El nadador a contracorriente: Richard Lewontin

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Delfín Viera Rojas

La frase «la lucha contra el determinismo biológico nunca cesa» [2] puede condensar el contenido y los objetivos de este libro. Éste ha sido su lema, bajo el cual ha producido Lewontin trabajos de divulgación de alta calidad. Reúne en este volumen nueve ensayos escritos en diecisiete años, orientados a un público ilustrado; en cada uno —en ocasiones con retoques y ampliaciones reseña   libros   que   «cubren, sin pretenderlo, el desarrollo de la moderna biología desde Darwin hasta la oveja Dolly» (p. 19).

Su acercamiento se caracteriza por un riguroso contenido científico y una relevancia absoluta de lo social. Lewontin es hombre de múltiples intereses y sólida formación, incluso en filosofía y epistemología. Ello le hace un polemista brillante y seguro, que ha buscado por convicción propia solventar la distancia que señalara C. P. Snow en su propuesta de «las dos culturas»[3].

Como explicita su subtítulo, este libro busca oponerse y sentar posiciones frente a falacias, dobles discursos y mentiras abiertas o disfrazadas que   configuran   o   subyacen   a   las   posiciones   dominantes de la biología, y que han ido haciéndose más fuertes al plantearse los problemas, objetivos y métodos de este tipo de ciencias. Ésta es la idea motora de todos sus libros divulgativos. Para Lewontin, la ciencia y la biología en particular, están llenas de mistificaciones e incluso de falsas promesas y contra ellas rompe su lanza. Estos problemas tendrían profundas raíces económico-políticas, donde complejos mecanismos de ideologización contribuyen a la tarea de tergiversación de la verdad real y subyacente a los hechos que estudia la ciencia. En efecto, como explica en otro de sus libros:

«(…) la tradición internalista y positivista acerca de la autonomía del conocimiento científico es   (…)   parte   de   la   objetivación   general de las relaciones sociales que acompañó a la transición de la sociedad feudal a la sociedad capitalista moderna. Esta objetivación hace que el status y el papel de una persona en la sociedad están determinados por las relaciones que ésta mantiene con los objetos, mientras que el modo en que los individuos se confrontan es considerado como el producto accidental de estas relaciones (…) los científicos son vistos como individuos que se enfrentan a una naturaleza externa y objetiva, luchando con ella para extraerle sus secretos, más que como gente con relaciones especiales   entre   sí,   con   el   Estado,   con   sus   patronos y con los propietarios de la riqueza y la producción. De este modo, los científicos son definidos como aquéllos que hacen ciencia, en vez de definir a la ciencia como aquello que los científicos hacen» [4].

Biólogo experimental muy competente, Richard C. Lewontin (Nueva York, 1929) ha trabajado básicamente en genética y biología evolutiva, áreas en las que ha realizado importantes aportaciones. Segestråle refiere una de sus aportaciones, que la variación genética en poblaciones animales es mayor intrapoblacionalmente; y lo mismo cabe decir de los grupos sanguíneos en los seres humanos. Estos datos fueron considerados como prueba   definitiva   contra   cualquier   base   biológica de las diferencias entre razas [5].

Lewontin es Alexander Agassiz Professor of Zoology y profesor de Biología en el Museo de Zoología Comparada de la Universidad de Harvard. Es, también, especialista en estadística y muy versado en matemáticas. Marxista convencido, Lewontin ha tratado de llevar a su trabajo el método materialista dialéctico [6]. En el libro que nos ocupa la influencia marxista es menos evidente, quizá porque los ensayos son más urgentes, para un público más amplio, y no pretenden  brindar luces metodológicas.

Como señala Segestråle [7], Lewontin ha buscado una «descripción correcta de la realidad», por entender que «una teoría, además de ser verificable, debe ser una descripción verdadera de un proceso subyacente en el mundo real (…).  Consecuentemente,  le  preocupa  el  manejo  de una epistemología, una metodología y una  ontología  correctas,  pues, para él, aproximaciones incorrectas nos impiden encontrar la verdad subyacente acerca del mundo». Su referencia ideológica genera también compromisos morales, un compromiso con el cambio  social,  a  la  vez que una postura ética y epistemológica.  Sus  conceptos  no  son  estáticos pues es muy consciente de la realidad histórica en la que están inmersos.

