A lo Trump: Biden insinúa que el coronavirus surgió de un laboratorio chino

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  • Biden toma un giro en la política exterior más propio de Trump, en un nuevo capítulo de la disputa por la hegemonía global entre Estado Unidos y China. Geopolítica, ciencia y conspiracionismo se entremezclan en la investigación sobre el origen del coronavirus.

Renzo Fabb

En un significativo giro de la política exterior estadounidense, el Presidente Joe Biden ordenó a la CIA que realice una investigación sobre el origen del virus SarS-CoV-2 que desató la pandemia a fines de 2019.

Aunque no se lo afirma de manera explícita, en un comunicado oficial de la Casa Blanca se informa que dicha investigación deberá ser llevada a cabo en un plazo de 90 días y que deberá determinarse si es cierta la posibilidad de que la infección en humanos del virus provino de una fuente animal o de un accidente de laboratorio.

La noticia sorprendió al mundo. La decisión tiene un alto impacto político, teniendo en cuenta que durante la campaña electoral del año pasado Biden había desacreditado las versiones conspiracionistas, a diferencia de lo que sostenía su rival, el entonces presidente Trump.

Bajo la gestión de Trump, el discurso antichina se convirtió en política oficial estadounidense ya incluso antes de la pandemia. Con la llegada del virus a Estados Unidos, Trump redobló en aquella oportunidad las acusaciones contra el país asiático, dejando entrever que la pandemia había sido causada por China para perjudicar a su país.

Biden se excusa en la supuesta aparición de informes de inteligencia que ponen en la mira al Instituto de Virología de Wuhan. Según dichos informes, de los que por supuesto sólo se conocen trascendidos a la prensa, se habría confirmado que investigadores de dicha institución tuvieron síntomas compatibles de Covid-19 en noviembre de 2019, antes de que se detecte el virus la población civil de Wuhan en diciembre de ese año.

Geopolítica de la pandemia

Aunque difiera significativamente en las formas que tenía Trump, este gesto político de Biden significa tender un lazo de continuidad en el enfrentamiento geopolítico con China impulsado de manera abierta por su predecesor republicano.

La cuestión remite a una disputa estratégica por la hegemonía política global. Más allá del conspiracionismo bizarro de Trump y su recurso a la sinofobia, el crecimiento en el poder económico y la influencia de China como potencia emergente adquiere rasgos cada vez más amenazantes a la ya golpeada hegemonía del imperialismo yankee sobre el mundo.

Por eso, lo que demuestra este giro en el discurso de Biden es que el enfrentamiento estratégico con China trasciende ya a una presidencia o a un partido del régimen norteamericano, sino que se trata de un consenso dentro de todo el establishment imperialista. Este consenso al enfrentamiento puede tener, y de hecho tiene, desacuerdos en torno a las formas, tácticas y ferocidad de dicha disputa, pero todos están de acuerdo en que hay que darla.

Aunque ya desde la época de Obama Estados Unidos sabía que China emergía como el principal rival, el Departamento de Estado todavía tenía otras problemas de lo que ocuparse. Por ejemplo en torno a la presencia en medio oriente, el lazo con sus aliados de la Unión Europea y sus áreas de influencia en la periferia. Todas estas preocupaciones fueron muy relegadas por Trump, que se retrotrajo para enfocar la política exterior norteamericana en un objetivo principal y casi único: China.

Con Biden, Estados Unidos busca recuperar su posición de imperialismo «clásico», restableciendo la normalidad de las relaciones con sus aliados históricos que poco le importaban a la lógica America First de Trump. Pero la llegada de Biden no significa un retorno sin más a la política exterior de Obama. Sencillamente porque ni Estados Unidos ni China están en el mismo lugar que antes. Con la guerra comercial, las sanciones, y por supuesto, las consecuencias políticas y económicas de la pandemia, el imperialismo norteamericano sabe que su foco debe estar puesto en China, la disputa estratégica más importante que se le presenta desde el fin de la Guerra Fría.

