Ahora, recesión. ¿Y después?

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  • La pandemia actual es, para decirlo en términos hegelianos, un acontecimiento histórico-universal. Nada va a ser igual después de esta crisis.

Por Marcelo Yunes

Es necesario hacer un esfuerzo para filtrar la infinidad de datos y ángulos de análisis sobre el impacto de la pandemia del coronavirus en todos los órdenes, y también en el de la economía, el que ahora nos ocupa. Lo primero a considerar es que, como han señalado muchos, esta crisis deja al desnudo todas las miserias humanas, sociales y humanas del orden capitalista. Lo segundo, retomando lo expuesto al comienzo de la pandemia, es que el impacto económico tendrá lugar sobre una situación que ya venía padeciendo de serios problemas y fragilidades, lo que cambia muchas de las posibles consecuencias y escenarios que cabe imaginar. Y en tercer lugar, que todo lo que pueda decirse hoy en cuanto a perspectivas tiene el carácter condicional que le da la incertidumbre sobre la marcha de la pandemia misma, cuyo ritmo y evolución están muy lejos de ser del todo comprendidos. Una cosa es segura: la gran mayoría de los cálculos, estimaciones y pronósticos que se vienen haciendo sobre la economía global, si de algo pecan, es de optimistas. El economista marxista británico Michael Roberts sostiene que “lo peor está por venir”. Pero no necesariamente pronto. Todavía queda mucho margen para que los daños humanos y económicos de la pandemia sigan trepando aceleradamente antes de decir que llegamos a “lo peor”.

Los aspectos propiamente médicos son tenebrosos –duplicación de casos cada tres días, decenas de miles de muertes y situaciones desesperantes en Italia, España y, muy pronto, en EEUU–, aunque nos concentraremos en el impacto económico y político. Dicho esto, es necesario aclarar que es un múltiple error considerar la pandemia como un evento puramente “externo” a la marcha normal de la economía capitalista global. Primero, porque incluso desde el punto de vista biológico hay cada vez mayores indicios de que el origen mismo de la diseminación del virus está vinculado a la sobreexplotación de la naturaleza.[1] Y segundo, porque las vías de contención del virus y de atención médica de la población afectada tienen todo que ver con la organización de la economía y de la sociedad, empezando por el que es hoy el más clave y débil de los eslabones de la cadena: los sistemas de salud. Volveremos sobre eso.

Desde el punto de vista de la actividad económica global, hay bastante consenso entre analistas e instituciones de que lo mejor que se puede esperar para este 2020 es una caída del PBI mundial del orden del 1-2%. Esta cifra planetaria esconde desigualdades: tal como sucediera en ocasión de la crisis financiera desatada en 2008, por ahora las economías más damnificadas son precisamente las más grandes y desarrolladas, como EEUU, China, Europa occidental y Japón. Se trata de los países donde se da el mayor número de casos (también en relación con la población)[2], lo que empieza a volver imperiosas las medidas de cuarentena, con la consiguiente paralización de la actividad. En esos países, la caída del PBI podría superar el 3%; en tanto, entre los emergentes (incluyendo China), se daría una muy moderada suba del 1%, también con picos como China (+3%) y pozos como los países grandes de América Latina (-2%).

Ahora bien, estas cifras optimistas parten del supuesto de una cuarentena fuerte en abril y mayo, moderándose en junio y desde allí una vigorosa recuperación (Macri lo llamaría “el segundo semestre”). Pero al margen de que la propia Kristalina Georgieva, titular del FMI, reconociera que espera para este año “una recesión al menos tan grave como durante la crisis financiera o peor” que la de 2009, y reclamó medidas “sin precedentes”, no hay la menor garantía de que la pandemia esté efectivamente controlada para la fecha que se está barajando en ese escenario. Esto es, que alcance su pico de casos hacia mediados o fines de abril y que hacia fin de mayo esté en franca retirada.

Esta falta de certeza es abonada por el hecho de que si algo caracteriza esta pandemia es la falta de una respuesta internacional coordinada. Las recomendaciones de la OMS (que han tenido cierto erratismo, por otra parte), no son seguidas de manera unánime ni simultánea por la mayoría de los países. Unos hacen cuarentena estricta (China al principio, Singapur, Argentina), otros la implementan de manera tardía o no tan estricta (Italia, España) ponen el acento en la disciplina social y el aislamiento (China de nuevo, Japón), los tests masivos (Corea del Sur), y otros son un modelo de desconcierto (Reino Unido, EEUU) y/o irresponsabilidad (EEUU otra vez, Brasil).

