Walter Benjamin: rescatando la tradición de los oprimidos en búsqueda de su autoemancipación

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  • A 81 años de la muerte de Walter Benjamin, filósofo de la llamada Escuela de Frankfurt.
Guillermo Pessoa

El 26 de setiembre de 1940 en lo que él mismo denominó “medianoche del siglo”, huyendo del París ocupado por  las fuerzas nazis en la localidad española de Portbou  se quitó la vida Walter Benjamin, sin dudas, una de las  plumas más sugerentes del marxismo del pasado siglo.

Walter Benjamin había nacido en Berlín en 1892, si bien de familia judía, no profesaba la religiosidad ortodoxa; tampoco abrazó el Sionismo político, pero sí reivindicó a la cultura judía como una parte fundamental de la cultura de Europa. En 1914, ante el estallido de la Primera Guerra Mundial, acabó tomando partido por la corriente internacionalista (pequeña en número)de la izquierda europea, que rechazaba la participación y la colaboración con la que tildaban de «carnicería humana interimperialista».

En 1915, se matriculó en la Universidad de Munich, realizando un extenso trabajo sobe el poeta romántico alemán, Holderlin. Dos años después se doctoró en la Universidad de Berna con una tesis sobre las filosofías de Kant y Platón, dejando entrever lo vasto de sus inquietudes intelectuales. Allí tuvo la oportunidad de conocer a Ernst Bloch y Gershom Scholem, con quienes trabó una gran amistad, recibiendo su influencia cultural y retroalimentando la misma.

De vuelta a Berlín su inclinación al marxismo vino acompañada de una desconfianza hacia aquellos que decían ser sus herederos: la socialdemocracia alemana, ya convertida en un “estado dentro del estado”. La revolución rusa lo había impactado y adhirió a ella sin reservas. Sin embargo hacia la segunda mitad de los años veinte visitó la URSS y el desengaño no fue menor: Con la gran maleta sobre las rodillas, me fui llorando por las calles crepusculares a la estación escribió en su Diario de Moscú en febrero de 1927 [1].

Presenció y padeció la llegada de Hitler al poder, sufrió persecución y decidió trasladarse a París en donde, entre otros, conoció a Pierre Naville trotskista francés con el que compartió actividades políticas e intelectuales. Mantuvo relación y un prolífico intercambio epistolar con Adorno y Horkheimer, ambos integrantes de la Escuela de Frankfurt quienes también debieron exiliarse. Nunca más retornó a Berlín y una vez ocupada la capital francesa por las tropas nazis en junio de 1940, huyó hacia España. Disminuido física y espiritualmente, acabó con su vida en la frontera española francesa el 26 de setiembre de 1940.

No es el objetivo de esta breve nota hacer un análisis pormenorizado de su obra, que pese a lo fragmentaria, abarcó un arco policromo de ámbitos: el arte, la política, la estética, la filosofía y la historia. En su trabajo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica” realiza señalamientos agudos en relación a dicha expresión humana en medio de la eclosión de la cultura de masas y el mercado. Sus impresiones sobre EL “París de Baudelaire” están entre las mejores crónicas del pasado siglo. Sí podemos señalar algunos hilos conductores de la misma: las ya mencionadas influencias culturales judías y el marxismo. Su fina sensibilidad (“romántica”, señalaría Michael Lowy) lo hizo enemigo acérrimo del positivismo ambiente de comienzos del siglo XX, del materialismo vulgar de la socialdemocracia y la chatura inmensa del stalinismo, además de sus horrores y traiciones políticas.

Se respira en su obra una cierta desesperanza que tienen su máxima expresión en su mencionado suicidio.Asimismo creemos que en su breve trabajo (son 18 tesis) “Sobre el concepto de historia” en medio de esa desesperanza, la crítica mordaz a las direcciones del movimiento obrero y a la burguesía vencedora pero decadente, atraviesan dicho escrito como también la intención de rescatar y mantener viva la tradición de los oprimidos en la búsqueda de su auto emancipación. Quizás la ausencia de un estudio más acabado de la estructura socio económica del capitalismo y una vinculación más fuerte con la clase trabajadora (sin perder de vista la coyuntura) obraron como estímulos para esa desesperanza. Más ello no provocó que cayera en un pesimismo crónico o peor aún fuese un desencantado que se pasó “a las filas del enemigo”. No le hubiera disgustado que lo definieran como un marxista y un materialista histórico no reduccionista. Esta tesis parece confirmarlo y con ella cerramos el artículo:

La lucha de clases – siempre en vista de un historiador instruido en Marx – es una lucha por las cosas toscas  y las materiales, sin las que no existen las finas y las espirituales. Estas últimas, sin embargo, están presentes en la lucha de clases de otra manera de como se representa el botín que cae bajo el dominio del vencedor. Ellas están vivas en la lucha como la firme confianza, el coraje, el humor, la astucia, la decisión, y repercuten retrospectivamente en la lejanía del tiempo. Siempre cuestionarán cada victoria que logren los dominadores (…) El materialista histórico debe dar cuenta de este cambio, el más imperceptible de todos.


[1]  Como señaló con acierto Daniel Bensaid, interpretando fielmente los “registros” de Benjamin: El estado burocrático vampiriza la clase y confisca la política. Se ha roto el vínculo entre la “experiencia” y las “consignas” que no llegan a ninguna parte. Cambia la política auténtica, la política cívica que surge de abajo, por la mala política adulterada, la política estatal que se impone desde arriba. Bensaid D:“Benjamin  centinela mesiánico”

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