A 22 años del 11-S: el papel de EE.UU. en el surgimiento del terrorismo islamista

Más de dos décadas después del atentado del 11 de Septiembre, repasamos la historia de cómo el gobierno de Estados Unidos entrenó, armó y financió a grupos religiosos fundamentalistas de donde provienen grupos como Al Qaeda.

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Se cumplen 22 años del mayor atentado terrorista de la historia: el ataque al World Trade Center en Nueva York, por parte de la organización terrorista Al Qaeda.

Las consecuencias geopolíticas del atentado fueron inmensas: Estados Unidos daría inicio a la llamada Guerra contra el Terrorismo, lo que suscitó las invasiones a Afganistán y a Irak.

La apuesta político militar de Estados Unidos lanzando esta ofensiva fue tan grande como fallida, al punto que las tropas norteamericanas acaban de abandonar Afganistán hace apenas dos semanas, casi exactamente dos décadas después de los atentados y con el movimiento Taliban que habían derrocado en un principio, nuevamente con el control del país.

Pero, ¿de dónde surgen y cual fue el papel de EE.UU. en el surgimiento y crecimiento de estos grupos islamistas radicales? La respuesta hay que buscarla en los últimos años de la Guerra Fría y, en particular, a la intervención decisiva de EE.UU. que buscó fortalecer, financiar y organizar a una serie de movimientos guerrilleros fundamentalistas islámicos de donde provienen grupos como Al Qaeda y el Talibán.

De Vietnam a Afganistán

Tenemos que remontarnos a 1978. En Afganistán llega al poder el Partido Democrático Popular de Afganistán, un partido de orientación pro-soviética (aunque no socialista), que realizó una serie de transformaciones importantes en el país, como la reforma agraria, la cancelación de las deudas a los pequeños campesinos y comerciantes así como el establecimiento de un impuesto a las grandes rentas. Además, el Estado pasó a controlar el 51% de las principales empresas del país.

Ese partido había sido previamente parte de un golpe que convirtió al país en una república, pues desde su independencia había sido una monarquía islámica. Ya en el gobierno, impulsaron la modernización también social y civil del país: separaron la religión islámica del Estado, le dieron derechos políticos y sociales a las mujeres, legalizaron los sindicatos, etc.

El presidente del país era Nur Muhammad Taraki, quien había sido fundador del partido diez años antes. Con la llegada al poder del gobierno «comunista» enseguida proliferaron las relaciones comerciales y económicas con la URSS.

Mientras tanto, EE.UU. aun no se recuperaba de la humillante derrota en Vietnam, consumada apenas tres años antes. Sin embargo, los norteamericanos no se quedarían de brazos cruzados ante lo que era una expansión del poder soviético a un nuevo país en una zona estratégica de Oriente Medio.

Pero la posibilidad de una intervención directa estaba más que vetada con la traumática experiencia de Vietnam en el pasado muy reciente y con las enormes consecuencias que tuvo en la política interna estadounidense. Por lo tanto, los yankees debían encontrar a alguien que pueda dar la guerra por ellos. El razonamiento del imperialismo fue muy sencillo: encontremos a quienes se oponen al nuevo gobierno pro-soviético, y apoyémoslos. ¿Qué puede salir mal?

Operación Ciclón

Rápidamente, el gobierno «comunista» de Taraki encontró una fuerte oposición en las poderosas organizaciones islámicas, particularmente fuertes en las zonas rurales. En un país de profunda tradición musulmana, el gobierno había establecido el Estado y la educación laicas, algo que generó fuerte rechazo entre los más religiosos. Enseguida comenzaron las acusaciones de que el nuevo gobierno era «ateo» e «infiel», y la situación política afgana de convulsionó.

En contraste con lo que vendría después, uno de los rasgos políticos más característicos de esa época de gobierno «socialista» fueron los derechos para las mujeres: el velo dejó de ser obligatorio, las mujeres tenían libertad de tránsito y de conducir automóviles (algo que no suele estar permitido en muchos países islámicos) y serían incluidas en el sistema educativo. El Partido de gobierno incluso impulsaría su propia rama femenina, impulsando el ingreso de las mujeres a la vida política. Todas estas medidas endurecieron aun más a los opositores religiosos al gobierno.