En este marco, lo que tenemos seguro para la primera mitad del año es una caída en algunos casos nunca vista para un período tan breve; no es sólo la Bolsa de Wall Street la que genera récords negativos. La caída del segundo trimestre en la mayoría de los países desarrollados, en cifras anualizadas, oscila entre el 20 y el 50%; uno de los indicadores económicos más usados, el PMI (Purchasing Manager Index, que mide el movimiento de las decisiones de los gerentes de compras de las empresas), sencillamente nunca registró un nivel tan bajo como en lo que va de marzo (Michael Roberts, “Lockdown!”, 24-3-20).

Es probable que el mayor desafío de política sanitaria se centre pronto en EEUU. Si bien en muchos países de Europa la situación calamitosa, luego de décadas de desfinanciamiento y privatizaciones, EEUU es el país donde viene creciendo más rápido la difusión del virus (incluso más que en Italia). Nueva York ya es el principal foco infeccioso a nivel mundial, y las disfuncionalidades del sistema de salud yanqui –que han sido el centro de la campaña de Bernie Sanders, por ejemplo– son ominosas si se agrava la situación.

Veamos algunos puntos. Cuenta Roberts que los criterios de mercado salvaje en EEUU han hecho caer la cantidad de camas disponibles porque, por ejemplo, una especie de “just in time” hospitalario persigue la meta de tener siempre el 90% de las camas ocupadas, algo que deja al sistema totalmente vulnerable en caso de un ingreso masivo de pacientes por epidemias o emergencias. Los sistemas de salud a nivel estadual y municipal tienen un 25% menos de personal que en 2008, con una caída del presupuesto federal de salud del 10% en términos reales. Los salarios bajísimos hacen que muchxs trabajadorxs de la salud deban tener más de un empleo, por ejemplo en varios geriátricos o en atención domiciliaria. Este factor se calcula que ha sido crucial para la extensión del virus. Por último, los grandes laboratorios no hacen investigación y desarrollo de antibióticos de base y antivirales porque no son rentables: de las 18 compañías farmacéuticas más grandes, 15 abandonaron ese terreno (M. Roberts, “Lockdown!”, cit.).[3]

Así, la gran incógnita de la que depende la fecha del comienzo del descenso de la curva de casos es la respuesta de los sistemas de salud. Si no se da el famoso aplanamiento/extensión de la curva mientras todavía asciende, los resultados van a ir en cadena: colapso de la capacidad de atención médica, aumento exponencial del número de muertes y de casos, demora del “rebooteo” de la economía. Y ni hablar si llega a prevalecer el delirante criterio Bolsonaro (también, más erráticamente, de Trump) de “mantener la marcha de la economía y las ganancias capitalistas y el resto que se joda”; las consecuencias serán ya no sólo sanitarias sino políticas. El maltusianismo del siglo XXI que adelantan algunos de los asesores de Trump (y, veladamente o no tanto, el primer ministro británico Boris Johnson y su equipo) es un juguete de lo más peligroso, y en las manos equivocadas.[4]

Estados al rescate y la debacle pública del liberalismo

Las autoridades monetarias del mundo, empezando por la Reserva Federal (el banco central yanqui), reaccionaron prometiendo gigantescas inyecciones de dinero para el rescate de compañías en crisis, de todos los tamaños. Créditos, compras de bonos, emisión, transferencias directas, postergación de pagos de impuestos; todo en el orden de los billones de dólares. Hasta el reaccionario Johnson en el Reino Unido prometió subsidios al público –no sólo a las empresas– en su caso por 1.200 libras mensuales. La siempre austera Alemania decidió por una vez pasar por alto sus reglas constitucionales que prohíben el endeudamiento y lanzó un plan de 0,8 billones de euros pero para sostener a las empresas, especialmente las exportadoras, y evitar que el desplome de su valuación bursátil las haga caer presa de inversores extranjeros a la caza de oportunidades. Secundariamente, también habrá subsidios a pymes y trabajadores independientes no asalariados por unos 3.000 euros al mes.

EL Banco Mundial y el FMI se ofrecieron a prestar su billón, y hasta a condonar la deuda más urgente de decenas de los países más pobres.

Está por verse que esta verdadera lluvia de efectivo –en la jerga de los economistas se la llama “helicopter money”, como si fuera lanzar billetes desde un helicóptero, sin contraprestación alguna– sea suficiente para contrarrestar o al menos aminorar significativamente la recesión que se viene. Porque, pese a las apariencias, en realidad no es tanto: en los casos más dispendiosos, un 2-3% del PBI.

