Apuntes en primera persona: La desigualdad y el COVID-19 en América Latina y el Caribe

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  • La oportunidad reflexiva que nos abre la actual pandemia es funcional para poner en tela de juicio todas esas violencias y opresiones que en el sistema capitalista hemos normalizado e interiorizado.
  • El error en el tratamiento que se le pueda dar a la situación es seguir apelando a la individualidad como solución al problema de la pandemia.

Por Lic. Mauricio Cedeño Camacho.

A continuación presentaré una serie de apuntes sobre la desigualdad, la mayoría en primera persona, otros guardando alguna formalidad, pero todos en el marco de la situación actual de la pandemia del COVID-19. La intención del texto está más en proponer algunas líneas para la disertación al respecto, y no pretende agotarlas o resolverlas.

La coyuntura actual de la pandemia del COVID-19 nos ha puesto de cara ante un panorama sin precedentes como miembros de diferentes sociedades. Por eso tiene una escala diferente a cualquier coyuntura que las generaciones vivientes pudiéramos experimentar alguna vez, con repercusiones globales. Realmente globales, y hago énfasis en “realmente”, porque ahora sí el análisis de la pandemia deberá superar el eurocentrismo, e imperialismo, para caracterizar el conflicto.

Es cierto que en el acervo histórico occidental pueden estar la peste negra en Eurasia, la gripe española, dos Guerras mundiales y etc., pero al final, hoy en un contexto digital y tecnológico sin precedentes en cualquier civilización humana, con la información online y la intercomunicación mundial, el alcance de la pandemia se comprueba planetario. Aunque también se evidencia que la vivencia de la pandemia global no es igual para todo el mundo.

 

Desigualdad

La novedad que representa la pandemia del COVID-19 para la humanidad está generando un aprendizaje en tiempo real, ha puesto en tela de juicio el statu quo de los diferentes sistemas de  vida en todas sus dimensiones, desde el plano afectivo hasta pasar por las dimensiones económicas del capitalismo, trastoca todas las relaciones sociales tal cual las habíamos conocido hasta el día hoy. Reitero, pasa por un tema global, cada Estado, cada país, desde sus particularidades y con sus propios rasgos culturales se está viendo afectado. Menos de una veintena de países en el mundo no reporta casos positivos de COVID-19, y al final eso hace dudar más de la transparencia de la información que proporcionan esos Estados, o de los alcances de sus sistemas de salud para detectarlos, y en varios casos la población, desde abajo, pone entre dicho a quienes gestionan sus gobiernos, así como está sucediendo en Nicaragua, Brasil o Estados Unidos, algunos de los países donde sus gobiernos asumieron una política negacionista del COVID-19 en aras de sostener intereses económicos, y hoy están pagando un alto precio, tanto en vidas humanas como en credibilidad estatal.

Por eso no suena descabellado que comencemos hablando de los sistemas de salud. Veamos, el verdadero reto que representa para los sistemas de salud en América Latina, y el Caribe, luchar contra COVID-19 está más allá de solo la cantidad de camas y equipos respiratorios que pueda tener cada hospital de la región, pues el “cuadro sanitario (es) mucho más complejo que el de países como Italia y España, también le destina muchísimos menos recursos a la salud pública” (Wallace, 2020).

Al día de hoy en América se concentran “el 45% de contagios de la Covid-19 en el mundo frente a Europa, que acumula más del 46%. EE.UU. es el foco rojo del continente (…) El epicentro latinoamericano está en Brasil, que ya supera el millar de muertos” (Ferri, 2020). Y lo que realmente se hace evidente es que hay un verdadero problema en cuanto a distribución de la riqueza que genera una brecha insondable para una gran parte de la población en cuanto a condiciones higiénicas mínimas. Por ejemplo, Brasil inició una “desesperada” carrera por adquirir material médico antes de la llegada del pico más alto de contagios que se espera. Y ante la muerte confirmada de más de 1.000 personas, sumado a la historia del Estado brasileño, además de las posturas bufonescas y fascistoides de Bolsonaro, nos da pie para pensar, o al menos sospechar, que esos recursos y suministros médicos limitados no estarán en alcance de los más de 13 millones y medio de brasileños que viven en pobreza extrema, o de los 54,8 millones que vienen en condiciones de pobreza (El País, 2020).

Según la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se estima que más de un 30% de la población latinoamericana no tiene ningún acceso a atención de salud debido a que no tiene como pagarla, y un 21% por barreras geográficas (OPS,2019). Ecuador también da un triste testimonio de esa brecha que señala la OPS con un sistema de salud colapsado por completo ante la epidemia. Las imágenes de cadáveres en las calles de Guayaquil nos dan cuenta por sí mismas del dantesco escenario.

