Darwin, Marx y las dedicatorias de «El Capital»

De la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana.

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Artículo de El Viejo Topo

Para Jaume Josa

Aquel que entienda al babuino
contribuirá a la metafísica más que John Locke.

Charles Darwin, cuaderno D, agosto de 1838.

Maestro, periodista, compañero y amigo de Marx, miembro del comité de correspondencia comunista de Bruselas entre 1846 y 1847 y de la oficina central de la Liga de los Comunistas, redactor de la Nueva Gaceta Renana entre 1848 y 1849, emigrado a Suiza en 1849 y a Inglaterra en 1851, Wilhelm Friedrich Wolf falleció en 1864. Tres años más tarde, su amigo le dedicaba el libro I de El Capital, la única parte que llegó a publicar en vida, con las siguientes palabras 1:

Dedicado a mi inolvidable amigo, valiente, fiel, noble luchador adelantado del proletariado, Wilhelm Wolff. Nacido en Tarnau el 21 de junio de 1809. Muerto en el exilio en Manchester el 9 de mayo de 1864.

El sentido texto de Marx nos conduce a una historia paralela en torno a las dedicatorias del gran clásico marxiano, historia en la que el autor de El origen de las especies, cuyo doble aniversario celebramos este año 2, está muy presente. Vale la pena recordarla brevemente.

Norte de Londres, 17 de marzo. Marx había fallecido tres días antes. Su amigo, compañero y colaborador Friedrich En­gels le despedía con un emotivo discurso en el cementerio de Highgate. Entre los asistentes, dos científicos naturales, el químico Schorlemmer y el biólogo darwinista Ray Lankester 3. El autor de La situación de la clase obrera en Inglaterra, como en su día apuntara el gran marxista italiano Valentino Gerratana, unía probablemente por vez primera los nombres del amigo desaparecido y del científico británico:

De la misma forma que Darwin ha descubierto las leyes del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx ha descubierto las leyes del desarrollo de la historia humana.

El paralelismo establecido se convirtió tiempo después en un lugar común en la literatura marxista. Con incomprensiones que no deberían desdeñarse: Marx, se dijo y repitió, en paralelo al trabajo de Darwin en el ámbito de la biología y las ciencias na­turales, es el creador del continente Historia. Sus “leyes”, ca­tegorías y conjeturas son equiparables a las de teoría de la evolución, y la corroboración exitosa del materialismo histórico, así como sus aristas gnoseológicas, son similares.

Desde luego: el autor de El Capital no desconoció la obra de Darwin. Marx escribió a Engels, quien había sido uno de los mil ciudadanos privilegiados que había adquirido un ejemplar de la primera edición de El origen de las especies en 1859, sobre el clásico de Darwin en más de una ocasión. La siguiente carta está fechada el 18 de junio de 1862 y Marx habla en ella de relecturas de la obra:

(…) En cuanto a Darwin, al que he releído otra vez, me divierte cuando pretende aplicar igualmente a la flora y a la fauna la teoría de “Malthus”, como si la astucia del señor Malthus no residiera precisamente en el hecho de que no se aplica a las plantas y a los animales, sino sólo a los hombres –con la progresión geométrica– en oposición a lo que sucede con las plantas y los animales. Es curioso ver cómo Darwin descubre en las bestias y en los vegetales su sociedad inglesa, con la división del trabajo, la concurrencia, la apertura de nuevos mercados, las “invenciones” y la “lucha por la vida” de Malthus. Es el bellum omnium contra omnes [la guerra de todos contra todos] de Hobbes, y esto hace pensar en la Fenomenología de Hegel, en la que la sociedad burguesa figura bajo el nombre de “reino animal intelectual” mientras que en Darwin es el reino animal el que presenta a la sociedad burguesa…

En el primer libro de El Capital, Marx se refiere a Darwin en dos ocasiones cuanto menos, si bien de forma lateral en ambos casos.

La primera vez aparece en el capítulo XII de la sección IV. En una nota a pie de página (n. 31: OME 40, p. 368), a propósito del período manufacturero, que, apunta Marx, “simplifica, perfecciona y multiplica los instrumentos de trabajo mediante la adaptación de éstos a las funciones especiales exclusivas de los trabajadores parciales”, señala:

En su obra que hace época, Sobre el origen de las es­pecies, Darwin observa lo siguiente respecto de los ór­ganos naturales de las plantas y de los animales: “Mientras un mismo órgano tiene que ejecutar trabajos diferentes, es tal vez posible descubrir un motivo de su alterabilidad en el hecho de que la selección natural mantiene o suprime cualquier pequeña desviación de la forma menos cuidadosamente de lo que lo haría si ese mismo órgano estuviera destinado a un solo fin particular. Así, por ejemplo, los cuchillos, que están destinados a cortar cosas de todo tipo, pueden ser de formas que en conjuntos sean más o menos una, mientras que un instrumento destinado a un solo uso necesita también otra forma si ha de satisfacer otro uso”.