Mientras tanto, la política, hoy radiada de las calles bajo la cuarentena, no sólo no ha desaparecido sino que continúa un proceso invisible e insidioso que va socavando la legitimidad de los gobiernos nacionales y del sistema entero allí donde los efectos de la pandemia se hacen más duros, y más notoria su vinculación con la desigualdad social. Como dijo el Financial Times, Sanders perdió la batalla interna en el Partido Demócrata pero sus ideas se imponen ante la profundidad de la crisis.

No son sólo los gobiernos, claro. Son cientos, miles de millones de personas que, expuestas a una amenaza sanitaria global inédita, están haciendo un curso acelerado de las lacras del capitalismo en todos los planos: desde el impacto ambiental hasta los criterios comerciales en la salud; desde los beneficios para los privilegiados que lo tienen todo hasta la respuesta ineficaz y/o brutalmente represiva del Estado. El pensamiento liberal de que “el mercado resuelve todo” ha quedado en el más profundo de los ridículos en cuestión de semanas; la actual ola “estatista” o “dirigista” que hoy parece abarcar todo el horizonte puede quedar en descrédito si la crisis se agrava.

Es altamente revelador de relaciones de fuerza mundiales que no están consolidadas sino, por el contrario, en profunda tensión, que aunque en lo inmediato pueda darse una cierta relegitimación del Estado a expensas del mercado, no hay margen para hacer cualquier cosa. Un ejemplo palmario de eso fue la marcha atrás de Bolsonaro en su desquiciado decreto de autorizar a los patrones licencias sin goce de sueldo. No hubo manifestaciones callejeras, pero la presión política del descontento masivo se hizo sentir igual por otras vías.

La pandemia actual es, para decirlo en términos hegelianos, un acontecimiento histórico-universal. Nada va a ser igual después de esta crisis. Los patéticos liberales que esperan que la cosa simplemente pase y, después de algunas centenas de miles o millones de muertos, todo vuelva a “business as normal”, no saben dónde están parados. El sistema capitalista, el Estado, sus políticas, sus políticas, su manera de funcionar, está revelando de manera impúdica sus rincones más podridos, los que habitualmente no se exhiben o los que la alienación cotidiana no nos dejaba ver aunque estén a la vista. En este mismo momento, hay cientos de millones procesando, con mayor o menor rapidez y profundidad, esa desnudez insólita de un sistema de explotación de los seres humanos y de la naturaleza. No sabemos cuánto tardarán en sacar conclusiones. Pero guay de los gobiernos y voceros capitalistas que no tengan en cuenta a este verdadero “enemigo invisible”.

 


[1] “Como argumentó el biólogo socialista, Rob Wallace, las plagas no son solo parte de nuestra cultura; son causadas ​​por ella. (…) Han surgido nuevas cepas de gripe de la ganadería. El Ébola, SARS, MERS y ahora Covid-19 se han relacionado con la vida silvestre. Las pandemias generalmente comienzan como virus en animales que saltan a las personas cuando entramos en contacto con ellos. Estos efectos secundarios están aumentando exponencialmente a medida que nuestra huella ecológica nos acerca a la vida silvestre en áreas remotas y el comercio de vida silvestre lleva a estos animales a los centros urbanos. La construcción de carreteras, la deforestación, el desbroce de tierras y el desarrollo agrícola sin precedentes, así como los viajes y el comercio globalizados, nos hacen extremadamente susceptibles a los patógenos como los coronavirus” (“¿La culpa es del coronavirus?”, Michael Roberts, 20-3-20).

[2] En cantidad de casos cada 100.000 habitantes, los 20 países que encabezan la lista son europeos, con excepción de Irán (puesto 11), Bahrein (15) e Israel (17). EEUU está en el puesto 22 y China viene mucho más lejos (36, y se consideran los casos activos, 55).

[3] “La industria de la atención en hogares de 1,5 millones de ancianos estadounidenses es muy competitive gracias a salarios bajos, escasez de personal y recortes ilegales de gastos. Mueren por año decenas de miles de ancianos debido a la falta de procedimientos básicos de control de infecciones y a que el Estado nunca responsabiliza a los directivos por lo que sólo puede describirse como homicidio deliberado. Para muchas de esas instituciones es más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que contratar personal adicional y darle la capacitación necesaria” (Roberts, cit.).

[4] El reaccionario clérigo inglés Thomas Malthus (1766-1834) sostenía la teoría de que la población era excesiva para las capacidades de la economía de producir alimentos y esto tendía a mantener a las masas siempre en el límite de la subsistencia, salvo cuando grandes plagas o guerras reducían drásticamente la población, sobre todo la “improductiva”.

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