Bolsonaro, un león sin dientes

Luego de casi 48 horas de silencio, Bolsonaro, derrotado el pasado domingo, hace un pronunciamiento defensivo con rastros de ambigüedad para intentar mantenerse en el puesto de líder de la extrema - derecha brasileña.

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Luego de casi 48 horas de silencio, Bolsonaro, derrotado el pasado domingo por más de dos millones de votos y aislado política y socialmente como para llevar a cabo sus intenciones bonapartistas, hace un pronunciamiento defensivo con rastros de ambigüedad para intentar mantenerse en el puesto de líder de la extrema – derecha brasileña. Sin embargo, siguen las provocaciones golpistas de la base protofascista bolsonarista que deben y solo pueden ser combatidas de manera efectiva mediante la confrontación directa en las calles.

En primer lugar, queremos decir que compartimos el sentimiento de alegría popular de las masas por la importante derrota electoral de Bolsonaro en esta segunda vuelta. Es un valioso dato político nacional e internacional que pone un freno a la ofensiva ultraderechista en el país. A pesar del pequeño margen de su derrota, Bolsonaro se encuentra debilitado tras la elección y este resultado abre importantes posibilidades para que él y su base sean derrotados categóricamente.

El 30 de octubre, Luiz Inácio Lula da Silva fue elegido presidente de Brasil y gobernará el país por tercera vez. Con más de 60,3 millones de votos, equivalentes al 50,9% del total de votos válidos, Lula derrotó a Bolsonaro en las urnas por un estrecho margen, el más estrecho de la historia reciente. Fueron poco más de 2 millones de votos los que determinaron la derrota electoral del neofascista, una reducción de aproximadamente 4 millones de votos con respecto a la primera vuelta, hecho que demuestra la actual polarización política en el país.

Reivindicamos la importancia de la derrota electoral de Bolsonaro –lo que no significa inmediatamente que él y su movimiento se diluyen política y socialmente–, que sea el único representante que no logró reelegirse tras la restitución de las elecciones luego del fin de la Dictadura Militar. Celebramos tal resultado conquistado por las masas trabajadoras y su reserva de movilización, por muy electoral que sea. Las libertades democráticas necesarias para la lucha permanente contra el bolsonarismo y la libre organización en defensa de los intereses de nuestra clase están cobrando impulso. Estos intereses no estarán en la agenda de este próximo gobierno liberal-social que tiene a Alckmin como responsable del gobierno de transición.

Tras los resultados, la gran pregunta era si Bolsonaro reconocería la derrota y cómo reaccionaría su base, especialmente los sectores protofascistas. Líderes burgueses e imperialistas internacionales reconocieron rápidamente la victoria de Lula, así como figuras vinculadas al actual presidente, como Tarcísio de Freitas, gobernador electo en São Paulo; Hamilton Mourão, actual vicepresidente, senador electo; Ricardo Salles, exministro de Medio Ambiente y diputado federal electo y el hijo del propio presidente, Flávio Bolsonaro. En una combinación de fisiologismo clásico y bolsonarismo, y dado el carácter burgués del frente amplio de Lula, la preponderancia y el peso de las instituciones estatales burguesas aislaron a Bolsonaro de la posibilidad de un golpe de estado inmediato.

Si en el ámbito institucional las cosas pronto se mostraron desfavorables a las intenciones bonapartistas de Bolsonaro, en las calles hubo y sigue habiendo provocaciones golpistas, aunque marginales. Exigiendo el estado de sitio y la intervención federal de las fuerzas armadas, sectores de los empresarios agroindustriales y logísticos movilizaron paros viales en 21 estados y el Distrito Federal, que contaron con el apoyo criminal de la PRF, que el día de la segunda vuelta había ya montó operativos ilegales para tratar de impedir que las masas nordestinas pudieran votar.

En un intento por desconocer la soberanía del voto popular, estas acciones de grupos minoritarios se apoyaron en el silencio de Bolsonaro, que se reservó para medir y tantear la fuerza real de lo que llamó un “movimiento popular” en su lacónico pronunciamiento. Insuficiente y de carácter minoritario, este movimiento sufrió una notoria y pedagógica reacción de sectores de la clase obrera y simpatizantes organizados, que de manera independiente enfrentaron y desmantelaron una serie de bloqueos golpistas.

Estos pequeños y marginales levantamientos golpistas, enfrentados al reconocimiento inmediato de la victoria de Lula por la parte más importante de la clase dominante internacional y nacional, por la acción directa e independiente de los simpatizantes y trabajadores, no permiten hoy ninguna dinámica de acumulación de poder social y político a una aventura golpista. Sin embargo, hoy más debilitada, la extrema derecha logró asentar raíces político-metodológicas en el país que deben ser destruidas y que, de no ser confrontadas directamente en las calles, podrían volver a convertirse en un sector importante en la lucha de clases del próximo período. Con mejores condiciones tras el resultado electoral, es necesario evitar que el bolsonarismo sea una oposición con capacidad parlamentaria y extraparlamentaria.