Sus posiciones no son precisamente acordes con las tendencias dominantes en los estudios sobre la ciencia. Con todo, se percibe en ellas un cierto relativismo. En efecto, Lewontin cuestiona la ciencia como la panacea de los males de la sociedad capitalista contemporánea[8] y niega que el traslado mecánico y acrítico de los exitosos métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales pueda producir más que resultados engañosos:

«Los estudios de la sociedad humana se convierten en ciencias sociales con un aparato de investigación y análisis estadístico que pretende que el proceso de investigación no es en sí mismo un proceso social» (p. 18).

En las discusiones de Lewontin aparecen una serie de argumentos recurrentes; entre ellos, que el explosivo desarrollo del conocimiento científico «sólo» ha cambiado nuestro conocimiento de los mecanismos biológicos, y con ello   el   lenguaje,   pero   con   la   misma   tergiversación de la   verdad,   buscando   siempre   favorecer   el   actual   estado   de   cosas y   perjudicar   a   la   mayoría   de   la   población.   Repetidamente   denuncia la reificación de las categorías estadísticas, con   la   manipulación   que ello conlleva[9], y plantea con coraje el problema de los límites del conocimiento:

«(…) los   representantes   de   las   ciencias   naturales,   llevados   por su arrogancia, han creído que se puede llegar a saberlo todo acerca del mundo material y que a la postre llegaremos a saber todo lo que queramos saber. Eso no es verdad. Para algunas cosas simplemente no hay ni mundo ni tiempo suficiente» (pp. 18 -19).

Sostiene, pues, una postura anómala en la ciencia, sobre todo entre biólogos moleculares, convirtiéndose en uno de los cultores olímpicos del género que pone en duda su propio oficio[10].

Sus reseñas son de alto vuelo. No sólo orienta al lector sobre fu- turas lecturas, él mismo llega a construir teoría en el proceso. Así, resulta   muy   interesante   su   discusión   en   términos   biológicos   acerca de la evolución transformacional (en cuya categoría entraría la evolución lamarckiana) frente a la variacional, cambio de paradigma que formaría parte de la gran ruptura darviniana (pp.   62- 64).   También pone en evidencia los aspectos ocultos de la trama de la investigación científica:

«Los representantes de la biología del desarrollo están tan fascinados con la manera en que un huevo se convierte en un pollo que han olvidado el hecho crucial de que todos los huevos se convierten en otros tantos pollos diferentes y que el lado derecho de cada pollo es diferente del lado izquierdo, sin que sea posible predecirlo. Los neurobiólogos quieren saber cómo funciona el cerebro, pero no dicen el cerebro de quién» (pp. 73 -74).

Sus posiciones son poco «populares» a varios niveles. En un plano histórico, de jerarquía e historia intelectual, como en el caso del tercer ensayo, Darwin, Mendel y la mente, cuando se pregunta por qué a Mendel no se le otorga el mismo tratamiento que a Darwin. En otro técnico, como cuando Lewontin les recuerda a tantos biólogos defensores a ultranza de la selección que nuestro organismo no proviene solamente de genes aislados y puros; que éstos sin una «maquinaria proteica» previa no podrían reproducirse. Por último, con argumentos conceptuales fruto de interpretaciones a contracorriente en la biología actual:

«El ADN no es autorreproductor; (…) no hace nada [por sí solo]; (…), los organismos no están determinados por él (…) Es una molécula muerta, entre las moléculas más químicamente inertes y menos reactivas del mundo vivo» (p. 131).

«Desgraciadamente, para hacer un organismo vivo hace falta algo más que ADN (…). Ni siquiera el organismo se computa a sí mismo a partir de su ADN.   Un   organismo   vivo   en   cualquier   momento   de su vida es la secuencia única de una historia de desarrollo que pro- cede de la interacción de fuerzas internas y externas que además lo determinan. Las fuerzas externas, eso que normalmente imaginamos como «ambiente», son en parte consecuencia de las actividades del organismo mismo, en cuanto que éste produce y consume las condiciones de su propia existencia. Los organismos no encuentran el mundo en el que se desarrollan. Lo hacen. Las fuerzas internas no son autónomas, sino que actúan en respuesta a las externas (…). “Interno” no es idéntico a “genético”» (pp. 135 -136) [11].

