El legado de la esclavitud: modelos para una nueva femenidad

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  • Primer capítulo de “Mujeres, raza y clase” de la militante de izquierda Angela Davis. La historia de las mujeres esclavas en Estados Unidos.

Por Angela Davis

En 1918, cuando el influyente estudioso Urich B. Phillips declaró que la esclavitud, en el Viejo Sur, había estampado sobre los salvajes africanos y sobre sus descendientes americanos el sello glorioso de la civilización, dispuso el escenario para un largo y apasionado debate. En las décadas posteriores, a medida que el debate se fue recrudeciendo, un historiador tras otro declaraba, con aplomo, haber descifrado el verdadero significado de esta «institución peculiar». Pero en medio de toda esta actividad académica la situación específica de la mujer esclava permanecía sin ser penetrada. Las continuas discusiones en torno a su «promiscuidad sexual» o a su tendencia «matriarcal» oscurecían, mucho más que iluminaban, la condición de las mujeres negras duran-te la esclavitud. Herbert Aptheker continúa siendo uno de los pocos historiadores que intentaron establecer unas bases más realistas para la comprensión de la mujer esclava.

Durante la década de 1970, e! debate sobre la esclavitud resurgió con un renovado vigor. Eugene Oenovese publicó Roll, Jardan, Roll: che World che Slaves Made . Apareció The Slave Communiry de John Blassingame, como también lo hicieron el desacertado libro de Fogel y Engennan Time OTI me Cross5 y la monumental obra de Herbert Outman Black Family in Slavery and Freedom. Como reacción ante este rejuvenecido debate, Stanley Elkins decidió que era e! momento de publicar una edición ampliada de su estudio de 1959, Slavery. Llamativamente se echa en falta en este torbellino de publi-caciones un libro expresamente dedicado a las mujeres esclavas. Quienes hemos espe-rado ansiosamente un estudio de la mujer negra durante el periodo de la esclavitud, por el momento, seguimos decepcionados. Igualmente, ha sido decepcionante descubrir que, exceptuando las tradicionales y discutibles cuestiones sobre la promiscuidad versus e! matrimonio y sobre el sexo con hombres blancos forzoso versus voluntario, los auto-res de estos libros han dedicado una escasa atención a las mujeres.

El más revelador de todos estos recientes estudios es la investigación realizada por Herbert Outman sobre la familia negra. Al proporcionar pruebas documentales de que la vitalidad de la familia se demostró más fuerte que los rigores deshumanizan tes de la esclavitud, Outman ha destronado la tesis de! matriarcado negro popularizada por Daniel Moynihan, junto a otros autores, en 19658. Sin embargo, dado que sus observaciones sobre las mujeres esclavas están, en general, encaminadas a confirmar la inclinación de éstas a la conyugalidad, la consecuencia que inmediatamente se desprende es que únicamente diferian de sus homólogas blancas en la medida en que sus aspiraciones domésticas se vieron nunca-das por las exigencias del sistema esclavista. En opinión de Gutman, aunque las reglas ins-titucionalizadas sobre los esclavos concedían a las mujeres un amplio margen de libertad sexual antes del matrimonio, al final ellas se amoldaban a matrimonios estables y fundaban familias basadas tanto en las contribuciones de sus maridos como en las suyas propias. Los argumentos convincentes y ampliamente documentados de Gutman contra la «tesis del marriarcado son extremadamente valiosos. Pero este libro podria haber sido muchísimo más concluyente si hubiera explorado, en concreto, el papel multidimensional de las mujeres negras dentro de la familia y del conjunto de la comunidad esclava.

El día en que alguien exponga la realidad de las experiencias de las mujeres negras bajo la esclavitud mediante un análisis histórico riguroso, ella (o él) habrá prestado una ayuda inestimable. La necesidad de emprender un estudio de estas características no sólo se justifica en aras de la precisión histórica, sino que las lecciones que se pueden extraer del periodo de la esclavitud arrojarán luz sobre la batalla actual de las mujeres negras, y de todas las mujeres, por alcanzar la emancipación. Como persona lega en el estudio histórico, únicamente puedo proponer algunas hipótesis que, tal vez, sirvan para guiar una reexaminación de la historia de las mujeres negras durante la esclavitud.