 

¡Lávate las manos!

Hasta el momento las autoridades sanitarias nos han insistido en dos recomendaciones que se presentan como necesarias, y obligatorias, para combatir el COVID-19. Por un lado, “Quédate en casa”, y por el otro lado “el lavado constante de las manos”.  Desde el imaginario de la clase media debería ser relativamente fácil erradicar el esparcimiento del virus. Es tan simple como ser aseados y no salir de la casa. Sería bueno, además, que aprovechemos este tiempo y aprendamos otro idioma, ¡ah!, y que nos pongamos en forma física haciendo mucho ejercicio en casa. Pero resulta que la realidad es mucho más compleja que eso. Es cierto que las medidas de higiene, de aseo y distanciamiento social son necesarias, es una cuestión de ciencia, es el método para combatir la propagación del virus. Pero también pasa por un tema de clase, no todo el mundo puede quedarse en la casa, se necesita buscar el pan, y ni siquiera se le puede garantizar agua potable a toda la población en la región.

Veamos, según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), América Latina y el Caribe (ALC) es una de las zonas del planeta en la cual existe agua en abundancia. Apuntan que en promedio hay “una precipitación media anual de 1.600 milímetros y una escorrentía media de 400 mil metros cúbicos por segundo, concentra casi un tercio de los recursos hídricos mundiales” (Foro Mundial del Agua, 2018, p.4), hay que tomar en cuenta también otras variables geográficas, algunos lugares de ALC son desérticos mientras que otros tienen demasiada agua (un régimen hiper hídrico). Y parte importante de todos esos metros cúbicos de escorrentía en el continente son por la zona amazónica. Es decir, la geografía en ALC es tan diversa y contrastada como su gente. Pero en términos generales, por cuestión de cantidad de agua, y con las posibilidades tecnológicas e ingenieriles de hoy, debería partirse del supuesto de que hay agua suficiente para abastecer a toda la población. Al fin y al cabo, estamos hablando de agua, no es ningún lujo prescindible, es un líquido vital y un derecho humano, además.

Esa abundancia del recurso hídrico está lejos de garantizar acceso a la población, es un contraste de la zona, una barrera que se traduce en una segmentación socioeconómica, lo hace porque en la región más de 13 millones de habitantes no tienen “acceso a fuentes mejoradas de agua y casi 61 millones a instalaciones mejoradas de saneamiento, situación que en el sector rural se agrava (…) tan solo 65% de la población de la región tiene acceso al agua potable y 22% al saneamiento” (Foro Mundial del Agua, 2018, p.10). Entonces, hablar de lavarse las manos y ser aseados para no propagar el virus COVID-19 no resulta tan obvio y fácil, al menos no para más de 13 millones de personas en la región. El imaginario de la clase media es seductor, un arma ideológica del capitalismo que ha moldeado generaciones, y seduce porque transferir la culpa desde la individualidad a quién no se lave las manos, hasta moralmente genera superioridad, genera altura moral para señalar y dictar sentencia contra quienes no acataron las normas de higiene básicas. Pero queda en evidencia, el 65 % de la región no tiene acceso al agua potable ni siquiera para consumo, y la segregación de esos millones de habitantes es sistémica.

Ante la falta de agua limpia para lavarse las manos se recomienda también el uso del alcohol en gel, este puede funcionar como alternativa. Pero en Costa Rica, por ejemplo, el litro de alcohol en gel de la FANAL ronda los 13 dólares. Vale que nos preguntemos si todo el mundo está en la capacidad de hacer esa inversión. Por eso, estar “limpio” también es cuestión de clase.

 

¡Quédate en casa!

La otra recomendación para evitar la propagación del COVID-19 es la del aislamiento social. De nuevo, desde el imaginario de clase media es fácil plantearlo. Tal vez, es hasta la medida más simple de todas. A quién no le gustaría estar en su casa sin madrugar para desplazarse al trabajo, usar la ropa que le plazca, comer lo que le gusta frente a la computadora y usar internet. Por eso, también se ha vuelto común el señalamiento desde la altura moral. Señalar a quién no se queda en casa se ha vuelto una tarea de civiles con tareas de policía comunal. Y por parte de los Estados nacionales, la pandemia del COVID-19 es el justificante perfecto para operaciones y acciones cada vez más punitivas y represoras. Es necesario apoyar el aislamiento social como medida, pero nunca se debería perder la perspectiva de clase para analizarlo, o podríamos caer en posturas protofascistas y violentas.