Establece así un neto contraste con la posición canónica que llega al público y que se transmite, como recalcara Kuhn, a los libros de texto. Contraste que también se evidencia cuando dice:

«Si tomamos en serio la afirmación de que lo interno y lo externo codeterminan el organismo, no podemos creer realmente que la secuencia del genoma humano es el grial que nos va a revelar qué es ser humano, (…) que nos va a mostrar cómo funciona la vida» (p. 137).

Este párrafo está en línea con su argumento de que los sucesivos descubrimientos en biología obligan a ser cada vez menos ortodoxos en relación a la selección, es decir, a adquirir una posición anti-darviniana heterodoxa, según la biología al uso, como resalta Ruse [12]. Esa actitud a contrapelo es su posición general ante la ciencia:

«El gran   éxito   de   la   biología   molecular   en   la   comprensión   de la maquinaria de la célula ha dejado la impresión de que ningún problema escapa al poder analítico de los biólogos y que el conocimiento completo del organismo está a la vuelta de la esquina. Ésa es ciertamente la afirmación hecha con vistas al Proyecto Genoma Humano. Sin embargo, semejante optimismo sólo se puede mantener si se soslaya el problema mente-cerebro, como han hecho la mayoría de los biólogos. La caracterización que P. B. Medawar hace de la ciencia como arte de lo soluble capta la importante verdad de que los científicos ambiciosos generalmente son demasiado perspicaces para dedicar sus vidas a problemas realmente difíciles en los que tienen pocas expectativas de éxito. Cuando se encuentran con problemas a los que no pueden contestar (…) la única cosa que los representantes de las ciencias naturales saben hacer es   convertirlos   en   problemas que sí saben responder (…) los científicos hacen lo que ya saben hacer» (p. 102).

Lewontin arroja un balde   de   agua   fría   sobre   la   presunción   de que con descifrar el genoma de los organismos se habrá logrado el conocimiento integral de la vida. Central en su posición es no otorgar crédito a las falsas expectativas que se levantan en torno a las terapias génicas que considera ilusiones. Su escepticismo le lleva a afirmar en su ensayo La Revolución de Darwin que el descubrimiento de la molécula de ADN por Watson y Crick no puede considerarse una revolución en biología: la estructura «ha sido inmensamente fructífera (…) aunque no nos ha permitido ver de otra manera el mundo biológico» (p. 54).

Una  voz  solitaria  en  el  mundo  de  la  biología.  Como cabría  esperar, este artículo tiene enjundia   y   su   cuota   de   crítica:   el   «centenario   de la   muerte   de   Darwin,   estuvo   marcado   por   una   producción   ingente de libros, triunfo del poder del moderno capitalismo para   convertir ideas en artículos de consumo» (p. 55). Lewontin alerta que el mundo académico no permanece indemne a las modas, falsas necesidades y expresiones propias de una sociedad de consumo sometida a las leyes del mercado, a la compra-venta y al intercambio generalizado de mercancías.

Desde la introducción, escrita expresamente para abrir el volumen, se exponen las referencias filosóficas en las que se mueve   nuestro autor. Plantea cuestiones candentes,   toma   claras   posiciones   y   pone más de una vez el dedo sobre la llaga. Destaca cómo la acuciante e interminable discusión acerca de la naturaleza humana, que en   el pasado fue una temática exclusiva de la filosofía o la religión, se ha desplazado de manera radical hacia la biología. Esto es coherente con su afirmación de que la biología molecular es una religión, y los biólogos moleculares sus profetas (p. 127). Las dos caras de una moneda: si antes la religión se ocupaba de definir qué era el ser humano, en esta época descreída y agnóstica el papel ideológico de la religión lo juega la ciencia.

Nuestro autor denuncia a la   ciencia   como   ideología,   mostrándola no como forma neutra y objetiva de adquirir conocimientos, sino como forma legitimadora de un orden social y es implacable en el desenmascaramiento de argumentos mistificadores:

«Algunos intelectuales (…), dicen que   el   saber   es   poder,   pero (…) el saber aumenta el poder de aquellos que tienen o pueden tener la facultad de usarlo (…) Así, con la información contenida en el ADN no hay instancia en la que el conocimiento de los genes de una persona no refuerce aún más las relaciones de poder existentes entre los individuos y entre   el   individuo   y   las   instituciones»   (pp. 150 -151).

