Brasil: los elásticos “límites” del posibilismo

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  • La izquierda brasilera ante el peligro de una capitulación histórica.

Roberto Saenz

“Los periódicos nos informan que en España el conjunto de los partidos de ‘izquierda’, tanto burgueses como obreros, han constituido un bloque electoral sobre la base de un programa común (…) La novedad consiste en la firma del partido de Maurín-Nin-Andrade. Los antiguos ‘comunistas de izquierda españoles se han convertido en la cola de la burguesía de ‘izquierda’. ¡Es difícil imaginarse una caída más humillante! (…) no he enseñado nunca, jamás he enseñado a nadie, la traición política. Y la conducta de Andrade no es otra cosa que una traición al proletariado en provecho de una alianza con la burguesía”

León Trotsky, “La traición del POUM español”, 22/01/36, España revolucionaria, Escritos 1930/1940, Antídoto-Gallo Rojo, 2004, pp. 179/180

Los desarrollos en la izquierda revolucionaria brasilera se están poniendo graves. Este año 2022 hay elecciones presidenciales y todo indica que Lula junto con Alckmin en la vicepresidencia las ganarán ampliamente. Al día de hoy Lula totaliza algo en torno al 45% de la intensión de voto mientras que Bolsonaro marcha segundo cómodo con un 23% dependiendo de los sondeos (Genial/Quaet, esquerdaonline, 09/02/22).

Pero no se trata sólo de encuestas: la flor y nata de la burguesía brasilera considera que Bolsonaro ya cumplió sus tareas y que es poco controlable o seguro hacia el futuro –es decir, que no vale arriesgarse más por él al menos por ahora-. Por lo demás, amplias porciones de las clases medias urbanas de las grandes ciudades del sur del país rompieron con Bolsonaro porque sienten que las desprotegió durante la pandemia (Bolsonaro lleva año y medio cayendo en los índices de popularidad, Arcary).

  1. Capitulación en ciernes

En estas condiciones, aun a pesar de que estamos fuera del país y de carecer seguramente de la “sintonía fina” requerida para analizar la coyuntura, parece difícil que un manotazo bonapartista de Bolsonaro –que no puede descartarse, sin embargo- logre ser efectivo de aquí a las elecciones de octubre o inmediatamente después de ellas. Trump ensayó un –fracasado, pero aun así peligroso- manotazo puchista el 6 de enero del 2020 pero atención que había obtenido una votación de todos modos histórica: la mitad de los votantes lo votó a él imponiéndose Biden por una diferencia estrechísima (de ahí que la campaña de que le hicieron “fraude” siga teniendo impacto entre sus bases). Parece evidente que el escenario en el cual Bolsonaro llegaría a la elección no es el mismo.

En cualquier caso, sí es real que el bolsonarismo es una fuerza política de extrema derecha que llegó a Brasil para quedarse como ocurre con la mayoría de las fuerzas emergentes de la extrema derecha en el mundo[1]. Por esta razón, configura un peligro y aun perdiendo las elecciones por amplio margen, podría volver a resurgir rápidamente sobre todo si el gobierno de Lula y Alckmin concretan lo que seguramente serán: un gobierno liberal-social corrido a la derecha respecto de los iniciales gobiernos de Lula y el PT (esto sobre todo si el mundo sigue empantanado en una suerte de “crisis crónica” –crisis del 2008 nunca resuelta del todo sumado a las consecuencias no superadas aun de la pandemia- donde no se aprecian tendencias económicas ascendentes en su conjunto aunque existan “nichos” de enorme importancia de desarrollo capitalista –China y el sudeste asiático, entre otros[2]).

Es decir: las circunstancia económicas –y sociales- internacionales son completamente distintas a las que prevalecieron respecto de los países dependientes a comienzos del siglo XXI; mucho más desfavorables. Y de ahí que sea una grave ilusión el análisis de algunos autores publicados por Esquerda online, página web de Resistencia, que esperan que un posible gobierno Lula-Alckmin “retome una programa neodesarrollista” como el de las primeras gestiones del PT (los dos mandatos de Lula más Dilma Rousseff[3]).

En este contexto, desde los sectores mayoritarios del PSOL (sectores reformistas incluyendo aquí a Guilherme Boulos) y desde Resistencia (organización de origen trotskista-morenista) se aprestan a cerrar un acuerdo electoral amplísimo de conciliación de clases no solamente con el PT sino con el propio Alckmin y otras leyendas burguesas -y hasta golpistas- con la excusa –justificación- de “derrotar a Bolsonaro”…

Harían –harán, ¡aparentemente ya está decidido!- esto bajo la cobertura de la “táctica del frente único obrero”: “La táctica del frente único fue elaborada por la Tercera Internacional y posteriormente desarrollada por León Trotsky en el dramático contexto de la lucha contra el nazismo en Alemania (…) Cuando se está en una situación defensiva, los revolucionarios deben luchar por la unidad de las organizaciones que representan a los trabajadores y los oprimidos, por lo tanto, también, de todos los partidos de izquierda, incluso, los más reformistas, para construir una trinchera, barrera, muralla contra el enemigo de clase” (Arcary, ídem).

Es obvio que la táctica del frente único –en condiciones más o menos defensivas, lo mismo da acá- se plantea para luchar por la unidad del frente obrero (revolucionarios y reformistas) para construir una muralla contra el enemigo de clases. Pero es obvio que un acuerdo electoral de colaboración de clases no tiene nada que ver –en realidad, ¡es lo opuesto por el vértice!- a un frente de organizaciones obreras, porque, hasta donde sabemos, Geraldo Alckmin y demás leyendas burguesas que se integrarían a dicho frente electoral amplísimo, de “organizaciones obreras”aun reformistas no tienen nada[4]

Es decir: no estamos frente a un caso de frente único obrero electoral, sino en una circunstancia opuesta: un caso de frente popular de conciliación de clases. Y siquiera un frente de conciliación de clases con la “sombra de la burguesía” como fueron los casos clásicos en el siglo veinte, sino un frente amplísimo con lo más granado de la burguesía -lo que es una cosa bastante distinta; más contundente.