Las dimensiones de accesibilidad económica en ALC son variadas y diversas, cada país está mediado por sus propias relaciones de poder y distribución de la riqueza, por eso, en este punto me limitaré a hablar en términos locales, y me referiré solo a Costa Rica.

Según datos del Estado de la Nación, en Costa Rica las condiciones socioeconómicas adversas vienen aumentando. Cada día hay más personas viviendo en la pobreza o en la miseria en Costa Rica, la pobreza en términos generales aumento al 21,2%, mientras la extrema lo hizo al 6,3%. Se habla entonces de un total de “491.304 hogares y 1.763.994 personas (…) afectadas por uno o ambos métodos de pobreza” (Estado de la Nación, 2019, p.3). Este primer dato nos puede llevar a sospechar que las condiciones materiales de más de millón y medio de personas en Costa Rica están por debajo de suplir las condiciones mínimas para poder exigirles el “quedarse en casa”. Solo digo que cuando las necesidades te obligan a luchar cotidianamente para poder comer varias veces al día, las prioridades cambian. Y el Estado tiene una responsabilidad estructural con la distribución de la riqueza que incide directamente en esos índices de pobreza y miseria. Al final, es la victima quién es señalada y criminalizada por salir a buscar el pan. El sistema propicia que te mate el virus o te mate el hambre.

Tampoco podemos seguir partiendo de que todos podemos quedarnos trabajando desde casa. Es más, estamos en un país que reporta una tasa de desempleo del 12%, son “294 914 personas desempleadas, en un año aumentó 2,7 puntos porcentuales” (Mora, 2019). Ante esos datos de desempleo, de pobreza y miseria, podríamos dar pie a pensar que resolver cuestiones como la conexión a internet para teletrabajar, y estudiar, desde la casa no están en el primer lugar de prioridades para poco más de millón y medio de personas en el país.

Según las investigadoras Pamela Jiménez Fontana, Natalia Morales Aguilar y Rafael Segura Carmona, el aislamiento social no se ha podido solventar por igual para todas las familias costarricenses, “Aproximadamente 335.900 hogares (21%) se encontraban en condiciones de pobreza antes de la crisis, de los cuales 93.500 ni siquiera tenían los ingresos mínimos para cubrir las necesidades básicas alimentarias. Las limitaciones económicas que viven muchas familias de bajos recursos contrastan con la cuarentena que están viviendo aquellas de mayor ingreso. En Costa Rica, el 10% de los hogares más ricos tiene un ingreso 25 veces superior que los más pobres (PEN, 2019)” (Jiménez, Morales & Segura, 2020).

También, es válido cuestionarse desde una perspectiva de clase lo que puede significar una casa. Ese espacio físico, esa estructura arquitectónica en el que se nos solicita con vehemencia no salir. Porque el espacio y su calidad también es determinante para poder asimilar el confinamiento. De nuevo, desde un imaginario equivocado podríamos caer en la tentación de asumir que todo el mundo tiene acceso a un espacio físico con características necesarias mínimas. Pero la realidad es otra, “de los poco más de 1.600.000 hogares de Costa Rica, un 9% reside en viviendas en mal estado y un 2% posee hacinamiento (más de 3 personas por dormitorio). Los espacios reducidos también dificultan la situación. Aproximadamente un 15% de las casas mide menos de 40 metros cuadrados (m2), en contraste, un 27% supera los 100 m2 (INEC, 2019). Además, se estima que 104.000 viviendas (7%) no tienen acceso a servicios básicos como agua, luz y manejo de residuos sólidos” (Jiménez et al., 2020).

Por si fuera poco, si a la cuestión del aislamiento social le damos un vistazo con una perspectiva de género la situación no mejora. La colega Heidy Valencia Espinoza (2020) propone que “La “cuarentena preventiva” afecta terriblemente a las mujeres, por varios motivos. Entre ellos, expone a las mujeres víctimas de violencia a un encierro con su agresor. Así el “Quédate en casa” implica para las mujeres su permanencia (y la de su agresor) en el lugar más peligroso. Más personas, son agredidas dentro de su casa por un miembro de su familia que por un extraño en un sitio público. De estas personas, 78% son mujeres y 18% niños. Para las mujeres víctimas de violencia, la casa puede significar la muerte. En los últimos diez años se produjeron 312 femicidios (1), siendo que el 61% de los femicidas provenían del núcleo familiar tradicional: parejas o exparejas 50%, novios o exnovios 4%, padres 4%, hijos 2%, nietos 1%” (Valencia, 2020).