Declara Lewontin que   todos   los   biólogos   moleculares   que   cono- ce tienen intereses en empresas biotecnológicas que cotizan en los mercados bursátiles, es decir, hacen muy mal papel como supuestos propagandistas objetivos y desinteresados de su propio trabajo (pp. 148-149) [13].

El texto contiene abundante material para la polémica. Tal es el caso de sus afirmaciones sobre el desplazamiento del énfasis de la ciencia desde la Big Science de los físicos a la de los biólogos aunque, naturalmente, con ciertas diferencias. Aunque el «Proyecto Genoma» encaja en gran parte en la estructura de la Big Science, ciertas opiniones señalan que el modelo de los biólogos no es centralizado. Esto elude la pregunta crucial: ¿quién toma las decisiones? Lo que denuncia el brillante ensayo El sueño del genoma humano es que las verdaderas decisiones están en las pocas manos del consabido grupo de intereses. No en balde «James Watson (…) ha comenzado a hablar del proyecto genoma como un acercamiento [tipo] Little Science, porque sólo la gestión y no el trabajo como tal estarán centralizados» [14]. Punto de vista que amplía Lewontin en la introducción del libro. Por su trascendencia e implicaciones me permito citarlo in extenso :

«Para todo el mundo es evidente que, como ha aumentado el poder de manipular la realidad física, el punto para investigar la naturaleza del mundo ha pasado del ámbito del razonamiento filosófico al de las ciencias naturales, paso que se ha ido acelerando desde el siglo XVII. La percepción que tenemos comúnmente del mundo físico ha sido elaborada para nosotros por los físicos (…). Menos evidente es, puesto que se trata de un fenómeno histórico más reciente, la manera en que la biología ha desplazado a las ciencias físicas clásicas

—tanto en prestigio como en poder económico— en la comunidad científica y en   la   conciencia   pública.   La   entronización   definitiva   de la física como Ciencia Triunfante tuvo lugar el 6 de agosto de 1945, con una explosión que se oyó en todo el mundo (…). La importancia de las ciencias físicas, y en particular su materialización práctica en la ingeniería, recibió un nuevo impulso con la aparición del Sputnik in 1957 (…). No sólo las ciencias naturales sino también los temas relacionados con la historia y especialmente la filosofía de la ciencia estaban dominados por problemas que tenían lugar en el ámbito de las ciencias físicas. En el año que siguió a la aparición del Sputnik sólo se   publicaron   dos   cortos   artículos   sobre   biología   en   Isis,   (…), y ninguno en la revista Philosophy of Science. Pero nosotros hemos cambiado todo eso.

Después de  un  inicio  lento  en  los  años  cincuenta  del  siglo  XX, en la cima del prestigio y el éxito de las ciencias físicas, físicos y químicos empezaron a pasarse a la biología, con lo que se convirtieron en los fundadores de la moderna biología molecular. Esta deriva (…) fue en parte un reflejo de la prepotencia de los físicos que (…) no dudaban de que la ciencia utilizada para dividir el átomo pudiera resolver el problema, mucho más complejo, de diseccionar el proto- plasma. Pero también  se  debió  a  un  creciente  sentimiento  de  que el éxito de las ciencias físicas significaba que todos los problemas realmente importantes que se podían resolver ya habían sido resueltos y que el único campo interesante que le quedaba a un científico era la biología.  Los  gastos  estatales  en  ciencias  básicas,  que  empezaron al mismo tiempo y experimentaron una inmensa aceleración tras la aparición del Sputnik, registraron un incremento exponencial, destinando a la investigación biológica sumas de dinero antes impensables. La biología no sólo era una ciencia interesante y de considerable importancia sino que además con ella se podía  hacer  una  buena carrera profesional. El creciente dominio de la biología dentro de la ciencia, durante los últimos cuarenta años, ha provocado asimismo un cambio en el interés de los historiadores, filósofos y sociólogos de la ciencia. Los periódicos habituales ya están llenos de artículos de biología, pero además ahora necesitamos publicaciones especializadas» (pp.  11-13).