De la sinofobia republicana a la demócrata

Pero, como siempre sucedió en la historia de EEUU, la puesta en práctica de la política exterior tiene la complejidad de que debe pasar por el tamiz de la interior, que es al fin de cuentas la que gana las elecciones. En ese sentido, si Biden quiere poder liderar el enfrentamiento con China, tiene un importante desafío por delante: convencer a la base electoral demócrata de que es necesario y correcto hacerlo.

Esto es importante porque las acusaciones de Trump contra China quedaron muy asociadas a todas las demás excentricidades de su discurso, entre ellas el racismo y el machismo detestados por la base social progresista de las grandes ciudades, que se volcó masivamente al voto a Biden.

Por eso, es evidente que los tonos y las formas del discurso de Biden serán mucho más medidos que los de Trump. Sin embargo, eso no quita que deberá buscar la forma de hacer convencer a sus votantes, y la reciente insinuación todavía sutil de culpar a China por la pandemia va en ese sentido.

Si hay un aspecto en el que la presidencia de Trump tuvo éxito fue en haber reagrupado y consolidado a los núcleos más conservadores y reaccionarios de la sociedad norteamericana, para quienes el discurso sinófobo funcionaba como un aglutinador nacionalista muy efectivo. Es difícil imaginar a Biden intentando convencer a su base demócrata liberal de algo apenas parecido, y más difícil aun es imaginarlo lográndolo. Pero, si la disputa por la hegemonía con China es un hecho, ¿qué otra alternativa tiene?

Conspiracionismo y política

Luego de que se supiera la decisión del gobierno de Biden de avanzar con una investigación acerca del origen del coronavirus que busca culpabilizar a China, el país asiático respondió. El portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores Chino, Zhao Lijian acusó a Estados Unidos de querer «utilizar la pandemia para participar en la estigmatización y la manipulación política y eludir responsabilidades». Además, instó al país norteamericano a que abran todos sus laboratorios para que se pueda investigar de manera científica el origen, aludiendo a su propia teoría conspirativa según la cual el coronavirus fue creado por el ejército estadounidense.

A decir verdad, la respuesta de China tiene poca importancia, ya que viene siendo en la misma línea que todas las anteriores: cada vez que Estados Unidos los acusa de algo, contestan con alguna variante de «¡pero ustedes también!«.

La teoría según la cual el coronavirus fue creado en un laboratorio de Wuhan es un caso típico del conspirativismo al que recurren los reaccionarios y las clases dominantes para reforzar los prejuicios más atrasados y conservadores de algunos sectores de la sociedad. Desde el zarismo ruso para acá, pasando por el fascismo y el nazismo, las teorías conspirativas estuvieron siempre, sin excepción, al servicio de algún proyecto político ultrarreaccionario. La idea sería que un elemento extraño, extranjero (los judíos, los comunistas, los chinos, el nuevo orden mundial o una combinación de todas las anteriores) se infiltra en la estructura social (que se cree armonioso de por sí) para implosionarla desde adentro. Estados Unidos ya ha recurrido a esta táctica en el pasado en la época del macartismo.

Sin embargo, todo esto no quita la responsabilidad efectiva de China en el origen de la pandemia. No porque haya orquestado un plan secreto para distribuir un virus a nivel mundial, sino al contrario por razones bien públicas: las decenas y decenas de advertencias y estudios que hace años la comunidad científica viene adelantando sobre el riesgo del modelo de producción masiva y de megagranjas que son un caldo de cultivo para nuevos virus y nuevas pandemias.

Todas esas alarmas fueron desoídas, no sólo por el Estado chino sino también por las empresas radicadas allí, muchas de ellas de capitales extranjeros, estadounidenses particularmente. No fue un plan maquiávelico orquestado tras bambalinas lo que inició la pandemia, sino más bien lo que ocurre a la vista de todos: la producción capitalista, irracional y voraz contra el planeta.

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