato petista tuvo que publicar un comunicado en sus redes sociales que rezaba: «Lula nunca hizo un pacto ni conversó con el diablo».

El «escándalo del diablo», como lo llamaron los medios, se desencadenó luego de que el bolsonarismo difundiera un vídeo falsificado en el que Lula declaraba «converso con el diablo todos los días». En el video original, el ex presidente conversaba con representantes de las religiones africanas que tienen cierta presencia en Brasil (como la yoruba).

La falsificación buscaba explotar los prejuicios racistas de la población brasileña y, sobre todo, de las congregaciones evangelistas. Hasta 2020, había 65 millones de evangélicos en Brasil, algo así como el 30% de la población nacional. Este sector fue uno de los núcleos duros que llevaron al bolsonarismo al poder en 2018.

Tal es el peso de este sector reaccionario dentro de la sociedad brasileña que el «escándalo del diablo» se posicionó en el centro de todos los debates políticos. Un hecho preocupante en pleno siglo XXI. Pero más preocupante, incluso, es que el lulismo haya decidido virar su política para adaptarse al ideario evangelista.

Lula publicó una «Carta a los cristianos» en la que refuerza su creencia en Dios para desmentir cualquier pacto satánico. Uno pensaría que, corriendo el año 2021, el candidato del «progresismo» podría dar respuestas laicas y científicas a este tipo de acusaciones delirantes. Pero Lula eligió el camino de la fe.

Entre caníbales

El PT no se conformó con rebajarse a responder las acusaciones evangélicas. Al parecer, el lulismo decidió tomar las estrategias de campaña del bolsonarismo. Para eso puso a trabajar a un verdadero ejército de trolls generando fake news en las redes sociales.

El propio Lula acusó públicamente a Bolsonaro de canibalismo, tras difundir un vídeo de una vieja entrevista en la que Bolsonaro decía que «no participó en un ritual de canibalismo indígena en una de sus visitas a una comunidad porque no encontró a ningún compañero de viaje dispuesto a acompañarlo». André Janones, un diputado federal lulista, acusó a Bolsonaro de zoofilia.

Todas estas acusaciones no pasan de lo anecdótico y nada tienen de político. Bolsonaro y otros referentes de la nueva derecha vienen utilizando las fake news como un método de propaganda desde hace años. Lo novedoso es que el «progresismo» lulista se haya sumado a esa campaña.

La calle, el frente que Lula regaló

En realidad, es difícil pensar que estas estrategias ayuden a Lula. Al rebajar el nivel político de todas las discusiones públicas, Lula apela a los sectores más reaccionarios de la sociedad (caso de los evangélicos). Pero este intento desesperado por captar a parte de la base bolsonarista tiene pocas chances de triunfar. Los reaccionarios ya tienen a su candidato: es Bolsonaro.

Lo cierto es que, si Bolsonaro achicó la diferencia electoral que lo separaba de Lula, no fue simplemente gracias a sus trolls cibernéticos. Las fake news y el juego sucio siempre influyen, pero especialmente cuando hay ciertos elementos que predisponen los ánimos sociales para eso.

El petismo cuenta con una larga historia de escándalos de corrupción y, además, fue el artífice de contrarreformas antipopulares bajo Dilma Roussef. Esa fue la razón original de su caída en desgracia. No las fake news ni los pactos diabólicos.

Cabría preguntarse, en todo caso, por qué en la novena economía del planeta y la principal de Sudamérica existe un tercio del electorado cuyo voto podría decidirse por supuestos vínculos de los candidatos con seres del inframundo. Pero el atraso político de las discusiones en Brasil dice más de sus gobernantes que de sus electores. La miseria de años de ajuste y la falta de alternativas políticas para la población trabajadora (el PT renunció hace muchos años a sus veleidades «trabajadoras») ha dejado a miles de brasileños en manos de la derecha delirante.

Si Lula desea ganar las elecciones y, sobre todo, barrer las amenazas golpistas de Bolsonaro, debería preocuparse más por demostrarle a la población brasileña que tiene un programa para mejorar sus condiciones de vida y menos por si el actual presidente es caníbal o no. Sobre todo, debería prestar atención al terreno que Bolsonaro privilegió para torcer las elecciones: la calle.

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