La circunstancia es gravísima porque configuraría una ruptura con los principios marxistas elementales incluso cuando no hay justificación alguna (más allá que nunca exista justificación para romper los principios, claro está): no se necesita un frente electoral de conciliación de clases para ganarle a Bolsonaro porque Lula y Alckmin (que le trae al PT los votos que perdió en el sur del país) parecen tener asegurado el triunfo.

Además, si esto no fuera así, siempre queda el recurso de votar a Lula en segunda vuelta razón por la cual menos se justifica aún esta ruptura total con los principios de clase (incluso podría votárselo en primera vuelta si se quisiera –posición oportunista con la que no estamos de acuerdo pero no significaría semejante ruptura de los principios como la que el PSOL y Resistencia están a punto de llevar a cabo- pero jamás integrándose a un frente amplio electoral de conciliación de clases).

Arcary insiste que “los principios importan. Combatir el fascismo sin vacilación es un principio. Ignorarlo sería fatal” (“Dos tácticas en la izquierda brasilera”) y claro que sí, combatir el fascismo es una tarea principista que no puede desestimarse. Pero Arcary parece pretender poner este principio por encima de otro principio: el de independencia política de clases de los trabajadores. Esta no es la manera de proceder del marxismo revolucionario: unos principios no anulan los otros sino que nuestros principios (que como decía un dirigente caro a los compañeros, Nahuel Moreno, son algunos pocos) deben ser congruentes –forman parte de una “constelación” o totalidad-. No existe una jerarquía tal de principios como insinúa Arcary porque, de ser así, los principios podrían ser violados a cada paso por el atajo -o la maniobra- de pretender que “algunos principios son más importantes que otros principios” –lo que evidentemente es absurdo hasta desde el punto de vista lógico-.

Lula no necesita del PSOL y de Resistencia para ganar la elección (el argumento oportunista de Rafael Baltar es el opuesto: su opinión es que los revolucionarios quedaríamos “propagandísticos” sino capituláramos a Lula-Alkmin). Sin embargo, la clase trabajadora y la juventud, los explotados y oprimidos brasileros, la vanguardia amplia, sí necesitan de un punto de referencia a izquierda e independiente para un potencial reagrupamiento de fuerzas frente a un gobierno como el de Lula y Alckmin, que será burgués y que, por lo demás, nadie se cree que venga con la intensión de desmontar las contrarreformas impuestas por Temer y Bolsonaro[5].

Por el contrario: si la mayoría de la burguesía y el imperialismo se inclinan cada día que pasa más por esta fórmula es porque consideran que son la mejor garantía para mantenerlas–y, sobre todo, legitimarlas– dándoles, en todo caso, una pátina de “liberal-progresismo” que les otorgue estabilidad frente al vértigo y los peligros de los últimos años. (El problema de la legitimidad de las contrarreformas es importante porque más o menos ampliamente entre crecientes sectores de masas en Brasil, aun de manera difusa, crece la consciencia que el desplazamiento de Dilma Rousseff de la presidencia y, sobre todo, la proscripción electoral de Lula en las pasadas presidenciales, fueron manotazos reaccionarios, antidemocráticos e ilegítimos –y esto también explica porque Sergio Moro, pieza central en esta operación golpista y desprestigiado por ella, no levanta cabeza.)

Es posible que, incluso, los militares prefieran “desensillar hasta que aclare” en vez de seguir embarcados en una aventura con Bolsonaro sobre todo porque, de momento al menos, no existe en Brasil un ascenso de la lucha de clases de justifique tomar más drásticas medidas o asumir la responsabilidad gubernamental en la primera línea.

Si en este contexto alertamos sobre un peligro de capitulación en ciernes de parte del PSOL, y, sobre todo, de Resistencia[6], es para se tome consciencia del paso gravísimo que se está a punto de dar: ¿Por qué razón Resistencia y Valerio Arcary, que tienen décadas de tradición socialista revolucionaria en dicho país,se embarcan en semejante derrape?

Ni siquiera los datos electorales más objetivos -y los vinculados a la lucha de clases- dan excusas para una entregada así. Arcary habla del “voto a Lula en la primera vuelta”, que el PSOL presenta “puntos programáticos para la discusión” -que amén de ser limitados, todo el mundo sabe que son papel mojado (¡porque si Alckmin ingresa a la fórmula presidencial es como una garantía suplementaria para la burguesía de que no se van a tocar las contrarreformas de los últimos años[7]!), insiste, correctamente, en que “no corresponde colocar ministros en un eventual gobierno de Lula”…,pero, sin embargo,esconde cuidadosamente el paso real que está a punto de dar la mayoría del PSOL, Resistencia y él mismo: se aprestan a ingresar en un frente electoral de conciliación de clases, cuestión que no fundamenta teórica, política, ni principistamente en ninguna parte –presenta la cuestión como “un frente de izquierda” lo que de ninguna manera es, ya lo señalamos-. (Atención que, además, Guilherme Boulos es uno de los tres negociadores nombrados por el PSOL para la negociación con el PT. Y no sólo se especula que bajaría su candidatura a gobernador de San Pablo en favor de Fernando Haddad, ex candidato presidencial del PT en última elección, sino que, para colmo, ¡estaría planteado que asuma un ministerio en el nuevo gobierno de Lula![8])

Y esta capitulación histórica para qué: para obtener diputados y/o senadores nacionales, gobernadores,o incluso ministros aunque se lo niegue (obviamente no tenemos los detalles del posible acuerdo, aunque seguramente tendrá fuertes rasgos “poroteros”). Es decir: para ninguna perspectiva revolucionaria como no sea un abordaje desmoralizador que en función de supuestas “ganancias presentes” entregue las perspectivas estratégicas. Arcary afirma que lo “desmoralizador” sería no derrotar a Bolsonaro; que habría que “echar lastre” -las palabras son nuestras- de todo lo demás para ese objetivo que efectivamente es imprescindible…Pero lo cierto es lo siguiente: a) los que se negaron –rotundamente- a movilizar para derrotar a Bolsonaro en las calles fueron, ni más ni menos, que Lula y los dirigentes del PT y la CUT, b) que para derrotar electoralmente a Bolsonaro, Lula y Alckmin no necesitan ni del PSOL, ni de Resistencia, ni de Valerio Arcary (¡pero sí los necesitan como taparrabos por la izquierda–furgón de cola- de su frente amplísimo!). Por lo demás, y c) una izquierda revolucionaria independiente sí hace falta para impulsar salir a las calles ante cualquier manotazo golpista, y también hace falta –es imprescindible- para ser oposición revolucionaria y por la izquierda al futuro gobierno burgués de Lula y Alckmin.