Proporcionalmente, las mujeres negras siempre han trabajado fuera de sus hogares más que sus hermanas blancas. El inmenso espacio que actualmente ocupa el trabajo en sus vidas responde a un modelo establecido en los albores de la esclavitud. El trabajo forzoso de las esclavas ensombrecía cualquier otro aspecto de su existencia. Por lo tanto, cabria sostener que el punto de partida para cualquier exploración sobre las vidas de las mujeres negras bajo la esclavitud seria una valoración de su papel como trabajadoras.

El sistema esclavista definía a las personas negras como bienes muebles. En tanto que las mujeres, no menos que los hombres, eran consideradas unidades de fuerza de trabajo económicamente rentables, para los propietarios de esclavos ellas. también podrían haber estado desprovistas de género. En palabras de cierto académico, «la mujer esclava era, ante todo, una trabajadora a jornada completa para su propietario y, sólo incidentalmente, esposa, madre y ama de casa. A la luz de la floreciente ideología decimonónica de la feminidad que enfatizaba el papel de las mujeres como madres y educadoras de sus hijos y como compañeras y amas de casa gentiles para sus maridos, las mujeres negras eran, prácticamente, anomalías.

Aunque ellas disfrutaban de algunos de los dudosos beneficios de la ideología de la feminidad, se asume en ocasiones que la esclava típica era una criada doméstica que desempeñaba el trabajo de cocinera, de doncella o de mammy para los niños en la «casa grande». El Tío Tom y Samba siempre han encontrado fieles compañeras en Tía Jemima y en la Mammy Negra, que encaman los estereotipos que aspiran a capturar la esencia del papel de la mujer negra durante el periodo de la esclavitud. Al igual que en tan-tas otras ocasiones, la realidad es diametralmente opuesta al mito. Como la mayoría de los esclavos, la mayor parte de las esclavas trabajaba en el campo. A pesar de que es posible que en los Estados fronterizos una proporción significativa de los esclavos trabajase desempeñando tareas domésticas, en el Sur Profundo -el auténtico hogar del reino de la esclavitud- los esclavos eran predominantemente trabajadores agrícolas. A mediados del siglo XIX, siete de cada ocho esclavos, tanto hombres como mujeres, trabajaban en el campo.

Del mismo modo que los muchachos eran enviados a los campos al hacerse mayo-res, las chicas eran destinadas a trabajar la tierra, a recoger el algodón, a cortar caña y a recolectar tabaco. Jenny Proctor, una anciana entrevistada durante la década de los treinta, describía del siguiente modo su iniciación infantil al trabajo agrícola en una plantación de algodón en Alabama:

«Teníamos unas cabañas viejas y cochambrosas hechas de estacas. Algunas de las hendiduras de las grietas se habían rellenado con barro y musgo y otras no. Ni siquiera teníamos buenas camas, sólo catres clavados al muro exterior de estacas y con las mantas corroídas tiradas encima. Claro que era incómodo para dormir, pero hasta eso sentaba bien a nuestros molidos huesos después de los largos y duros días de trabajo en el campo. Cuando era una cría, yo me ocupaba de los niños e intentaba limpiar la casa exactamente como la vieja señora me decía. Luego, en cuanto cumplí los diez años, el viejo amo dijo: .Esta negra estúpida de aquí a aquella parcela de algodón».

La experiencia de Jenny Proctor era típica. El destino de la mayoría de las jóvenes y de las mujeres, al igual que el de la mayoría de los jóvenes y de los hombres, era el trabajo forzoso de sol a sol en los campos. Respecto al trabajo, la fuerza y la productividad  bajo la amenaza del látigo tenían más peso que las consideraciones sexuales. En este sentido, la opresión de las mujeres era idéntica a la opresión de los hombres.

Pero las mujeres también sufrían de modos distintos, puesto que eran víctimas del abuso sexual y de otras formas brutales de maltrato que sólo podían infligirséles a ellas. La actitud de los propietarios de esclavos hacia las esclavas estaba regida por un crite-rio de conveniencia: cuando interesaba explotarlas como si fueran hombres, eran con-templadas, a todos los efectos, como si no tuvieran género; pero, cuando podían ser explotadas, castigadas y reprimidas de maneras únicamente aptas para las mujeres, eran reducidas a su papel exclusivamente femenino.