Quedarse en casa no es tan simple al final. La oportunidad reflexiva que nos abre la actual pandemia es funcional para poner en tela de juicio todas esas violencias y opresiones que en el sistema capitalista hemos normalizado e interiorizado. El acceso a vivienda digna, agua potable, condiciones laborales que garanticen priorizar la salud integral y bienestar de los trabajadores y trabajadoras, la posibilidad de la reclusión en el hogar sin violencia hacia las mujeres. Todas deberían ser premisas para la adecuada convivencia en sociedad, y una de las lecciones que nos queda es que el sistema capitalista, y patriarcal, estructuralmente es incapaz de garantizarnos eso.

 

Pequeña Reflexión

La disertación al respecto de la desigualdad en el marco de atender la crisis sanitaria por el COVID-19 plantea más preguntas que respuestas en la región. Es difícil animarse a concluir algo categórico en medio de una crisis que está en pleno desarrollo.  Lo que sí podría proponer es que el error en el tratamiento que se le pueda dar a la situación es seguir apelando a la individualidad como solución al problema de la pandemia. No podemos permitirnos ignorar las dimensiones estructurales del abordaje del conflicto.

La solución sí es política, y se debería apuntar hacia el verdadero enemigo, a erradicar la desigualdad económica. El camino a ello pasa por más que solo medidas reformistas. Se trata de asegurar la salud, y el acceso material a mejores condiciones de vida a la clase trabajadora, a las mujeres y a la juventud. Eso es más que una consigna, debe ser el eje programático para tomar acciones que aseguren esa accesibilidad a la salud para las capas más bajas de la sociedad.


Bibliografía

__________. (2019).  La extrema pobreza en Brasil llegó en 2018 a su mayor nivel desde 2012. El País. Recuperado de:  https://negocios.elpais.com.uy/extrema-pobreza-brasil-llego-mayor-nivel.html

Estado de la Nación. (2019). Balance 2019. Equidad e integración social. Recuperado de: file:///C:/Users/mauricio.cedeno/Downloads/BALANCE-EN-2019-CAP-2-WEB.pdf

Ferri, Pablo. (2020). Coronavirus en América, en vivo: últimas noticias de la Covid-19 | Bolivia militariza la ciudad de Santa Cruz. El País. Recuperado de:  https://elpais.com/america/sociedad/2020-04-10/coronavirus-en-america-en-vivo-ultimas-noticias-de-la-covid-19.html

Foro Mundial del Agua 2018. (2018). PROCESO REGIONAL DE LAS AMÉRICAS FORO MUNDIAL DEL AGUA 2018. Informe regional 2018. AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE / RESUMEN EJECUTIVO. Recuperado de: https://www.cepal.org/sites/default/files/news/files/informe_regional_america_latina_y_caribe.pdf

Jiménez, Pamela., Morales, Natalia. y Segura, Rafael. (2020). LAS DESIGUALDADES QUE ENFRENTAN LOS HOGARES EN CUARENTENA. Programa Estado de la Nación. Recuperado de:  https://estadonacion.or.cr/las-desigualdades-que-enfrentan-los-hogares-en-cuarentena/

Mora, Graciela. (2020). Crisis del desempleo en Costa Rica y propuestas del Nuevo Partido Socialista. Web de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie. Recuperado de:  http://www.socialismo-o-barbarie.org/?p=12309

Organización Panamericana de la Salud. (2019). APS 30-30-30, el nuevo Pacto Regional por la Atención Primaria de Salud para la Salud Universal de la OPS. Recuperado de: https://www.paho.org/hq/index.php?option=com_content&view=article&id=15078&Itemid=72498&lang=es

Valencia, Heidy. (2020). Mujeres ante el Coronavirus: aumento de violencia, trabajo doméstico y precarización laboral. Izquierda Web CR. Recuperado de: https://izquierdaweb.cr/feminismo/mujeres-ante-el-coronavirus-aumento-de-violencia-trabajo-domestico-y-precarizacion-laboral/

Wallace, Arturo. (23-marzo-2020). Coronavirus: qué capacidad tienen realmente los países de América Latina para hacer frente a la epidemia de covid-19. BBC News Mundo. Recuperado de: https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-51916767?at_medium=custom7&at_custom3=BBC+News+Mundo&at_custom1=%5Bpost+type%5D&at_custom4=779BEA34-6A90-11EA-BABC-560AFDA12A29&at_custom2=facebook_page&at_campaign=64

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