Albert Camus o el mito del hombre rebelde

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  • El pasado 4 de enero se cumplió un nuevo aniversario (el número 62) del fallecimiento en un accidente automovilístico de uno de los pensadores franceses más importantes del siglo XX: Albert Camus. Algunos apuntes sobre su vida y obra.

Guillermo Pessoa

Camus nació en una familia de colonos franceses dedicados al cultivo de anacardo en el departamento de Constantina, Argelia. Su padre fue movilizado durante la Primera Guerra Mundial y murió en la batalla del Marne, quedando Albert  huérfano antes de cumplir el año. Su niñez transcurrió en uno de los barrios más pobres de Argel, y con ausencia absoluta de libros y revistas. Gracias a una beca que recibían los hijos de las víctimas de la guerra, pudo comenzar a estudiar y a tener los primeros contactos con los libros. En medio de dificultades económicas, cursó su primaria y culminó el bachillerato.

En esta época se interesó por las actividades deportivas, especialmente fútbol, natación y boxeo, siendo arquero del equipo juvenil de la Racing de Argel de 1928 a 1930. En este último año, sin embargo, comenzó a sufrir ataques de tuberculosis, lo cual detuvo su vida deportiva, y por un tiempo, también sus estudios. Posteriormente estudió filosofía y letras y se graduó con una tesis sobre la relación entre el pensamiento clásico griego y el cristianismo a partir de los escritos de San Agustín​ Fue rechazado como profesor a causa de su avanzada tuberculosis, por lo que se dedicó al periodismo como corresponsal del Alger Républicain. En 1940, el Gobierno General de Argelia prohíbe la publicación del diario y maniobra para que Camus no pueda encontrar trabajo, emigró entonces a París y trabajó como secretario de redacción en el diario Paris Soir.

A comienzos de los cuarenta aparecen dos obras importantes en lo que sería su producción literaria y ensayística: El extranjero su primera novela y El mito de Sísifo: y su interrogante metafísico ¿tiene sentido la vida o todo es un absurdo?A riesgo de caer en cierto simplismo, señalemos que París ocupada por los nazis era campo nutricio para el desarrollo de la filosofía existencialista y su correlato: la angustia. Heidegger y Sartre, no los únicos, son expresión  de esto, si bien el primero rechazaba dicha adjetivación para con su obra. Culminada la contienda, el surgimiento de la Guerra Fría planteó nuevos interrogantes y cuestionamientos de certezas en el mundo intelectual: pese a cierto prestigio de la URSS y su victoria sobre el nazismo, los horrores del stalinismo y las revueltas obreras  en Europa Oriental minaban dicha sensación, a la vez que el anticomunismo furioso del Departamento de Estado norteamericano “empujaba” a algunos de ellos al “campo soviético”.

La disputa Camus – Sartre desarrollada en la revista Les Tempes Modernes en los cincuenta (un poco a modo de respuesta del segundo a la publicación por Camus de El hombre rebelde) responde a esa coyuntura. El argelino francés, ligado al anarquismo, critica como teleológico y autoritario al marxismo y lo liga al cristianismo y otros dogmatismos que conoció la humanidad. Sartre, si bien no pertenecía al Partido Comunista, defiende muchas de sus posturas y acusa a Camus de ciertos planteos abstractos que pierden de vista “la situación concreta”.

Hoy provoca cierta (buena) nostalgia esa polémica entre grandes intelectuales que no disputaban sobre “el lenguaje, o determinados fragmentos de la historia” como hará luego el posmodernismo que abjuró de ellos. Argumentos que Camus esgrime para criticar al “socialismo real” son evidentemente  correctos, y la necesidad de la organización obrera y la obligación de distinguir entre países imperialistas y aquellos como la URSS, que planteaba  el autor de La Nausea, resultaba también irrebatibles.

Grosso modo dicho dos falencias que creemos cruciales tenían ambos: confundir el marxismo con el stalinismo (algo más acentuado en Camus), la lectura atenta de la obra marxiana les hubiera ahorrado dicha amalgama (hecho llamativo, teniendo en cuenta que son intelectuales, algo que no ocurrió con otros pensadores como Marcuse) y la invisibilidad de corrientes trotskistas para evitar arrojar “el bebé con el agua sucia” (sin olvidarnos que Francia fue cuna de un trotskismo post Yalta con muchos vicios y deformaciones), resultaron pues una mengua importante.

En algo tenía razón Camus: el hombre siguiendo a Sísifo (y a Prometeo) debe seguir burlándose de los dioses y enfrentando el estado de cosas dado aunque parezca absurdo y no vea sus frutos a lo largo de su vida, siendo por ende tozudamente rebelde. Y, nos permitimos agregar, que esto se materialice en organizaciones, en una política concreta y conlleve un norte bien definido: una sociedad igualitaria que no ahogue la personalidad individual y que sea en definitiva, el verdadero comienzo de la historia humana. Perspectiva que un tal Marx, desde su más temprana juventud, ligándose a corrientes que las encarnaban o intentaban hacerlo, comenzó a esbozar y a luchar por su realización.

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