Alemania: incertidumbre en el fin de la era Merkel

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  • A pocos días de las elecciones, los principales partidos alemanes despiertan poco entusiasmo entre los votantes y se prevé una negociación difícil para conformar la próxima coalición de gobierno. ¿Qué se viene después del “merkelismo”?

Agustín Sena

Se ha hablado (y con razón) del «fin de una era» con la salida de Merkel de la Cancillería alemana, cargo que ocupa desde 2005. Aunque la histórica Canciller mantiene una alta popularidad, su espacio político (la CDU) aparece desgastado de cara a las elecciones y ningún otro partido parece tener chances de una mayoría absoluta en el Parlamento (Bundestag). Sin nuevos actores en la escena, el escenario más probable es una continuidad de la política general de Merkel pero con otras caras y mucho menor entusiasmo.

Lo que dejó el «merkelismo»

Merkel ha sido hasta el día de hoy la figura central de la política alemana y europea. Canciller desde 2005 hasta la fecha, fue electa cuatro veces consecutivas y ha sido la orientadora indiscutida de la política de la Unión Europea. La mayoría de los analistas coinciden en la causa de su longeva popularidad: ha sabido mantener la estabilidad de la economía alemana.

Supo maniobrar durante la crisis económica que se inició en 2008, logrando retomar el crecimiento económico a partir de 2011, de forma temprana en relación al resto de Europa. Sin embargo, junto a los índices macroeconómicos ha crecido de forma paralela la desigualdad social. Al menos durante la última década, ha surgido en Alemania un sector social de trabajadores precarizados, los «caídos» de las filas de la clase media.

Ejemplo de esto es el fenómeno de los «mini – jobs» o mini – trabajos, una moderna forma de precarización y abaratamiento de costes empresarios. Los empleados bajo esta modalidad trabajan hasta 15 horas semanales sin horario fijo, y no están sujetos a ninguna legislación de salario mínimo. Además, el trabajador se hace cargo de una parte de los aportes tributarios, y el Estado de otra. La patronal debe pagar tan sólo el 30% de los mismos. Hasta el 2011, trabajaban en esta modalidad casi 7 millones de empleados. Se ha dicho que esta fue la receta para «navegar la crisis» en el país teutón.

Otro problema persistente en el debate público alemán es la ecología. En consonancia con el mundo, el debate sobre el desastre ecológico se impone como un tema de primer orden en la agenda pública. Esto resulta comprensible si se tiene en cuenta que hace pocos meses Alemania fue azotada por inundaciones históricas. El saldo fue de más de 40 muertes y miles de desaparecidos.

En resumen, si bien la figura de Merkel sigue gozando de popularidad es porque, comparativamente, la situación social en Alemania sigue siendo estable y «aceptable» en relación a otros países de Europa. Ha sido uno de los países menos afectados por la crisis económica iniciada en 2008 y sigue siendo la principal potencia del continente.

Una elección gris con poco recambio

Hasta hace algunos meses, lo más probable parecía que la próxima coalición de gobierno fuera entre la CDU (demócrata – cristianos, el partido de Merkel) y el Partido Verde (una formación ecologista de corte neoliberal que viene creciendo y capta gran parte del voto joven). Pero ahora ambos aparecen desgastados.

El candidato de la CDU, Armin Laschet, vio caer su imagen pública luego de ser filmado riéndose en medio de un acto que conmemoraba a las víctimas de la última inundación. Analenna Baerbock, la candidata verde, viene perdiendo popularidad tras varios reveces mediáticos. Ingresos monetarios no declarados a su partido, acusaciones de plagio académico y de falsificaciones en su currículum político la han dejado golpeada pero en el tercer lugar en las encuestas.

Por detrás aparecen los candidatos de los liberales, de la extrema derecha y de la izquierda (Die Linke, una formación heredera del viejo Partido Socialista que gobernó Alemania del Este hasta la caída del muro de Berlín). Pero como primera fuerza aparece el viejo y tradicional Partido Socialdemócrata (SPD), devenido hace varias décadas en neoliberal.