Desde principios de la década del ’70, una serie de milicias extremistas religiosas y grupos político-militares habían comenzado a acumular poder en el interior afgano, y desde entonces habían comenzado a recibir ayuda por parte de Estados Unidos. De estas milicias surgieron los principales opositores al gobierno pro-soviético: estos rebeldes islamistas comenzaron a ser conocidos como los muyahidines, «los que hacen la yihad» es decir, los que hacen la «guerra santa».

Enseguida, EE.UU. vio la oportunidad en estos rebeldes de hacer caer al reciente gobierno pro-soviético al mismo tiempo que establecía una amenaza político-militar en la frontera sur de la URSS, limítrofe con Afganistán.

La CIA comenzó a ayudar a los insurgentes a mediados de 1978. El objetivo era convertir estas milicias islamistas, al mismo tiempo, en un movimiento anticomunista. Bajo la presidencia de Jimmy Carter, primero, y de Ronald Reagan, después, la CIA llevó adelante la Operación Ciclón: el financiamiento, entrenamiento y armamento de los muyahidines afganos para derrocar al gobierno pro-soviético.

Con apoyo de la inteligencia pakistaní, británica, israelí y china (en ese momento enfrentada a la URSS), la ayuda de la CIA a muyahidines se hizo oficial en julio de 1978 e incluía tanto la provisión de armas y armamento como el entrenamiento militar. Además, desde Pakistán desplegaron un sistema de propaganda vía radio y papel con contenido anticomunista e islamista hacia Afganistán.

Las cosas comenzaron bien para EE.UU. El gobierno de Taraki no lograba hacer pie, asediado por conspiraciones internas y por los enfrentamientos militares con los muyahidines. En septiembre de 1979 Taraki es destituido y asesinado por un golpe de Estado de su propio Primer Ministro, quien instaura un régimen fuertemente represivo y comienza a negociar con los Muyahidines.

La posibilidad de que el gobierno pro-soviético colapsara rápidamente llevó a la URSS a definir la invasión de Afganistán en diciembre de 1979. Todo iba según lo planeado para EE.UU. que, en palabras del propio Jimmy Carter, estaban «dándole a los soviéticos su propio Vietnam».

Y de alguna manera, así fue. La URSS se embarcó en una guerra larga, costosa y prácticamente imposible de ganar. Del otro lado, los combatientes muyahidín, con el apoyo de los EE.UU. ganaban territorio, poder, influencia y experiencia en combate.

La URSS se retiraría de Afganistán, sin éxito, diez años después. En ese lapso, se estima que EE.UU., a través de la CIA, gastó unos 40.000 millones de dólares para financiar la Operación Ciclón. Se trata de una de las operaciones más largas y costosas en la historia de la inteligencia estadounidense.

Además, en esos años la CIA reclutó y entrenó a unos 35.000 yihadistas de otros países para que vayan a combatir a Afganistán. Entre ellos se encontraba un empresario de origen saudí que fundaría uno de esos grupos muyahidín con el nombre de Al Qaeda y se haría mundialmente conocido unos años después: Osama bin Laden.

La política pro-muyahidines no fue destinada sólo hacia Afganistán, sino incluso hacia la propia población estadounidense. En 1983 Reagan los celebraba públicamente: «Ver los valientes afganos luchadores por la libertad contra modernos arsenales con simples armas de mano es una inspiración para aquellos que aman la libertad».

La cuestión llegó incluso a productos culturales de masas. En la versión original de Rambo III (1988), la escena final de la película contenía una placa dedicatoria a «los valientes combatientes muyahidines que luchan en Afganistán».

Boomerang

Aunque los soviéticos se retiraron de Afganistán en 1989, la guerra interna afgana se extendió hasta 1992, cuando los distintos grupos muyahidines entraron en Kabul. Con la derrota definitiva de la URSS -que además había dejado de existir un año antes- los norteamericanos decidieron que la Operación Ciclón ya había cumplido su propósito y el financiamiento a los fundamentalistas islámicos terminó. Por supuesto, ya era tarde para evitar todo lo que vendría después.