Es decir: lo desmoralizador es capitular ante el frente burgués amplísimo y no mantenerse independiente;no mantener abierta y vigente la perspectiva revolucionaria en Brasil entregando las perspectivas estratégicas a cambio de supuestas “ganancias” presentes como ya hemos señalado –un caso clásico de posibilismo y seguidismo presentado –en los hechos- como crítica al “sectarismo” o al “propagandismo”-.

En fin: si personalizamos esta nota es, efectivamente, para intentar que duela más. Y para alertar que lo que están a punto de hacer este grupo de dirigentes históricos del trotskismo brasilero,es un salto al vacío–que, para colmo, no tiene justificación empírica alguna.

  1. El peligro golpista

Veamos algo más pormenorizadamente uno a uno los elementos de este potencial desbarranque[9]. Respecto de la coyuntura, lo dicho: se aprecia con dificultad como Bolsonaro podría revertir un resultado que parece puesto. Bolsonaro tiene un núcleo duro de algo en torno al 20% del electorado que no lo va a abandonar. Vale.Por lo demás, Bolsonaro configura un peligro bonapartista que trasciende las próximas elecciones. Vale también. Sin embargo, Bolsonaro y la fuerza política que lo acompaña no son la totalidad del cuadro político brasilero. Porciones enteras de la burguesía parecen abandonarlo no solo por razones electorales sino porque no se confía demasiado en él -sobre todo cuando la burguesía no tiene necesidad de sus aventuras porque la coyuntura está bajo control, como ya hemos señalado-.

En segundo lugar, parte importantísima de las clases medias del sur del país que lo votaron se han alejado del gobierno por cuenta de su tratamiento genocida y negacionista de la pandemia -que también las afectó a ellas aunque muchísimo menos que a los sectores populares, lógicamente-. En esto el operativo de Lula y el PT, y el operativo del propio Alkmin, es inteligente: este último le garantiza a la coalición el apoyo de sectores medios de San Pablo, Río de Janeiro y Porto Alegre, en suma, de los núcleos urbanos clase medieros del sur del país que le vienen siendo esquivos al PT por desastres varios incluyendo la corrupción, y el PT le da a Alckminla poltrona de vicepresidente siendo que en su partido, el PSDB, no tenía igual futuro. Negocio redondo para ambas fuerzas.

En tercer lugar, aunque lo tenemos menos tan estudiado, no nos parece que las FF. AA. brasileras estén dispuestas a embarcarse en una aventura sobre todo si no hay necesidad; si las cosas no están extremadas y si la coalición amplísima les garantiza sus inmensos privilegios como corporación (de lo cual no puede haber la menor duda).

Estas circunstancias le ponen límites claros a Bolsonaro aun si no deja de ser el peligro que es. Sin embargo, el propio peligro debe ser circunstanciado: no es el mismo peligro en un momento ascendente del fenómeno que en estos momentos donde el bolsonarismo aparece a la defensiva, y donde los “planetas” que tres años atrás se terminaron alineando detrás de él, ahora se alinean contra él[10]

Arcary hace metodológicamente lo contrario: absolutiza el fenómeno sin realizar el análisis concreto de la coyuntura concreta de manera tal de justificar sus posiciones: “Bolsonaro no es un ‘cadáver insepulto’. El resultado de las elecciones de 2022 es todavía imprevisible. La elección de Lula sigue siendo (…) la hipótesis más probable. Pero eso es una suposición de cálculo de probabilidades con márgenes de incertidumbre” (“Dos tácticas en la izquierda brasilera”).

Citamos un artículo escrito meses atrás. Es real que se cometería un error al definir a Bolsonaro como un cadáver insepulto. Ya señalamos el peligro que configura incluso si pierde la elección –el bolsonarismo llegó para quedarse al Brasil-. Pero, así y todo, es un mal método marxista agitar espantajos: el análisis debe ser concreto para poder mensurar de manera correcta posibilidades y peligros. El marxismo es una ciencia y un arte, no una astrología. Los elementos de imprevisibilidad, probabilidad e incertidumbre existen en la naturaleza y en la sociedad, en la lucha de clases y en la política. Pero precisamente por esto el marxismo es una herramienta que nos permite, hasta cierto punto, científicamente, medir los desarrollos-realizar pronósticos alternativos-. Y dichos análisis indican que el margen de maniobra de Bolsonaro se ha visto sustancialmente recortado (¡el propio Arcary señala que Bolsonaro viene retrocediendo en su popularidad hace año y medio, y que la hipótesis más probable es el triunfo de Lula!).

Precisamente: quizás el elemento más importante de la coyuntura política es el anticipo de la campaña electoral y como se está fortaleciendo la coalición amplísima que están conformando Lula y Alckmin. Los detalles específicos se los dejamos a los compañeros brasileros de nuestra corriente. Pero todos los elementos indican que las “terceras variantes” (Moro, una candidatura independiente del PSDB, etc.) están encontrando enormes dificultades para afirmarse por fuera de las dos candidaturas principales que se aprestan a polarizar la elección[11].

Desde ya que Bolsonaro va a levantar la “puntería” y que conforme se acerque la campaña electoral propiamente dicha posiblemente su porcentaje aumente con el apoyo de todos los que le tienen miedo a un retorno del lulismo.