 

Cuando la abolición de la trata internacional de esclavos comenzó a amenazar la expansión de la joven industria del cultivo de algodón, la clase propietaria de esclavos se vio obligada a depender de la reproducción natural como método más seguro para reponer e incrementar la población esclava doméstica. Así pues, la capacidad reproductiva de las mujeres experimentó una revalorización. Durante las décadas anteriores a la guerra civil, las mujeres negras fueron evaluadas cada vez más en función de su fertilidad de su incapacidad para reproducirse- y, en efecto, en tanto que madre potencial de 10, 12, 14 o, incluso, más niños, ella se convirtió en un codiciado tesoro. Pero esto no significa que las negras, como madres, poseyeran un status más respetado del que poseían como trabajadoras. La exaltación ideológica de la maternidad -a pesar de la gran popularidad de la que gozó durante el siglo XIX- no se extendió a las esclavas. De hecho, a los ojos de sus propietarios, ellas no eran madres en absoluto, sino, simplemente, instrumentos para garantizar el crecimiento de la fuerza de trabajo esclava. Eran consideradas «paridoras», es decir, animales cuyo valor monetario podía ser calculado de manera precisa en función de su capacidad para multiplicar su número.

Puesto que las esclavas entraban dentro de la categoría de «paridoras» y no de la de «madres», sus criaturas podían ser vendidas y arrancadas de ellas con entera libertad, como se hacía con los temeros de las vacas. Un año después de que la importación de africanos fuera intertumpida, un tribunal de Carolina del Sur dictaminó que las mujeres esclavas no tenían ningún derecho legítimo sobre sus hijos. Por lo tanto, en virtud de esta disposición, los niños podían ser vendidos y apartados de sus madres a cualquier edad y sin contemplaciones porque «las crias de los esclavos [ … ) tenían la misma consideración que el resto de animales».

En tanto que mujeres, las esclavas eran esencialmente vulnerables a toda forma de coerción sexual. Si los castigos más violentos impuestos a los hombres consistían en flagelaciones y mutilaciones, las mujeres, además de flageladas y mutiladas, eran violadas. De hecho, la violación era una expresión descamada del dominio económico del propietario y de! control de las mujeres negras como trabajadoras por parte de! capataz.

Así pues, los especiales abusos infligidos sobre las mujeres facilitaban la explotación económica despiadada de su trabajo. Las demandas de esta explotación hacían que, excepto para fines represivos, los propietarios de esclavos dejaran de lado sus ortodoxas actitudes sexistas. Si las negras difícilmente eran «mujeres» en el sentido aceptado del término, el sistema esclavista también desautorizaba el ejercicio del dominio masculino por parte de 105 hombres negros. Debido a que tanto maridos y esposas como padres e hijas estaban, de la misma forma, sometidos a la autoridad absoluta de sus propietarios, el fortalecimiento de la dominación masculina entre los esclavos podria haber provo-cado una peligrosa ruptura en la cadena de mando. Además, ya que las mujeres negras, en tanto que trabajadoras, no podían ser tratadas como e! «sexo débil,. ni como «amas de casa», los hombres negros no podían aspirar a ocupar e! cargo de «cabeza de fami-lia» y, evidentemente, tampoco de «sostén de la familia,.. Después de todo, tanto hom-bres como mujeres y niños eran, igualmente, los «sostenes» de la clase esclavista.

Las mujeres trabajaban junto con sus compañeros en los campos de algodón, de tabaco, de maíz y de caña de azúcar. En palabras de un ex esclavo:

«La campana suena a las cuatro de la mañana y tienen media hora para prepararse. Los hombres y las mujeres empiezan a la vez y ellas deben desempeñar las mismas tareas y trabajar tan intensamente como ellos.»

La mayoría de los propietarios establecían sistemas para calcular el rendimiento de sus esclavos en función de las tasas de productividad media que estimaban exigibles. De este modo,los niños solían considerarse la cuarta parte de una unidad de mano de obra y, por regla general, se asumía que las mujeres equivalían a una unidad de mano de obra completa, a menos que expresamente se les hubiera asignado ser «paridoras» o «nodrizas, en cuyo caso, en ocasiones, se consideraba que equivalían a menos de una unidad.