La segunda referencia aparece en el capítulo XIII, en el apartado dedicado a la “Maquinaria y gran industria”. Refiriéndose a John Wyatt y su máquina de hilar, y la revolución industrial del siglo XVIII, Marx señala que Wyatt no aludió al hecho de que “la hacía funcionar un asno, no un hombre, pese a lo cual la función correspondió a un asno. Su programa hablaba de una má­quina ‘para hilar sin dedos”, y en nota a pie (nota 89, OME 41, pp. 2-3), apunta:

 Ya antes de él se habían utilizado máquinas para prehilar, aunque muy imperfectas, probablemente en Italia por vez primera. Una historia crítica de la tecnología documentaría en general lo escasamente que ninguna invención del siglo XVIII es cosa de un solo individuo. Por el momento no existe una historia así. Darwin ha orientado el interés a la historia de la tecnología natural, esto es, a la formación de los órganos ve­getales y animales en cuanto instrumentos de producción para la vida de las plantas y de los animales. ¿No merece igual atención la historia de la constitución de los órganos productivos del ser humano social, base material de cada particular organización de la sociedad? ¿Y no sería, además, más fácil de conseguir, puesto que, como dice Vico, la historia humana se diferencia de la historia natural en que nosotros hemos hecho la una y no la otra?…

Preguntado en el coloquio de una conferencia de 1978 sobre “El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia” por el conocimiento de Marx de la ciencia no social de su tiempo, Manuel Sacristán señaló que, como era natural, el filósofo y revolucionario comunista había seguido las ciencias cosmológicas con cierto retraso y con menor intensidad que las disciplinas sociales. Los conocimientos naturales que Marx atendió principalmente fueron los que le parecían imprescindibles para su propio trabajo de científico social con pies y mirada en tierra: agrotecnia, agroquímica, principalmente, y por prolongación, biología y química. En eso, apuntaba Sacristán, había estado empujado por algunas manías suyas.

La pasión por la ciencia alemana […] le hace leerse a [Justus von] Liebig de arriba a abajo por ejemplo, porque le parece que no sólo es un gran agrónomo sino además un representante típico de ciencia alemana, integrada y global.

En el caso de la biología, proseguía el prologuista a la edición catalana de El Capital, estaba la pasión por Darwin. Marx veía en Darwin un apoyo teórico para sus propias teorías. En su opinión, erróneamente, pero Marx lo había creído así y había cultivado con insistencia la lectura de Darwin. La gran historiadora Janet Browne 4 ha confirmado la afirmación de Sacristán:

Y es célebre la intriga despertada en Karl Marx por las tesis de Darwin, quien señaló en diversas ocasiones que en los trabajos de Darwin veía el sistema capitalista de la competencia y el liberalismo.

No hay duda, pues, de la admiración de Marx por la obra de Darwin. Está contrastado históricamente que Marx leyó y releyó El origen de las especies en los años iniciales de la década de los ’60 del siglo XIX, movido seguramente por el de­seo de encontrar bases científico-naturales consistentes con su concepción de la Historia y acaso no fuera incoherente para él el paralelismo entre el concepto de lucha de clases y sus de­rivadas conceptuales y la apelación darwiniana a la lucha por la supervivencia como motor de la evolución.

De este modo, es comprensible que Marx, que cuando residió en Londres con su familia vivió en algún momento a apenas unos treinta kilómetros del domicilio de Darwin, le hiciera llegar a lo largo de 1873, en fecha no determinada, la segunda edición 5 de El Capital con una breve dedicatoria: “A Mr Charles Darwin, de parte de su sincero admirador, Karl Marx” 6.

El gran científico inglés, su admirado naturalista, que no ignoraba evidentemente que Marx era el coautor del Ma­ni­fiesto Comunista, le contestó el 1º de octubre de 1873 agradeciéndole el detalle y con proximidad ilustrada:

Muy distinguido señor:

Le doy gracias por el honor que me hace al en­viarme su gran obra sobre El Capital; pienso sinceramente que merecería en mayor medida su obsequio si yo entendiera algo más de ese profundo e im­portante tema de economía política. Aunque nuestros estudios sean tan distintos, creo que am­bos deseamos ardientemente la difusión del saber y que a la larga eso servirá, con toda seguridad, para aumentar la felicidad del género humano.