Sin embargo, dado los factores estructurales –los datos duros, de clase– en presencia, es difícil apreciar cómo podría Bolsonaro revertir el escenario de conjunto que lo encaminaría a una derrota electoral casi segura. Desde ya que Bolsonaro es Bolsonaro: podría intentar un zarpazo o golpe de mano–algo nada descartable-. Lógicamente que si esto fuera así tampoco se lo derrotaría con una coalición electoral sino,en todo caso,con una huelga general como por ejemplo ocurrió en la Alemania de Weimar en marzo del 1920 contra el intento de golpe de Estado de Kapp y Lütwittz. La histórica huelga general que derrotó el golpe de Estado fue convocada por Carl Legien, un burócrata socialdemócrata por el que nadie daba un peso. El análisis de Trotsky que retrospectivamente explicaba esto es que los burócratas sindicales-en determinadas oportunidades, no siempre- temen por su pellejo porque el fascismo amenaza a las organizaciones de masas como tales, ellos incluidos, en el seno de la democracia burguesa. Lo que, sin embargo, no prejuzga sobre lo que podría pasar en Brasil en caso de un intento puchista.

Es síntesis: el peligro de Bolsonaro y el bolsonarismo subsiste y seguirá existiendo después de las elecciones. Pero su potencial triunfo electoral no es la principal hipótesis que está por delante en Brasil este 2022. Aquí hay que evitar la maniobra política y polémica de colocar la subsistencia de este peligro potencial –el electoral y el golpista- en un terreno de incertidumbre talque, repetimos, a falta del arte y la ciencia del análisis marxista, se justifique cualquier proceder

  1. El eje Lula-Alckmin

¿Cuál es la hipótesis más probable para el 2022? Que el eje Lula-Alckmin, que se está constituyendo, arrastre la inmensa mayoría de las fuerzas incluso burguesas detrás de sí. Arrastrará una mayoría eventualmente no porque no subsista la desconfianza de porciones de la clase obrera con el propio Lula (los análisis de Resistencia parecen perder de vista este elemento olvidándose de los subsistentes elementos de desprestigio del PT[12]), sino porque los tres años y medio del gobierno de Bolsonaro no han resultado en ninguna satisfacción de las demandas populares sino lo contrario. Y porque en Brasil hay un fuerte retroceso de la clase obrera pero no una derrota histórica que los obnubile al punto de votar a mano alzada a su principal verdugo[13]

Si este análisis general es así, es evidente que la mayoría de las fuerzas sociales de la clase dominante tienden a bascular hacia el eje Lula-Alckmin. Es que Lula y el PT vienen dando garantías desde los años 1990 (es decir, hace largas décadas) de su confiabilidad, y las contrarreformas que en todo caso ellos no podían aplicar –aunque atención que aplicaron varias, ya lo señalamos- y que derivaron en el golpe parlamentario (no podían aplicarlas consecuentemente porque simultáneamente a la gestión del Estado burgués, siguen siendo la dirección de las organizaciones de masas, lo que les impone condicionamientos que no se nos escapan[14]), ya han sido implementadas.

Que faltan más contrarreformas, está claro: a la burguesía y el imperialismo nada les alcanza porque, además, y lógicamente, el ritmo lo marca el mercado mundial. Pero cuando uno se empacha con una comida conviene hacer la digestión primero antes de ir a un nuevo festín… Y, en todo caso, Lula-Alckmin aparecen hoy como una mejor apuesta; una apuesta más segura antes de ir a una nueva “comilona”. Es decir: son preferibles hoy antes de seguir con un Bolsonaro que no da garantías y puede poner en riesgo las adquisiciones logradas estos últimos años con manotazos aquí o allá (ver su intento de burlar el techo de gastos presupuestario para mejorar su política social[15]).

Cuando los planetas se alienan las cosas tienen fuerza gravitatoria. Y así parece ser el caso del frente amplísimo que cada vez abarca más porciones sociales: las finanzas, el imperialismo, la gran banca, los empresarios paulistas, Alkmin, varias leyendas golpistas burguesas, porciones mayores del PSDB (el propio Cardoso estuvo reunido con Lula), el PT, claro, el PC do B, desde luego, y hasta Boulos y… el PSOL más Resistencia con la excusa que “Un arrastre es una ola en forma de tsunami que se lleva todo a su paso. No habrá espacio que disputar a la izquierda de Lula. Pero, lo más triste no sería una votación dramáticamente reducida. Lo más grave es que rompería el diálogo con lo mejor del movimiento sindical, feminista, negro, estudiantil (…)” (Arcary, ídem), un argumento equivocado sobre el que volveremos abajo)…

Más allá que el diálogo con las masas es un elemento fundamental de la política revolucionaria aunque hay oportunidades en que ese diálogo implica decirle a las masas la “amarga verdad” y no hacer seguidismo (Lenin), veamos primeramente cuál sería –es- el carácter de clase de un frente así. Las y los dirigentes de Resistencia, y el propio Arcary, hablan de que se trataría de un “frente de izquierda”… un argumento que ya roza el cinismo más descarado.

En primer lugar, si la fórmula contiene a Alckmin, un dirigente con enorme trayectoria burguesa tras sus espaldas (fue por varios mandatos gobernador de San Pablo, el Estado más importante del país y el más industrializado –como se aprecia no estamos frente a un simple abogado burgués o cosa así[16]), está clarísimo que ya no se puede tratar de un tal “frente de izquierda” porque Alkmin no es de izquierda ni pertenece a la clase trabajadora:¡es una figura burguesa y de enorme envergadura! (de muchísima más envergadura que en su momento el desconocido José Alencar, vice de Lula en su primera presidencia[17]).

Esta falacia es dramática porque aunque la fórmula de Lula y Alkmin firme por la “dictadura del proletariado” (la ridiculez del PSOL de presentarle un programa que es papel mojado antes de nacer), todo el mundo sabe que no, que su gobierno a lo máximo será liberal-social, y que uno de sus compromisos centrales será resguardar cada una de las contrarreformas de los últimos años -como ya hemos señalado.