Olaf Scholz, el candidato socialdemócrata, aparece como el favorito para capitalizar el espacio dejado por la salida de Merkel. Tiene dos virtudes para ello. La primera es no haber protagonizado ningún escándalo mediático durante la campaña. La segunda, ser la figura más centrista del arco político alemán. Por esto Scholz ha intentado presentarse como la línea de continuidad natural con la herencia merkelista.

Las posibles coaliciones

De confirmarse esta tendencia en los comicios, la pregunta es cuál será la coalición de gobierno que se formará. Lo más probable parece una coalición SPD – Verdes – Liberales (FDP). Socialdemócratas y Verdes han gobernado juntos entre 1998 y 2005, antes de Merkel. Y comparten agenda (al menos de palabra) en el tema ecológico con los liberales, al tiempo que ninguno de los tres espacios salen del marco del neoliberalismo. Pero la alianza podría frustrarse dependiendo de los ministerios que ofrezcan a los liberales, el socio minoritario.

Otra posibilidad sería la alianza SPD – Verdes – Die Linke. Los socialistas reciclados de Die Linke ven con buenos ojos esta posibilidad y, aunque se espera que no logren más del 5% o 6%, son una fuerza con peso en la región oriental del país. En principio, sería la coalición más inclinada hacia la centro – izquierda. Pero justamente por esto el ala conservadora del SPD le ha exigido a Die Linke que se pronuncie públicamente a favor de la OTAN y las misiones militares exteriores de Alemania, para condicionar su agenda. Al mismo tiempo, la CDU ha hecho una campaña «anticomunista» contra esta posibilidad, alegando que dicha coalición sería una alianza con «comunistas dentro», en referencia a Die Linke. Vale aclarar que dicho partido no tiene nada de comunista, pero esto le ha permitido a la CDU derechizar en buena medida el debate electoral.

Quizá lo más imprevisto sea la orientación que tomará la CDU a la hora de formar coalición. De hacerlo con el SPD (completando con los liberales o los verdes) debería resignarse a perder el control de la Cancillería, algo a lo que no parece estar dispuesto. Su única posibilidad de encabezar el gobierno parece ser una coalición con Verdes y liberales, pero es poco probable que los ecologistas lo acepten. Una alianza con el SPD les daría más escaños y podría ser mejor vista por el electorado alemán.

La apatía como medida de la incertidumbre

Dejando las especulaciones electorales de lado, hay un hecho que salta a la vista en la campaña electoral alemana: quien tome las riendas del gobierno partirá en condiciones de menor popularidad que quien sale de la Cancillería. En la búsqueda de «continuidad» que aparece como el factor común entre los electores (y que se plasma en el favoritismo del candidato más centrista) se expresa el deseo de que la situación interna alemana no cambie demasiado.

No se trata de mejorar lo que se tiene, sino de no empeorarlo ni perderlo. Es cierto que Alemania es la mayor potencia del continente europeo y que tiene más espalda que otros países de la UE para afrontar crisis económicas o sanitarias. Pero quien gobierne tras Merkel tendrá menos margen de maniobra para tomar nuevos rumbos.

Además hay que tener en cuenta la importancia internacional de Alemania dentro de la UE. Su liderazgo es fundamental a la hora de definir temas urgentes, como la cuestión migratoria que vuelve a la escena tras la crisis en Afganistán. Hace pocos años, este problema eyectó al Primer Ministro belga, tras el debate de un nuevo Pacto Europeo de migraciones (el Pacto Marrakesh).

El socio de Alemania en la conducción de la UE es Francia, otra potencia continental, pero con marcado por un régimen político bastante más inestable. Viene de atravesar importantes movilizaciones antirracistas en el 2020, así como la rebelión de los chalecos amarillos algunos años atrás.

En todo caso, habrá que esperar al domingo para ver los resultados de las elecciones. Pero una cosa es segura: el mundo navega aguas más turbulentas desde el inicio de la pandemia. La conformación de un nuevo gobierno en la principal potencia europea será un elemento fundamental para la geopolítica de los próximos años.

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