Larga cita, aunque parece difícil conseguir otra igualmente pro- ductiva para tan compleja discusión sobre la historia contemporánea de la ciencia y de la biología, la relación ciencia-política, las conexiones entre la financiación de la ciencia y los intereses político-económicos coyunturales, la influencia de los problemas de la obtención y conservación del poder político sobre la epistemología, la importancia de una   ciencia   en   una   determinada   etapa   histórica,   el   desplazamiento del foco de los problemas de investigación de una ciencia a otra, el aumento creciente del poder de la ciencia y de los científicos sobre el colectivo social, la manera de cambiar la distribución de los recursos en una sociedad industrial avanzada, y los aspectos sociológicos que pueden reflejar los miedos y las expectativas de una sociedad en un momento particular, entre otros temas. Vemos en estos textos la madera de Lewontin como polemista y su capacidad para estimular el debate.

Otros temas de actualidad aparecen en el libro. Por ejemplo, ante las consecuencias que la biología dominante pretende extraer sobre las escasas diferencias, sólo un 1%, entre nuestras proteínas y las de los chimpancés, pues se sostiene que esto nos aportará una información importante acerca   de   la   condición   humana,   Lewontin   considera   que se trata de «una comparación espuria»:

«el mismo método que describen [Gribbin y Cherfas] (…) de- pende decisivamente de diferencias en las proteínas que no tienen, en primer término, incidencia funcional (…). Yo invertiría la comparación y subrayaría cómo a una pequeña diferencia en la estructura de las proteínas pueden corresponder profundas diferencias en el organismo» (p. 69).

Lewontin se sitúa, de nuevo, en contra de la opinión dominante con argumentos casi obvios pero normalmente excluidos del coro oficial. Hay también que destacar que en su escritura no se percibe el sesgo profesional; es un funámbulo en el arte de una divulgación entretenida, sin perderse en superficialidades o mixtificaciones. Su enfoque es amplio, y clara su agenda social y política. Debe destacarse que, aun poniendo constantemente en entredicho el reduccionismo y su arrogancia, como en sus comentarios al problema de la diferenciación embrionaria (pp. 117-118), no deja de reconocer los enormes avances que tal forma de adquisición de conocimientos ha significado. Es más, desacredita totalmente lo que llama «holismo oscurantista», como la hipótesis Gaia. Otro aspecto positivo reside en la forma en que presenta la información técnica. Es notable su capacidad de síntesis y la forma sucinta, pero clara, de presentar los problemas o de condensar el estado actual de los conocimientos:

«Los organismos vivos se caracterizan por cinco propiedades: se reproducen, evolucionan, se reconocen a sí mismos, se desarrollan y sienten. Estas propiedades han dado origen a cinco grandes problemas en la ciencia biológica. Tres de ellos han resultado ser «fáciles» para la biología mecanística [sic] y dos difíciles (…): ¿qué ocurre dentro de mi cabeza cuando escribo estas palabras y cómo, empezando por un solo óvulo fecundado en el útero de mi madre, desarrollé el cerebro, los ojos y los dedos que hicieron posible todo ello? El problema no es simplemente que nosotros no tengamos historias individuales coherentes que contar sobre estos procesos, sino que no   sabemos cómo formular preguntas bien estructuradas de cuya importancia estemos seguros. En lugar de ello tenemos modelos caprichosos que se suceden unos a otros en intervalos de cinco a diez años, dirigidos en gran parte por cambios en la tecnología disponible en otras ramas de la ciencia, antes que por un programa intelectual coherente. Naturalmente, ni siquiera los problemas «fáciles» eran tan fáciles, y por eso han alcanzado gran fama aquellos investigadores que como Mendel o Watson y Crick han hecho importantes aportaciones a su solución» (pp.  116 -117).

Una admirable recensión de los objetivos y métodos de la biología que conocemos.

Ruse, como Segestråle, consideran que la mejor ciencia es la más objetiva, la que posee mayores valores epistémicos, donde cabe cada vez menos la subjetividad de los temas socio-económicos e ideológico- políticos. Es obvio que Lewontin se opone a esta visión cuando escribe sus ensayos. Por lo demás, coincide con la valoración altamente positiva que daba Fleck a la divulgación[15]. Para Lewontin, el peligro es que nuestra sociedad se vea arrastrada a una dictadura del experto[16], una forma de vida en la cual el ciudadano y el colectivo social sean cada vez menos dueños efectivos de su destino, una sociedad menos democrática y menos igualitaria gracias a la ciencia.

En honor a lo consecuente de sus ideas y principios, en 1971 Lewontin renunció a su condición de miembro de la Academia Nacional de Ciencias de EEUU en protesta por la contribución de esta institución a la financiación de la   investigación   militar   secreta   en   plena   guerra de Vietnam[17].