Por lo demás, incluso un frente solamente con el PT es discutible porque el PT es ya, y desde hace varias décadas, un partido burgués-obrero y no un mero partido obrero reformista clásico. Es decir: incluso un frente con el PT sin Alckmin y demás figurones y siglas directamente burguesas, sería un frente popular y no un frente de izquierda –o un frente único obrero electoral- porque el PT no tiene ni una sombra de elementos anticapitalistas, independientes… El PT es, como tal, constitutivamente, hoy en día, un frente popular, es decir, de conciliación entre las clases en sí mismo,por sí solo, en la forma de partido[18].

De ahí que estén mal las afirmaciones de Arcary de que fuera del gobierno el PT tiene un carácter obrero-burgués (aunque acá ya se está reconociendo lo que señalamos que al PT se le ha adosado un carácter, un elemento burgués) y en el gobierno los términos se invertirían para transformarse en burgués-obrero. Se trata de un mal uso de la dialéctica marxista porque el PT vive hace décadas en el gobierno… podrá no ser el gobierno nacional, pero prácticamente desde los años ‘90 administra porciones del Estado burgués sea nacional, estadual o municipal por no olvidarnos de las famosas comisiones obreras-patronales en las grandes automotrices que provienen de 30 años atrás: “(…) cuando está en la oposición es un partido obrero-burgués, y cuando está en gobiernos de colaboración de clases es un partido burgués-obrero, una solución teórico-dialéctica” (“Dos tácticas en la izquierda brasilera”, ídem). El problema es que incluso en los gobiernos estaduales y municipales, el PT siempre está en coalición con siglas burguesas. Lo que Arcary nos presenta aquí no una “dialéctica” sino una escolástica para justificar un curso que abandona los principios de clase elementales.

En estas condiciones, el bascular hacia este frente amplísimo configuraría –configura- una bancarrota de enormes proporciones, histórica para la izquierda en Brasil. Porque de un solo bocado el PT se deglute al PSOL, que aun en su reformismo genérico histórico resta como un instrumento electoral básicamente de independencia de clase (no en los Estados, pero al menos a nivel nacional). El retirar la candidatura presidencial no es un paso meramente “táctico” como lo presenta Arcary, sino una capitulación –estratégica- que liquida el carácter del partido.

Y no solo está el problema del PSOL: que cuadros y dirigentes de décadas del trotskismo brasilero ingresen en un amplísimo frente de conciliación de clases porque la revolución se demora y no llega, o por el peligro Bolsonaro –que es real pero Arcary encara de manera equivocada-; que asuman semejante atajo hacia la nada (porque si la pelea del día a día es difícil, si nos somete a una “lenta impaciencia” como diría Bensaïd, la construcción revolucionaria va creando las condiciones del futuro, mientras que capitulando se tira el presente y el futuro por la ventana[19]), es un evento de magnitud histórica al menos para nuestras reducidas filas[20].

España 1936

Frente a una capitulación potencial semejante hay que levantar una señal de alerta: ¡compañeros, compañeras, lo que están por hacer es gravísimo! No pretendemos actuar de “consejeros”, lógicamente. Sí alertarles a ustedes, a la militancia que los sigue y al resto de la izquierda que se mantiene independiente, de la gravedad del caso.

Lo más significativo es el aletargamiento que genera en algunos dirigentes la “espera revolucionaria”. La revolución tarda en llegar, supera los esfuerzos de las generaciones. ¿Y? ¿Dónde está escrito que el esfuerzo –el futuro- se verá coronado con el éxito en una o dos generaciones, o incluso más, o incluso nunca? No se trata de eso. Nunca se trató de eso; de ninguna “seguridad” o futuro asegurado de “éxito”, sino de un compromiso humano y científico con nuestra clase y sus intereses inmediatos e históricos en función de nuestra teoría, de nuestros principios, de nuestra estrategia de emancipación independiente, y de nuestra experiencia acumulada de que el capitalismo y el estalinismo, por no olvidarnos de esa lacra inmunda, no son alternativa para la humanidad explotada y oprimida. (Como recordarán, Walter Benjamín señaló agudamente en Sobre el concepto de historia que lo que más hundió a la socialdemocracia fue la creencia que “iba con la corriente”; un complejo semejante mal resuelto es el que parece tener la izquierda brasilera con Lula y el PT –que, desde ya, configuran una presión real mayúscula con la cual hay que medirse y que no puede ser resuelta, tampoco, de manera sectaria o mecánica.)

Incluso en la trayectoria histórica que los compañeros y compañeras de Resistencia reivindican, la corriente morenista, lo que están por hacer está reñido con los principios. Sólo hace falta recordarles la crítica de Moreno a Lambert a comienzos de los años ‘80 sobre el frente popular en Francia, para tomar conciencia de ello (un texto en general educativo aunque quizás algo sectario para los países dependientes[21]).

Quizás los compañeros y compañeras quieran escudarse en la experiencia del POUM en España a comienzos de 1936… Es conocido que el partido dirigido por Maurín, Nin y Andrade ingresó al frente popular por quince días durante las elecciones a comienzos de ese año firmando un programa que era el del imperialismo “democrático”, que reivindicaba la Unión de Naciones y que no se delimitaba del estalinismo, entre otras cosas.

El POUM salió de dicho frente popular luego de las elecciones y no colocó ministros en el gobierno nacional de la República Española, pero, sin embargo, arrestado por el franquismo Maurín (de tendencias más centristas que Nin y Andrade), Andres Nin, ex dirigente de la Oposición de Izquierda en España antes de romper con Trotsky, fue y vino con una irremediable orientación errática que lo llevó incluso a ingresar como Ministro de Justicia en el gobierno de la Generalitat en Catalunya durante algunos meses, los más importantes en la segunda mitad de 1936 (¡se ocupó de desmontar las formas de doble poder que el levantamiento antigolpista revolucionario de junio de 1936 había puesto en pié!).

Es verdad que Nin fue asesinado ignominiosamente por el estalinismo, y que se comportó de manera extraordinariamente valiente frente a sus verdugos (en España ocurrió la más amplia réplica fuera de la ex URSS de los Juicios de Moscú). También conocemos los argumentos de Andrade, discípulo de Nin, y otro importantísimo dirigente de la Oposición de Izquierda española durante los años 1930 y del POUM, justificando las cosas por “la presión por la unidad en la clase obrera” (argumento semejante al de Arcary). Todo esto es verdad, y también es verdad que en España había una revolución en marcha, lo que no es el caso de Brasil.