Naturalmente, los propietarios de esclavos procuraban asegurar que sus «paridoras,. tuviesen niños con tanta frecuencia como biológicamente fuera posible. Pero nunca llega-ron tan lejos corno para eximir de trabajar en los campos a las mujeres embarazadas y a las madres con hijos recién nacidos. A pesar de que muchas madres eran obligadas a dejar a sus hijos acostados en el suelo cerca de la zona donde trabajaban, algunas se negaban a dejarles desatendidos e intentaban trabajar a un ritmo nocrnal cargando con los.bebés a sus espaldas. Un ex esclavo describía uno de estos casos en la plantación donde vivía:

A diferencia de otras mujeres, había una joven que no dejaba a su hijo al final de la fila, sino que había ingeniado una tosca mochila, hecha con un trozo de tela de lino áspero, en la que ataba a su niño, muy pequeño, a sus espaldas; y, así cogido, cargaba con él todo el día y realizaba sus tareas con la azada junto al resto.

En otras plantaciones, las mujeres dejaban a sus bebés al cuidado de los niños peque-ños o de los esclavos más viejos que no eran capaces de realizar las duras faenas de los campos. Como no podían amamantar a sus hijos con regularidad, tenían que soportar el dolor que les causaban sus pechos hinchados. En uno de los relatos de esclavos más populares de la época, Mases Grandy narraba la deplorable situación en la que se halla-ban las madres esclavas:

En la finca de la que hablo, las mujeres que tenían hijos en edad de ser amamantados sufrían mucho cuando sus pechos se llenaban de leche, ya que habían dejado a los niños en la casa, y su dolor les impedía seguir el ritmo de trabajo del resto: he visto al capataz golpearlas utilizan-do cuero sin curtir haciendo que la sangre y la leche brotaran mezcladas de sus pechos.

Las mujeres embarazadas no sólo eran obligadas a realizar el trabajo agrícola normal. También estaban expuestas a los azotes ordinarios que recibían todos los trabajadores cuando no conseguían alcanzar la cuota diaria o protestaban «impertinentemente por cómo se les trataba.

A la mujer que comete una ofensa en el campo y está encinta de muchos meses se la obliga a tumbarse boca abajo sobre un agujero cavado para que quepa su corpulencia y se la azota con el látigo o se la pega con un canalete que tiene unos orificios que hacen que con cada golpe salga una ampolla. Una de mis hermanas recibió un castigo tan severo con este método que se le adelantó el parto y dio a luz allí mismo. Este mismo capataz, el Sr. Brooks, mató así a una joven llamada Mary. En ese momento, su padre y su madre estaban en el campo.

En aquellas plantaciones y granjas donde las mujeres embarazadas eran tratadas con más indulgencia, rara vez se debía a razones humanitarias. Sencillamente, los propietarios de esclavos apreciaban el valor de los niños esclavos que nacían con vida en la misma medida que valoraban a un ternero o a un potro recién nacidos.

En los tímidos intentos de industrialización acometidos en el Sur en el periodo anterior a la guerra civil, el trabajo de los esclavos complementaba la mano de obra libre, a menudo, en una relación de competencia. Los industriales que poseían esclavos utilizaban indistintamente a hombres, mujeres y niños y, cuando los dueños de las plantaciones y los hacendados alquilaban a sus esclavos, se encontraban con que la demanda de mujeres y niños era tan elevada como la de hombres.

En la mayoría de las fábricas textiles y de las industrias del cáñamo y del tabaco donde se empleaba mano de obra esclava, las mujeres y los niños esclavos constituían una proporción muy abultada de la fuerza de trabajo.

[… ) En algunas ocasiones, las mujeres y los niños esclavos trabajaban en industrias «pesadas» como las refinerías de azúcar y los molinos de arroz [ … ). Otras industrias pesadas como la maderera y el transporte utilizaban a mujeres y a niños en una medida considerable.

Las mujeres no eran tan «femeninas» como para que no pudieran trabajar en las minas de carbón, en las fundiciones de acero, en la tala de árboles o abriendo zanjas. Cuando se construyó el Santee Canal, en Carolina del Norte, las mujeres esclavas llegaron a constituir el 50 por 100 de la mano de obra empleada. En los diques de Lusiana, también hubo mujeres trabajando, y muchas de las Vías ferroviarias que todavía se utilizan en Estados Unidos fueron construidas, en parte, por mano de obra esclava femenina.

