Cordobazo: cuando se incendió la pradera

Obreros y estudiantes, junto a la población que empieza a acompañar con su solidaridad, se hacen dueños de las calles de Córdoba. “Dueños” en el sentido más literal del término: controlaban la ciudad.

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Como vimos en una nota anterior con relación al cercenamiento a los derechos democráticos y el ataque a la juventud, el gobierno de la Revolución Argentina no fue más benévolo con el movimiento obrero.

Fueron contundentes mazazos. Eliminó la Comisión del Salario Mínimo, Vital y Móvil. Impuso el arbitraje obligatorio en los conflictos laborales y la ley de represión de los conflictos sindicales. Intervino sindicatos y suspendió personerías gremiales. Estableció la Ley de congelamiento de salarios. Modificó la Ley de indemnizaciones por despidos y aumentó la edad para jubilarse. ¿No se olvidó de algo más?

La respuesta del movimiento obrero tenía que ser a la altura de las circunstancias. No fue inmediata, pero se fue gestando una olla a presión que explotó en la ciudad de gran concentración obrera, de la industria automotriz, donde la nueva vanguardia inició una experiencia independiente. Inédita desde la llegada del peronismo a la Casa Rosada.

La rebelión contra Onganía lo hizo. No logró todos los objetivos, pero dio un paso gigantesco. En programa de lucha, en organización, en unidad en la acción contra la dictadura y sus medidas antiobreras y antipopulares.

El movimiento obrero se pone en acción frente a los ataques

Durante el año 1968 comienzan una serie de luchas defensivas en el movimiento obrero. La mayoría de ellas contra los despidos masivos. En mayo de ese año, la zona del Gran Buenos Aires, la fábrica Peugeot y Good Year, así como la planta de YPF (del sindicato SUPE) de Ensenada se plantan en combativas huelgas largas. De ellas, sólo Peugeot gana, las otras son duras derrotas. En enero del 69, las plantas de Citroën y Fabril Financiera, en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, también salen a pelear y son derrotados.

En Córdoba, el malestar por abajo aplastado por las botas militares empieza a expresarse. En las grandes fábricas y concentraciones de trabajadores, la bronca salta en masivas asambleas. En una de ellas, a principios de mayo del 69 los obreros mecánicos que salían de una de ellas, son reprimidos. Los días 15 y 16 del mismo mes, los trabajadores del transporte y otros gremios declararon un paro de actividades por las quitas zonas y el no reconocimiento de la antigüedad por traslados de empresas.

En esta pradera que se empezaba a encender, se recibe la noticia del asesinato de los estudiantes Cabral y Bello en el Rosariazo. Los estudiantes organizan una huelga el día 21, y el 23 de mayo ocupan el Barrio Clínicas en donde chocan con la policía y tres días después ambas CGTs (en el 68 se había producido la ruptura en la CGT oficial y la CGT de los Argentinos) llaman a un paro nacional para el día 30. Córdoba da un paso al frente y decide comenzar el paro el 29; el movimiento estudiantil apoya.

El 29 de mayo, a media mañana, cuando Onganía ingresaba al Colegio Militar en Campo de Mayo, para celebrar el Día del Ejército. Mientras el general y sus fieles celebraban “su Día”, en Córdoba, miles de obreros comenzaron a forjar “otro Día” que pasaría a la historia como celebración para nuestra clase y sus aliados.

Los trabajadores cordobeses empiezan a abandonar sus tareas y se encolumnaron en dirección hacia el centro de la ciudad. Las fábricas automotrices quedaron vacías rápidamente mientras algunos estudiantes se meten en las columnas de obreros y la mayoría comienza a marchar en forma organizada desde distintos puntos de la ciudad. Las fuerzas policiales no se quedaron atrás, desde ya, y desplegaron un nutrido abanico de tropas, carros de asaltos y camiones hidrantes esperando el ingreso de la movilización.

Las columnas obreras no eran poca cosa. Desde la planta de IKA-Renault entra a la ciudad una columna de 3.000 obreros, que pasa por arriba a la barrera policial.

Obreros y estudiantes, junto a la población que empieza a acompañar con su solidaridad, se hacen dueños de las calles de Córdoba. “Dueños” en el sentido más literal del término: controlaban la ciudad.

No sólo prendieron el fuego, sino que lo mantuvieron durante dos días. Dos días donde las fuerzas policiales fueron desbordadas por el rechazo a la represión en forma masiva; algunos destacamentos se mandaron a guardar, la defensa de la Patria no daba para arriesgar tanto el “pellejo”.

En la esquina de Blas y Bulevar San Juan, cayó herido de muerte el obrero mecánico Máximo Mena de 27 años. Ese golpe avivó las llamas.

El general Onganía tuvo que hacer intervenir con las FFAA que estaban festejando el día anterior: la Cuarta Brigada de Infantería Aerotransportada y otras, la Aeronáutica y la Gendarmería, al mando del general Carcagno se desparramó por toda la ciudad. Se necesitaban muchos bomberos para apagar tanto “fuego”.

Aún así no les fue fácil para las tropas “sanmartinianas”. Obreros y estudiantes se organizaron para resistir desde el Barrio Clínicas. Por la noche la agitación se trasladó a los barrrios.

Al día siguiente, el 30, esta vez sí, las tropas de los generales toman el control de la ciudad. Y “democráticamente” ponen en acción los consejos de guerra para juzgar a los detenidos. Las detenciones fueron de centenares, los muertos se reconocieron en 15, decenas de condenados, las principales condenas fueron para las caras más visibles del levantamiento obrero: Agustín Tosco de Luz y Fuerza y Elpidio Tores del SMATA, quienes recibieron 8 y 4 años de cárcel.

Bajaron la altura de las llamas, pero la pradera no se apagó

Aunque la rebelión no se extendió nacionalmente, sí se sucedieron los conflictos estudiantiles y del movimiento obrero y los “azos” provinciales.

Las enseñanzas que dejó fueron varias y cruciales. Demostró la necesaria unidad de los/as explotados/as y oprimidos/as para encarar la pelea por todos los reclamos. Así como la democracia desde abajo, con el método asambleario, para tomar las decisiones y llevarlas adelante hasta el final.

Esta Jornada puso a nuestro país a tono con las movilizaciones a nivel internacional, fogueando y construyendo una vanguardia que avanzó hacia una radicalidad mayor. Una radicalidad que era la que estaba torpedeando al sistema capitalista en su conjunto y no podían frenarla.

El primer golpe fue directo al corazón del gobierno de Onganía, que perdió el beneplácito y estima absoluta de la patronal y sus instituciones. Los sucesivos cambios de figuras militares fueron hacia una crisis cada vez más fuerte. El general Roberto Marcelo Levingston tomó la posta de la presidencia del país el 18 de junio de 1970 y el general Alejandro Agustín Lanusse el 16 de marzo de 1971.

Fortaleció y consolidó una amplia vanguardia obrera y estudiantil clasista que tomó la posta en algunos sindicatos, pero fundamentalmente en los organismos de base de los trabajadores. Así como fortaleció a las organizaciones de izquierda.

Se incendió la pradera y la patronal y todas las instituciones de todos los colores y disfraces a su servicio no pudieron apagarla. Tuvieron que cambiar las fichas (y los uniformes) y la burguesía empezó a clamar por la vuelta del “tirano prófugo”. Tampoco él trajo el equipo de bomberos necesario.

La unidad y la lucha de los trabajadores, las mujeres y la juventud contra todas las variantes patronales y burocráticas que nos quieren maniatar en el presente y arrebatar el futuro sigue siendo la apuesta para derrotar el capitalismo y sus lacras.

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