El peso progresivo del voto anti-Bolsonaro por la experiencia concreta ante el desastre de su gestión y las reservas de movilización y lucha de nuestra clase, como los trabajadores del nordeste que enfrentaron las operaciones ilegales de la PRF, cuyo propósito era dificultar el desplazamiento de importantes contingentes masivos a las zonas electorales, fueron un factor decisivo en la derrota de Bolsonaro. La lección es clara: para enfrentar y derrotar categóricamente a la extrema derecha no se puede renunciar, bajo ninguna circunstancia, a la movilización directa en las calles y que la apuesta exclusivamente electoral de Lula, el PT y el PSOL, sin un programa dirigido a los explotados y oprimidos, constituyó una traición histórica que podría haber dado la vuelta a los resultados si hubiera habido algunas semanas más de campaña. Además, la izquierda del orden para nada se configura como una garantía de que el bolsonarismo no puede reorganizarse y fortalecerse, esto dependerá de la lucha independiente de los trabajadores, la juventud, las mujeres, el movimiento negro y LGBTQIA+.

Los resultados electorales ponen un pie en el freno de la situación política reaccionaria que mantiene a nuestra clase a la defensiva, pero no anticipan cambios sustanciales. Esta definición dependerá de la lucha de clases y de la capacidad de impulsar la reanudación de la organización y la lucha directa de los trabajadores para aumentar las reservas de voluntad de movilización que se vio el domingo (30) – algo que el lulismo ya está trabajando para contener: Gleisi Hoffmann se posicionó contrariamente a la disposición del MTST y de los simpatizantes organizados de enfrentar directamente a los bloques golpistas. Una vez más, para el lulismo, las instituciones lo son todo y las masas nada.

El lulismo, en sus primeros signos conciliadores, expresa en esencia la postura que tomaron mientras Bolsonaro imponía su agenda antiobrera y negacionista en el último período. Lula afirmó a lo largo de 2021, cuando se acercaba una nueva coyuntura más favorable para derrotar al bolsonarismo con amplias movilizaciones nacionales, que no debería llamarse al «Fuera Bolsonaro». Ahora, una vez más, están orientando a sus bases a ignorar por completo los bloqueos golpistas y los nuevos actos que tienen lugar este miércoles (2) en una serie de ciudades frente a cuarteles militares, dejándolos resueltos por las instituciones burguesas del Estado, los mismos que arrestaron al ahora presidente electo y que destituyeron a Dilma Rousseff.

Sin embargo, se abre una nueva coyuntura de transición al nuevo gobierno, más favorable, que seguramente tendrá como elementos totalizadores el mantenimiento de la polarización y la crisis política (ahora atenuada momentáneamente). El estado de alerta debe superar el clima de que ya está todo resuelto. Hemos ganado una batalla importante, pero estamos en guerra. Por eso, ante las persistentes provocaciones golpistas, es necesaria una respuesta adecuada y exigir de inmediato que el lulismo rompa con su postura pasiva y traidora para construir un enfrentamiento contundente con nuestro enemigo y que no pueda ni soñar con planes golpistas ni emerger como un alternativa al frente de nuevo.

Nosotros, la corriente Socialismo o Barbarie, seguiremos en las calles y en las estructuras de trabajo y estudio contra todas y cada una de las aventuras golpistas y escaladas reaccionarias y autoritarias, reivindicando todo el arsenal táctico-estratégico del axioma de la experiencia de la lucha obrera en historia. Aunado a esto, continuamos en la tarea estratégica de construir una alternativa concreta a la izquierda del lulismo, abandonada por el Psol en su capitulación y adecuación al orden al incorporarse al frente burgués de Lula y Alckmin – muy probablemente nuestro viejo partido será parte del próximo gobierno-, y federándose con un partido burgués como Rede. Este panorama seguramente implicará, para el próximo período, en una etapa de reorganización de la izquierda socialista en el país y que deberá afrontarse con un rechazo resolutivo a todo tipo de sectarismo estéril y oportunismo reformista.

Finalmente, una vez más, como lo hicimos antes y durante la campaña electoral con nuestra organización y con la Bancada Anticapitalista, llamamos a la implementación inmediata de la táctica de los comités de lucha unidos en todo el país, que unifiquen a la izquierda del orden, la izquierda socialista, los movimientos sociales, el movimiento estudiantil, el movimiento negro y de mujeres y todas las centrales sindicales para acabar de una vez por todas, mediante una amplia unidad de acción, con la movilización golpista. ¡A este llamado se suma la necesidad de convocar a una huelga general de las centrales sindicales como la CUT, CTB y CSP-Conlutas para trasladar toda la fuerza de los trabajadores de sus actividades al enfrentamiento directo en las calles!

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