Queda, muy distinguido señor, suyo, afectísimo

Charles Darwin

Según la bióloga e historiadora Janet Browne, una de las grandes especialistas mundiales en la obra de Darwin y editora de su correspondencia, éste no llegó a leer, ni siquiera a abrir, el ejemplar que Marx le enviara. Permanece impoluto, co­mo dijimos, en la conservada y cuidada biblioteca de Darwin.

Pero durante tiempo se ha creído que no fue ésta la única carta que Darwin escribió a Marx, que no fue éste el único intercambio epistolar entre ambos.

Años después, en 1880, el creador de la teoría evolucionista respondía una carta previa desconocida, no localizada hasta entonces, en la que se le solicitada permiso para una dedicatoria y para realizar observaciones sobre su obra.

Muy distinguido señor.

Le estoy muy agradecido por su cortés carta y por el contenido de la misma. La publicación, en la forma que sea, de sus observaciones sobre mis escritos no precisa en realidad de consentimiento alguno por mi parte, así es que no sería serio que yo diera un consentimiento del que no tiene ninguna necesidad. Prefería que no se me dedicara el tomo o el volumen (aunque le doy las gracias por el honor que quiere hacerme), puesto que eso implicaría en cierto modo mi aprobación de toda la publicación, sobre la cual no sé nada. Además, aunque soy un decidido defensor de la libertad de pensamiento en todos los campos, me parece –con razón o equivocadamente– que las argumentaciones en forma directa contra el cristianismo y el teísmo difícilmente producen algún efecto en el público. Pienso que la libertad de pensamiento se promueve mejor a través de la gradual iluminación de las mentes que se deriva del progreso de la ciencia. Puede que, sin embargo, yo me haya visto in­fluido excesivamente por el disgusto que habrían sentido algunos miembros de mi familia si hubiera apoyado de algún modo ataque dirigidos contra la religión.Me disgusta rechazar su ofrecimiento, pero soy viejo, tengo muy pocas fuerzas y leer pruebas de im­prenta –como sé por experiencia reciente– me cansa mucho

Queda, muy distinguido señor, suyo, afectísimo,

Ch Darwin

No cabe pasar por alto la penetrante intuición argumentativa y psicológica de Darwin sobre los efectos persuasivos de las argumentaciones directas contra las creencias religiosas.

No es, en todo caso, el tema que nos ocupa. Cabe enfatizar aquí el breve paso en que Darwin parece apuntar –o, más bien, apunta claramente– al contenido de la obra enviada:

[…] las argumentaciones en forma directa contra el cristianismo y el teísmo difícilmente producen algún efecto en el público

Argumentaciones contra el cristianismo, contra el teísmo… No parece que la afirmación darwiniana señale de ningún modo a los contenidos centrales de El Capital. Sin embargo…

En 1931, la revista soviética Bajo el estandarte del marxismo publicó esta segunda carta de Darwin de octubre de 1880. La redacción de la revista soviética conjeturó, con riesgo especulativo pero no de forma implausible, que el desconocido destinatario de la carta era Marx, Karl Marx

Isaiah Berlin, en su aproximación a Marx de 1939, señaló, basándose en esta carta, que el autor de El Capital quería de­di­­car a Darwin la edición alemana original.

Francis Wheen 7 ha comentado, en tono crítico, el descuido de I. Berlin, quien, en su opinión

(…) pasó por alto completamente el hecho de que El Capital –con su dedicatoria a Wilhelm Wolff– apareció en 1867, nada más y nada menos que trece años antes de que supuestamente Marx le ofreciese “el ho­nor” a Darwin.

Después de la segunda guerra mundial, casi todos los autores que se aproximaron al asunto aceptaron, con matices y alguna vacilación, el rechazo por Darwin de la dedicatoria pro­puesta, difiriendo en el volumen que Marx pretendía dedicarle.

McLellan 8, por ejemplo, con mucha más atención, señaló que Marx, en realidad, deseaba dedicar a Darwin el segundo libro de El Capital.

Gerratana, en su clásico estudio sobre “Marxismo y darwinismo” sostenía una posición similar si bien advertía, prudentemente, que “no se ha podido encontrar la carta de Marx, por lo que faltan algunos datos esenciales para aclarar por completo el significado de ese interesante episodio”, señalando una posible interpretación:

Muy probablemente el sondeo realizado por Marx te­nía un objeto menos contingente: la posibilidad de establecer en el campo científico las relaciones entre darwinismo y socialismo, en el ca­so de que hubiera sido aceptada por Darwin, habría liquidado definitivamente la polémica bizantina que se estaba desarrollando durante aquellos años y que iba a continuar desarrollándose durante algunas décadas con igual superficialidad por parte de na­tura­listas y de socialistas

Finalmente, Sholomo Avineri 9 sugirió que los recelos marxianos sobre la aplicación política del darwinismo hacían impensable una oferta sincera. La dedicatoria de El Capital a Darwin había sido, con seguridad, una mera bro­ma.