 


[1]   (1)      Versión castellana de la segunda edición inglesa de LEWONTIN, R. C. It ain’t necessarily so: the dream of the human genome and other illusions, Londres, Granta Books, 2001, 368 pp. [1ª edición: Nueva York, New York Review of Books, 2000]. La edición castellana omite el título original y deja como título el subtítulo de la inglesa. Un ensayo adicional sobre los alimentos transgénicos [«Genes in the Food!», pp. 341-368], que se incluye en la segunda edición inglesa, no figura en la castellana.

[2] (2)        LEWONTIN, R. C.  El sueño del genoma humano y otras ilusiones, Madrid,  Paidós, 2001, p. 47. Esta traducción deja que desear en algunos puntos. Pese a todo, la utilizo por comodidad aquí y en todas las citas textuales que hago a esta obra. Al objeto de facilitar su lectura, me he permitido, eso sí, introducir pequeños cambios —que señalo en cursiva— a la luz de la segunda edición inglesa.

[3]  (3)       SNOW, C. P. The two cultures, Cambridge, Cambridge University Press, 1959 (2ª ed. 1964; reimpr., 1993).

[4]  (4)       LEWONTIN, Richard C.; ROSE, Steven; KAMIN, Leon J. No está en los genes. Crítica del determinismo biológico (1984), Barcelona, Crítica, 1996, p. 49.

[5]  (5)       SEGESTRÅLE, Ullica. Defenders of the truth. The sociobiology debate, Oxford, Oxford University Press,  2001,  p.  44.

[6]  (6)       Véase LEVINS, Richard; LEWONTIN, Richard C. The dialectical biologist, Cambridge, Mass., Harvard, University Press, 1985.

[7]   (7)      SEGESTRÅLE, nota 5, p. 40. Cursivas en el original.

[8]  (8)       Aconsejo al lector acudir al ensayo 8 («The Commodization of Science»). En: LEWONTIN, nota 6, pp. 197-208.

[9]   (9)      Este es un punto importante en el primer ensayo, «El complejo de Inferioridad» (En: LEWONTIN, nota 2, pp. 21-52), donde da su posición acerca del problema de la medición de la inteligencia, tan relevante en el contexto norteamericano.

[10]  (10)   No por casualidad un capítulo en otro libro suyo se titula «Un razonable escep- ticismo». Véase LEWONTIN, Richard C. The doctrine of DNA: Biology as ideology, London, Penguin, 1993, pp. 3-16.

[11]  (11)   Hay un error en la traducción que hace de la frase negativa del original, una frase afirmativa en castellano tergiversando completamente el sentido.

[12]  (12)   RUSE, Michael. El misterio de los misterios. ¿Es la evolución una construcción social?, Barcelona, Tusquets Editores, 2001. Capítulo VIII. «Richard Lewontin. La adap- tación y sus descontentos» pp. 173-191.

[13]  (13)   Citado también en HOBSBAWM, Eric. Historia del Siglo XX (1914-1991), Barcelona, Crítica, 1996, p. 548.

[14]  (14)   CAPSHEW, James H.; RADER, Karen A. Big Science: Price to the  present.  Osiris, 1992, 7, 3-25, en p. 14. Watson  también  ha  defendido  el  «Proyecto  Genoma» como «el despegue a la Luna de la Biología» (ibid.).

[15]  (15)   Citado en GOLINSKI, Jan. Making Natural Knowledge. Constructivism and the History of Science, Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 33-34.

[16]  (16)   Advertencia constante de una tendencia en   historia   y   sociología   de   la   ciencia. Un ejemplo se encuentra en   PESTRE,   Dominique.   Science,   political   power   and the state. In: KRIGE, John; PESTRE, Dominique (eds.), Science in the Twentieth Century, Amsterdam, Hardwood, 1997, pp. 61-75.

[17]  (17)   Agradezco al Dr. Xavier Roqué sus sugerencias en la redacción y al Dr. Jon Arrizabalaga, sin cuyo entusiasmo y apoyo incondicional este escrito no hubiese sido posible.

 

BIBLID [0211-9536 (2003) 23; 391-402]

Fecha de aceptación: diciembre de 2002

C. LEWONTIN. El Sueño del Genoma Humano y Otras Ilusiones, Madrid, Paidós, 2001, 286 pp., ISBN: 84 -493 -1075-X [1]

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