Y, sin embargo, Trotsky criticó de manera severísima que el POUM y los ex dirigentes de la Oposición de Izquierda en el país ibérico hubieran cruzado la línea de clase,rechazando que el argumento de la “unidad” lo justificara todo (como justificaría todo Bolsonaro hoy en Brasil). España es una discusión larga que aquí no podemos hacer. Muchas veces se le ha criticado a Trotsky –que pasaba por una coyuntura personal y política tremenda bajo la presión del estalinismo- haber sido sectario con Nin, etc., y, quizás, en las formas, haya sido duro, aunque Nin también se las traía: da la impresión de haber sido pedante con Trotsky dejando adrede cartas desesperadas de este sin responder incluso después que el POUM se integrara al frente popular [22]

De cualquier manera, no se trata de una cuestión subjetiva: la ruptura de los principios es gravísima, y la independencia de clases es uno de nuestros principios más importantes. Y los principios o“axiomas” revolucionarios no son –como podría creerse- algo de “sectarios” o un a priori político -o del conocimiento-, sino, por el contrario, una posterioriun concentrado de la experiencia revolucionaria anterior; de los jalones de la experiencia práctica acumulada por el movimiento obrero. Desde la frustrada Revolución Alemana y europea de 1848 Marx y Engels obtuvieron la experiencia que de la mano de las corrientes burguesas “democráticas” o pequeño burguesas, no se puede romper con el capitalismo, no se rompe con el sistema (fueron y vinieron pero esta experiencia fue la base inicial –lejana- de la teoría de la revolución permanente de Trotsky).

Entrar en frentes políticos aunque no se ingrese al gobierno con fuerzas burguesas de este tipo,sólo puede confundir a nuestra clase. Porque les crea la falsa idea de que se podría gobernar en sentido anticapitalista –o popular- con ellas –una suerte de millerandismo del siglo XXI que tanto daño le hizo al movimiento obrero francés más de un siglo atrás[23]-. Y, lógicamente, en el caso de Brasil, de Lula y de Alckmin, ¡a nadie se le podría ocurrir algo así!

Que se entienda bien. Nuevamente: no se trataría este frente amplísimo de ningún ejemplo de “frente único obrero” como afirma Aracary, sino, ni más ni menos, que del ingreso en un frente de conciliación de clases aunque no se ingrese al gobierno, o a un cargo ministerial. Integrando dicho frente el PSOL, Resistencia y Arcary, quedarían comprometidos con los que vaya a hacer dicho gobierno. Y, por lo demás, se les hará imparable que Boulos o cualquier otro integrante del PSOL diga: “ya está, estamos en el frente, como no vamos a integrar los ministerios”, ¡imposible enfrentar este argumento cuando se ha cedido en el 99% de los argumentos posibilistas!

  1. Abrir una vía independiente

Repasemos por última vez las excusas de los compañeros y compañeras de Resistencia para ingresar en el frente amplísimo. La primera es que no hay tarea más importante que derrotar a Bolsonaro. Efectivamente, cualquier política arranca en Brasil hoy por la derrota de Bolsonaro. Sin embargo, no se trata solamente de la tarea de derrotar su gobierno tout courtsino de cómo se lo derrota.

Es decir: siempre queremos derrotar un gobierno burgués y muchísimo más -si cabe-respecto de un gobierno potencial o realmente bonapartista, fascistoide y dictatorial. Ahora bien: aun así no da igual cómo lo derrotamos. Si lo derrotamos hipotecando la independencia política de la clase obrera, es decir, apoyando otra forma de gobierno burgués, o si lo derrotamos en una perspectiva independiente. Ambas cosas son muy distintas.

Es decir: buscamos derrotar a Bolsonaro pero simultáneamente abrir -o al menos no cerrar- la perspectiva revolucionaria independiente.Es decir: vincular esta tarea inmediata a nuestras perspectivas estratégicas; no escindir ambos planos.

Es por esto que: a) buscamos, primeramente, derrotarlo en las calles porque entonces su derrota será de más amplios alcances históricos y abriría mayores perspectivas políticas (¡algo a lo que Lula y el PT se niegan rotundamente, por lo demás!), y b) buscamos que, en todo caso, si se trata de una derrota electoral -porque no hay condiciones para más-, dicha derrota no sea a costa de la independencia política de la clase obrera, por ejemplo, no entrando en ninguna coalición de conciliación de clases, manteniendo nuestra independencia, la independencia del PSOL y Resistencia, y llamando al voto a Lula si es necesario, incluso, en primera vuelta –aunque nos parece un error oportunista que el PSOL no tenga candidato presidencial, como ya hemos señalado-. (El voto no es de principios; se puede votar incluso a un burgués. Lo que no se puede es entrar en una coalición con él y, menos que menos, en un gobierno burgués.)

Esta es la primera excusa, y creemos haberla respondido ampliamente, repetidamente, en este texto. Segunda excusa: “queremos formar un frente de izquierda; qué hay de malo en ello”. El problema es que siquiera un frente con el PT es propiamente un “frente de izquierda” (se entiende por frente de izquierda uno de independencia de clases), porque el PT, a esta altura del partido, y con la experiencia hecha, no es un mero partido obrero reformista. Es ya, y desde hace rato, un partido-frente burgués-obrero de conciliación de clases que hace décadas vive del control y administración de partes del Estado brasilero.

En una polémica anterior le señalamos a Arcary que su afirmación de que el PT no tenía vínculos orgánicos con sectores determinados de la burguesía era falsa, y lo reafirmamos: no se trata de la vinculación con uno u otro sector de la patronal económica (que, en realidad, no conocemos bien, pero quizás sí los tenga y aceitados con la patronal automotriz, entre otras), sino del vínculo orgánico con el Estado burgués; vinculo orgánico del cual vive hace décadas el aparato del PT.

