George Floyd: el crimen racista que desató una rebelión histórica

El 25 de mayo de 2020 George Floyd era asesinado por el policía Derek Chauvin. Las crudas imágenes que dejaban al desnudo la brutalidad policial en el país norteamericano conmovieron al mundo. En Estados Unidos se desataron las protestas antirracistas más importantes de los últimos 60 años.

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«No puedo respirar»: Las últimas palabras de George Floyd mientras el policía blanco Derek Chauvin lo asfixiaba durante más de ocho minutos se convirtieron rápidamente en un grito de guerra contra la opresión racial estructural de la sociedad estadounidense. El brutal asesinato ocurría un día como hoy, hace exactamente dos años.

Floyd era un afroamericano de 46 años de Minneapolis, Minnesota. Hacía poco tiempo se había quedado sin trabajo por la Pandemia. Se acercó a una tienda a comprar tabaco, pero el comerciante lo acusó de querer pagar con un billete falso de 20 dólares y llamó a la policía.

Cuando llegaron los agentes, Floyd fue violentamente reducido en el piso. El policía blanco Derek Chauvin apretó su rodilla contra el cuello de Floyd durante nueve largos minutos de agonía, a pesar de que Floyd se esforzaba por decirle que no podía respirar. Pero a Chauvin no le importó y lo asfixió hasta matarlo. Toda la secuencia, a plena luz del día, fue registrada en un vídeo que rápidamente se compartió miles, millones de veces en las redes sociales y recorrería el mundo: pocas veces se mostraba de manera tan cruda, directa y brutal lo que viven cotidianamente los ciudadanos afroamericanos frente a la violencia policial racista en Estados Unidos. El dolor y la bronca contenidos estallaron como una bomba en todo el país.

Las protestas comenzaron en Minneapolis esa misma noche, donde la comisaría ardió bajo las llamas de la rebelión que iniciaba. Al día siguiente, las movilizaciones ya habían comenzado a extenderse a toda la geografía estadounidense. Durante varios días y semanas llegó a haber protestas masivas en más de 60 ciudades simultáneamente. Sin excepción entre Demócratas y Republicanos, la policía de los distintos Estados intentó responder con represión a los manifestantes, pero sólo lograba que la bronca estalle aun más.

Desbordado por un levantamiento de una magnitud que no se veía desde la época de la lucha por los Derechos Civiles, el entonces Presidente Trump respondía provocativamente, fiel a su estilo, ordenando intervenir a la Guardia Nacional. Con la excusa de los destrozos, Trump hizo su propio juego político reaccionario y calificó al movimiento Antifa de organización terrorista. Pero ya era tarde, se había desatado una histórica oleada de protestas que llegaría incluso a las puertas mismas de la Casa Blanca. Políticamente, el levantamiento significó el principio del fin del presidente republicano.

Aunque el movimiento Black Lives Matter se fundó en 2013 y llegó a tener mucha relevancia nacional en otros casos de asesinatos policiales racistas, nunca conoció tanta masividad y efusividad como en la rebelión del año pasado. La juventud norteamericana se volcó masivamente a las calles con las banderas del movimiento, exigiendo no sólo justicia por George Floyd y todos los afroamericanos asesinados sino también «Defund the police» (quitarle fondos a la policía).

La rebelión comenzaba a cuestionar aspectos históricos del capitalismo racista yanqui, fundado en el esclavismo y la segregación racial. A pesar de los dos hitos históricos de la abolición de la esclavitud, primero, y las leyes de derechos civiles, después, la comunidad negra estadounidense se manifestaba sacando a la luz que la opresión continúa hoy bajo muchas formas. No sólo por la violencia racista de las fuerzas de seguridad. También por la enorme desigualdad económica, la brecha salarial, la falta de acceso a la seguridad social y los seguros de salud, la mayor vulnerabilidad de la población negra frente a la Pandemia, etc.

Esa conciencia histórica de la desigualdad se manifestó en un rasgo ideológico muy profundo de las protestas: en decenas de ciudades, las movilizaciones tiraban abajo -literalmente- las figuras y estatuas de generales confederados o políticos esclavistas de la época de los «padres fundadores». Se trataba de una manera de reescribir la historia del país sacando a la luz a quienes durante décadas fueron silenciados, esclavizados, oprimidos.

Así, la rebelión asestó un golpe letal a la imagen autoconstruida de ser «el país de la libertad» y los «líderes del mundo libre» del capitalismo liberal yanqui. Muy lejos del «sueño americano», la población negra estadounidense le mostraba al mundo el verdadero rostro clasista y racista de la principal potencia imperialista del mundo. La rebelión tuvo un impacto mundial, y las movilizaciones por Justicia por Floyd se replicaron en cientos de ciudades alrededor del planeta.

En un país donde las estadísticas muestran que es casi imposible encarcelar a un policía por un asesinato a un afroamericano, la fuerza de la rebelión consiguió que este año Derek Chauvin fuera declarado culpable de «homicidio involuntario».

Sin embargo, la cara más «amigable» de la presidencia de Biden no ha cambiado nada de fondo de la situación de la comunidad negra. El racismo, la opresión y la desigualdad continúan. Pero la fuerza de la rebelión sigue presente, latente, como una advertencia permanente a las clases dominantes y a los gobernantes de que si no hay justicia, no habrá paz.

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