Basándose en las investigaciones de la reconocida estudiosa de la obra de Darwin Margaret Fay y de Ralph Colp, Jr, quien ya habló en los setenta del mito de la creencia de que Marx deseaba dedicar alguna parte de El Ca­­pital a Darwin, Wheen ha apuntado una explicación muy diferente. La si­guiente:

La carta de Darwin no fue enviada a Marx sino a Edward B. Aveling, el com­­pañero de Eleanor Marx, hija de Marx y Jenny von Westphalen. Aveling ha­bía publicado en 1881 The Stu­dents´Dar­win. Fay descubrió entre los papeles de Darwin una carta de Ave­ling de 12 de octubre de 1880, unida a unos capítulos de muestra de su obra, en la que después de solicitar el apoyo o el consentimiento de Darwin a su tra­­bajo, añadía:

 Me propongo, dependiendo de nuevo de su aprobación, honrar a mi obra y a mí mismo dedicándosela a usted.

¿Por qué entonces la carta de Dar­win a Aveling había terminado en el archivo de Karl Marx dado pie a la confusión sobre la dedicatoria de El Capital? Porque Eleanor Marx y el propio Ave­ling, después del fallecimiento de En­­gels, habían sido los depositarios del legado marxiano, mez­clándose por error los documentos de uno y otros.

Así, pues, la atribución de la citada car­ta a Karl Marx es falsa con toda probabilidad, pero la hipótesis sobre su autoría fue una razonable conjetura extendida y aceptada en tradiciones y publicaciones marxistas (y no marxistas), con algún descuido o falta de documentación en algún caso. Ni que decir tiene que la admiración de Marx por la obra de Darwin está confirmada y que la no lectura de Darwin del regalo enviado por Marx no apunta a ningún menosprecio por la obra de éste ni tan siquiera a cosmovisiones muy alejadas en uno y otro caso. El autor de El origen de las especies vio que ambos aspiraban, desde sus respectos ámbitos, a la difusión del saber contrastado y al avance de la felicidad humana..

Janet Browne ha explicado esta curiosa historia de la dedicatoria de El Capital en los términos siguientes:

[…] En una ocasión se creyó que Marx quiso dedicar El Capital a Darwin, pero aquella impresión se basaba en un malentendido. En efecto, Marx mencionó El origen de las especies en su texto y envió a Darwin un ejemplar de presentación de la tercera edición de El Capital en señal de aprecio. Todavía forma parte de la colección de libros de Darwin con una nota de Marx en su interior. La confusión nacía de un error de identificación de una carta dirigida a Darwin. La carta procedía en realidad de Edward Aveling, el filósofo político y yerno de Marx, que adoptó con entusiasmo los planteamientos seculares de Darwin. Aveling le preguntó a Darwin si le importaría que le dedicara uno de sus libros. Como no deseaba que la asociaran pú­­blicamente con el ateísmo de Aveling, Darwin de­negó la petición.


Notas

  1. Uso la traducción del primer libro de El Capital de Manuel Sa­cristán: OME (Obras de Marx y Engels) 40, 1976, Ediciones Grijalbo.
  2. El 12 de febrero se cumplieron 200 años del nacimiento de Charles Darwin y el 24 de noviembre de 2009 se celebrará el 150 aniversario de la publicación de El origen de las especies.
  3. Valentino Gerratana, “Marxismo y darwinismo”. Investigaciones sobre la historia del marxismo I. Hipótesis-Grijalbo, Barcelona, 1975, p. 99.
  4. Janet Browne, La historia de El origen de las especies de Charles Darwin. Debate, Madrid, 2007, p. 111.
  5. Janet Browne habla de la tercera edición (op. cit, p.112). Creo que es una errata de la gran historiadora inglesa.
  6. Según Janet Browne, op cit, p. 112, todavía “forma parte de la colección de libros de Darwin con una nota de Marx en su interior”.
  7. Francis Wheen,Karl Marx. Editorial Debate, Madrid 2000, p. 336.
  8. David McLellan, Karl Marx. Su vida y sus ideas, ed. cit., p. 488
  9. Sholomo Avineri, “The Marx-Darwin Question: Implications for the Critical Aspects of Marx’s Social… Warren International Socio­lo­gy.1987; 2: 251-269.

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