Tercera falacia: “La figura de Lula, Lula mismo, es una conquista de la clase obrera brasilera”… Esta afirmación es equivocada por donde se la mire. Efectivamente, Lula es una figura carismática de la clase obrera brasilera: la figura popular más importante en el último siglo desde el ascendiente que tuvieran –para otra clase obrera y otro campesinado- un Getulio Vargas en su momento (aunque era un figura burguesa, no provenía del movimiento obrero), o el caso de Luís Carlos Prestes, figura del PC brasilero en su apogeo en los años ‘30.

Ahora bien: considerar a Lula, como tal, una “conquista de la clase obrera”, es confundir dramáticamente las cosas porque también se podría decir que es… una conquista de la burguesía brasilera para la contención de la clase obrera.

Es decir: Lula sería una conquista de nuestra clase si se hubiera mantenido como una figura independiente(en realidad, como ya señalamos, nunca fue una figura realmente independiente).Pero al capitular al régimen y al sistema como lo hizo hace décadas, aun a pesar de su prestigio, aun a pesar de su ascendiente sobre los sectores populares -que nadie puede ni quiere desconocer-, aun a pesar de su carácter carismático en un país donde el elemento popular tiene inmenso peso como Brasil[24], considerarlo como una “conquista” es una definición que nada tiene que ver con nuestra tradición: es naturalizar a un personaje histórico como si dijéramos que en la Argentina Juan Domingo Perón era –es- “una conquista de la clase obrera del país” por el sólo –y enorme- hecho de que fue, quizás, el dirigente –burgués- de masas más importante del país en el siglo pasado (esta claro que Lula es un dirigente obrero “reformista”, lo que es distinto aunque la analogía nos sirve para lo que queremos señalar).

Cárdenas en México, Perón en Argentina, Mandela en Sudáfrica,etc., han sido figuras de masas, algunas más “simpáticas” que otras pero no por ello las consideramos “conquistas de la clase obrera”. Y esto hasta por el hecho que, en general, cuando se trata de conquistas, se trata más bien de derechos sociales y políticos constantes y sonantes de nuestra clase que de personas, o, en todo caso, de organizaciones, el partido bolchevique era una conquista de nuestra clase, la primera etapa de la Kommitern también, los soviets ídem,  aunque es verdad que Marx y Engels, Lenin y Trotsky, Rosa Luxemburgo y Grasmci, Cristian Rakovsky, etcétera, compañeros y compañeras históricos dirigentes revolucionarios, son una conquista inmensa del movimiento obrero histórico, pero Lula es otra cosa muy distinta.

En fin: o el PSOL frena ante el abismo, o la tarea de las corrientes revolucionarias en Brasil es abrir otra vía de desarrollo independiente y revolucionaria que se postule como alternativa de izquierda tanto frente a Bolsonaro como al eje Lula-Alckmin en ciernes.

 


[1]La caracterización de Bolsonaro es compleja. Arcary define su fuerza como “un partido de combate’ en construcción”, como una “corriente neofascista (…) con un proyecto bonapartista (…), una corriente con influencia de masas de tipo fascista que se prepara para una larga lucha, sea cual sea el desenlace electoral” (“Dos tácticas en la izquierda brasilera”, Jacobinlat). Se trata de una definición que abarca rasgos reales –y peligrosos- del bolsonarismo con las que genéricamente coincidimos, pero que pierde de vista dos elementos de importancia: a) la ausencia de circunstancias tan extremas como las que alimentaron el desarrollo de este tipo de fenómenos en los años ‘30 del siglo pasado dándoles el carácter de masas extraparlamentario organizado que tuvieron, y b) el hecho que dicho contexto hiciera a estas formaciones imprescindibles para la burguesía. (Sin estas diferencias de contexto las que hacen que Traverso hable de este tipo de formaciones como “posfascistas” más que fascistas propiamente dichas, aunque el tema es discutible y la experiencia histórica dirá.) El encuadre que sugerimos no niega los peligros, pero los coloca en otras coordenadas –una perspectiva algo más mediatizada-.

[2]Es decir: circunstancias económicas internacionales desfavorables completamente distintas a las que tuvo Lula durante sus dos primeros mandatos en la primera década del nuevo siglo.

[3]Rafael Baltar, ¿E depois das eleiciones de 2022?”, esquedaonline, 11/02/22. El portal de Resistencia señala que las opiniones del autor corren por cuenta de él pero dicho autor la emprende contra aquellos que pretenden una candidatura independiente del PSOL y no capitular ingresando a un frente amplio de conciliación de clases como impulsa la mayoría del PSOL y Resistencia misma así que la delimitación no se sabe qué papel cumple…

[4]Repetimos por si no se entendió bien: el frente único obrero y el frente de conciliación de clases es evidente que se oponen por el vértice: el primero es una táctica muy importante en el arsenal de los revolucionarios; el segundo es una ruptura de los principios estratégicos de la izquierda revolucionaria que nada ni nadie pueden justificar.

[5]Cualquiera que diga otra cosa, es decir, que dicho gobierno de Lula y Alckmin no viene a legitimar las contrarreformas de Temer y Bolsonaro (con algún minúsculo retoque aquí o allá), o que pretenda que con un “programa de reformas” como el que está presentando el PSOL se podría condicionar a un nuevo gobierno de Lula, está trabajando para crear ilusiones en el lugar donde no hay ninguna perspectivas de satisfacerlas, es decir, en el posible nuevo gobierno de Lula-.

[6]No nos preocupa la polémica con el MES (Movimento de Esquerda Socialista) porque esta formación es oportunista desde su nacimiento y tiene montado un aparato que, aunque se haga el “izquierdista” en el PSOL, no tendría como financiar fuera de él (sólo recordemos que en el 2006 aceptó financiamiento de la empresa constructora multinacional Gerdau para su campaña electoral –algo de lo que nunca se autocrítico y le valió posteriormente el desprestigio de su principal figura: Luciana Genro).

[7]Un dato importante aquí es que bajo el gobierno de Lula, a pesar de todo lo que se dice, se realizaron contrarreformas neoliberales.

[8]Lamentablemente Resistencia le hace seguidismo a Boulos, un importante dirigente social del MTST (los trabajadores sin techo de Brasil, de características combativas), pero que no tiene rasgo alguno de tradición política independiente.