Al disolverse la República Democrática de Afganistán, los distintos grupos muyahidines  -entrecruzados con conflictos étnicos- comenzaron a disputarse el poder entre sí, y todo culminó en una nueva guerra civil. El poder formal del naciente Estado Islámico de Afganistán recayó en Burhanuddin Rabbani pero, en términos reales, en muchas zonas el poder del país estaba dividido en función de la influencia de los distintos grupos armados y Señores de la Guerra locales.

En las zonas rurales del norte, un grupo de líderes muyahidines veteranos de la guerra contra la URSS deciden formar un nuevo grupo armado que se opondrá al gobierno de Rabbani: el Talibán.

Poco tiempo después de terminada la guerra, los Talibanes avanzaron con el control del país y en 1996 derrocan a Rabbani y se hacen con el gobierno central. Instauran un régimen político represivo basado en una lectura ultra-conservadora del Islam, en particular para las mujeres.

Durante el gobierno Talibán, las mujeres tenían prohibido salir de sus casas sin acompañamiento de un hombre, además de estar obligadas de vestir la Burqa, que les cubría rostro y cuerpo por entero. Se les prohibió su acceso al trabajo y la educación, entre otras medidas fuertemente opresivas.

Al Qaeda, mientras tanto, había combatido en alianza con los Talibanes durante el período de la guerra civil, y el grupo había logrado extenderse a otros países de la región. Su concepción fundamentalista radical del Islam propugnaba la reunificación de todo el mundo islámico bajo un único Califato. Pero entendían que el obstáculo para lograrlo era el intervencionismo y la injerencia occidental, que interponía sus propios intereses.

Al Qaeda y el 11-S

Lo que Estados Unidos no previó era que los fundamentalistas islámicos no sólo iban a rechazar a los invasores soviéticos: rechazarían a cualquier invasor en general. Bajo esta premisa y en el contexto de la fuerte presencia estadounidense en Medio Oriente por la Guerra del Golfo, Al Qaeda le declara la «Guerra Santa» a occidente en general y a Estados Unidos en particular.

El 11 de septiembre de 2001 se producía el atentado contra las Torres Gemelas, en Nueva York. El ataque dejó más de 3000 muertos y fue perpetrado por Al Qaeda, que estaba liderada por el ya mencionado Osama Bin Laden. El mismo Bin Laden que fue entrenado y financiado por la CIA para combatir a los soviéticos en Afganistán.

El entonces presidente norteamericano, George W. Bush, sostuvo que los Talibanes protegían a Bin Laden y que en Afganistán se encontraba el centro de operaciones de Al Qaeda que había hecho posible el atentado. En diciembre de 2001, Estados Unidos invadió Afganistán para luchar contra los mismos grupos terroristas que habían armado, financiado y entrenado poco tiempo antes.

Sin embargo, EE.UU. encontró y asesinó a Osama Bin Laden recién 10 años después (y no en Afganistán, sino en Pakistán), así como tampoco lograron desarticular a la red Al Qaeda, que continúa activa al día de hoy.

Los norteamericanos sí logran derrocar rápidamente a los Talibanes, aunque estos continuaron operativos en Pakistán y en zonas rurales afganas. Durante años, Estados Unidos pone en pie diversos gobiernos títere en Afganistán, cuyo poder estaba más apoyado en la fuerza militar de ocupación que en la propia sociedad afgana, como quedaría demostrado con los hechos de agosto de este año que culminaron con el retorno de los Talibanes al poder.

Los hechos de estos últimos días en Afganistán vienen a coronar una larga historia de intervencionismo imperialista, y al mismo tiempo, de fracaso estratégico de los yanquis en la región.

Estados Unidos entrenó y les dio poder a los fundamentalistas islámicos. Luego, cuando sus armas se volvieron contra ellos como un boomerang se produjeron los terribles atentados. En respuesta, intentó combatirlos y desarticularlos iniciando una nueva guerra larga y costosa. Su resultado terminó siendo no sólo que el terrorismo no desapareció, sino incluso que la guerra culminó con el regreso de los Talibanes al poder en Afganistán.

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