[9]Pedimos perdón al lector por anticipado si hallan en el texto algunos argumentos repetidos.

[10]Incluimos en esto al imperialismo yanqui con la circunstancia que Bolsonaro se estaría llevando mal con Biden y tirándole rosas a Putin.

[11]“El PSOL en la encrucijada”, Antonio Soler, izquierdaweb, 8/02/22.

[12]La nota se nos hace demasiado larga pero dejemos anotado que en los principales centros urbanos del sur del país, los más proletarizados, Lula y el PT no perdieron votos solamente de las clases medias sino entre la clase obrera también, y no está claro que ahora recuperen el “amor” que supieron tener por ellos entre los más granado del proletariado sino quizás, sobre todo, se trate de un voto castigo a Bolsonaro –en todo caso, remitimos este complejo tema a los compañeros y compañeras brasileras porque no podemos “legislar” sobre él a tanta distancia.

[13]Arcary señala que esa derrota histórica no se ha consumado aunque se ha vivido en Brasil un largo ciclo reaccionario de fuerte retroceso en la clase obrera (“Um impasse inestável”, esquedaronline, 27/09/21). Se trata este último de un buen artículo que subraya que los súbitos cambios en la conciencia popular ocurren en tiempos revolucionarios no porque la psique humana sea elástica y móvil sino, por el contrario, por su profundo conservadurismo (algo que ya habían señalado Lenin, Trotsky, el joven Lukács aunque de manera más “esquemática” por así decirlo, entre otros).

[14]Sin ser un caso idéntico, en la Argentina pasa algo similar: para imponer contrarreformas el mejor vehículo no es el kircherismo, que sumado a sectores del peronismo que están al frente de las organizaciones de masas del país, dependen de una serie de interrelaciones que hacen a la conformación misma del Estado argentino en su forma actual que no es tan sencillo desarmar.

[15]Lula habló del techo de gastos y, sobre todo, de que en España se había “revertido” –muy miserablemente- la reforma laboral pero lo hizo sin ninguna referencia a lo que iría a hacer en Brasil de volver a la presidencia.

[16]En los años ’30 de hablaba de la “sombra de la burguesía” para dar cuenta de los frentes populares dónde participaban formaciones burguesas o pequeño burguesas integradas no por figuras centrales de la burguesía pero que, de todas maneras, eran representantes de dicha clases en los frentes políticos con las organizaciones obreras.

[17]Todos los vicepresidentes de Lula y Dilma fueron burgueses o grandes burgueses: Alencar, luego Temer, ahora Alkmin… la receta se repite, es la misma de siempre: la conciliación de clases, “luliña paz y amor”…

[18]En determinados momentos históricos Nahuel Moreno señaló que el peronismo era una suerte de frente popular en la forma de partido. Está claro que el peronismo nació, desde el vamos, como partido burgués, pero como dirigía los sindicatos de masas recién creados, Moreno le dio esta definición sobre todo en sus inicios. Los inicios del PT son distintos, está claro: se trataba de un Partido de Trabajadores con rasgos reformista con rasgos más o menos independientes aunque desde el vamos Lula da Silva representó en él un ala de la nueva burocracia sindical emergente que venía a reemplazar a la vieja burocracia (los llamados pelegos). Sin embargo, desde comienzos de 1980 hasta el día de hoy ha pasado mucha aguda bajo el puente: el PT se ha acostumbrado a la gestión del Estado burgués y ha variado su carácter social en más de un sentido.

[19]En materia de principios no hay cuestiones sectarias u oportunistas: se trata de principios, elementos axiomáticos que resumen la experiencia histórica acumulada por la clase obrera (volveremos sobre esto).

[20]Es decir: los argumentos de que “no quedaría espacio”, etc., no son admisibles por dos cuestiones: a) los principios no son negociables en función de consideraciones tácticas, b) se puede sufrir el aislamiento hoy de las grandes masas, pero si se es claro y pedagógico el dialogo no se rompe: nos escuchan, las y los trabajadores creen que estamos equivocados, pero, quizás, nos den la razón después. Toda apuesta revolucionaria tiene algo de estratégico que si se pierde de vista se cae en el posibilismo (en la bancarrota presente y futura de las perspectivas revolucionarias).

[21]El texto en cuestión es “La traición de la OCI”.

[22]Nin rechazaba que Trotsky se metiera en la discusión española. Trotsky incluso se ofreció a ir a ayudar a Barcelona y creemos recordar que Nin jamás le respondió esta sugerencia.

[23]Millerand fue el primer caso histórico de ingreso de un dirigente socialista en un gobierno burgués. Está claro que aquí estamos criticando el ingreso a un frente electoral, no a un gobierno. Sin embargo, el efecto de confusión y posterior desmoralización puede ser el mismo al tomar responsabilidades políticas por un gobierno que seguramente va a frustrar las expectativas populares aun si va a ser una herramienta para derrotar –electoralmente- a Bolsonaro. En el caso francés el efecto fue que la clase obrera se hiciera masivamente anti-política un rasgo que subsiste hasta hoy.

[24]A veces se escapa el carácter popular de Brasil. Y es así: es un país donde su inmensa clase obrera se solapa con un carácter popular de masas social y culturalmente más indefinido –una suerte de mix de clases y fracciones de clase- que “destiñe” las líneas de clase, que le da a lo popular un peso inmenso como tal –algo que no es exactamente igual en la Argentina, por ejemplo- y que, claro está, habilitad con muchísima fuerza el impacto de una figura carismática como Lula que ha sido parte de la forja de las condiciones políticas de Brasil en las últimas 4 décadas.

Sin embargo, considerar a Lula mismo como una conquista de la clase obrera significa algo rayano al culto a la personalidad frente a lo cual Arcary alerta, es verdad (“Lucha por la dirección y conflictos generacionales en la izquierda”, Jacobinlat, 09/07/21). Sin embargo, en otros textos de Resistencia –y en su práctica, lo que es más importante-, se desliza otra definición: una falta de delimitación (un embellecimiento).

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