El empleo de mujeres esclavas como sustituto de las bestias de carga para tirar de las vagonetas en las minas en el Sur guarda reminiscencias con la horrenda utilización del trabajo femenino blanco en Inglaterra descrita por Karl Marx en El capital:

En Inglaterra aún se utiliza, ocasionalmente, a mujeres en lugar de caballos para arrastrar las embarcaciones en los canales porque el trabajo que se requiere para producir el caballo y las máquinas se puede conocer en términos precisos, mientras que el trabajo necesario para mantener a las mujeres de la población excedente está por debajo de toda estimación

Al igual que sus homólogos británicos, los industriales sureños no ocultaban los motivos que les llevaban a emplear a mujeres en sus empresas. Las mujeres esclavas eran mucho más rentables no sólo que los trabajadores masculinos libres, sino también que los esclavos varones. Su «coste de capitalización y de mantenimiento era menor que el de los hombres de primera categoría.

Sus experiencias durante la esclavitud han debido de afectar profundamente a las mujeres negras, a quienes las demandas de sus amos les exigían ser igual de «masculinas» en el cumplimiento de su trabaja que sus hombres. No cabe duda de que algunas vieron sus vidas hundidas y destrozadas, pero la mayoría sobrevivió y, en este proceso, adquirieron cualidades consideradas tabú por la ideología decimonónica sobre la feminidad. Un viajero de aquella época observó a un grupo de esclavas en Misisipí que regresaba a casa de los campos y, según su descripción, el grupo incluía:

[ … ) las cuarenta mujeres más altas y fornidas que jamás había visto juntas. Todas iban vestidas con un uniforme sencillo, hecho con una tela azulada de cuadros, y tanto sus piernas como sus pies estaban desnudos. Sus gestos eran orgullosos, cada una portaba una azada a la espalda, y caminaban con un contoneo desenvuelto y vigoroso como el de los cazadores cuando van de expedición

Pese a que es muy poco probable que estas mujeres estuvieran expresando un sentimiento de orgullo por e! trabajo que ejecutaban bajo-la amenaza siempre presente del látigo, ellas debieron de ser conscientes de su enorme poder, es decir, de su capacidad para producir y para crear. Como señaló Marx, «e! trabajo es el fuego vivo y moldeador; representa la impermanencia de las cosas, su temporalidad. Por supuesto, es posible que las observaciones de este viajero estuvieran teñidas de un racismo de corte paternalista, pero, de no ser así, podría ser que estas mujeres hubieran aprendido a sacar de las circunstancias opresivas bajo las que vivían la fuerza necesaria para resistir a la des-humanización cotidiana de la esclavitud. La conciencia de su capacidad infinita para e! duro trabajo pudo haberles conferido la confianza en su capacidad para luchar por ellas mismas, por sus familias y por su pueblo.

En Estados Unidos, cuando las incursiones experimentales en el trabajo fabril acometidas en vísperas de la guerra civil dejaron paso a la agresiva penetración de la industrialización, muchas mujeres blancas fueron despojadas de la experiencia de desempeñar un trabajo productivo. Con la llegada de las fábricas textiles sus ruecas se quedaron obsoletas, sus instrumentos para la elaboración de velas se convirtieron en piezas de museo y lo mismo les ocurrió a tantas otras herramientas que anteriormente les habían servido para fabricar los artículos que sus familias precisaban para sobrevivir. A medida que la ideología de la feminidad -un subproducto de la industrialización- se fue popularizando y diseminando a través de las nuevas revistas femeninas y de las novelas románticas, las mujeres blancas pasaron a ser consideradas moradoras de una esfera totalmente escindida del ámbito de! trabajo productivo. La fractura entre e! hogar y el mercado provocada por el capitalismo industrial instauró la inferioridad de las’ mujeres más firmemente que en ninguna otra época anterior. En la propaganda más difundida, la «mujer,. se convirtió en sinónimo de «madre» y de «ama de casa .. y tanto la una como la otra llevaban impreso e! sello fatal de la inferioridad. Sin embargo, este vocabulario estaba completa-mente fuera de lugar entre las esclavas. El orden económico de la esclavitud contradecía la jerarquía de los roles sexuales incorporada en la nueva ideología. Consiguiente-mente, las relaciones entre los hombres y las mujeres dentro de la comunidad esclava no podían encuadrarse en e! modelo ideológico dominante.

La definición esclavista de la familia negra como una estructura biológica matrilineal ha dado pie a todo un enjambre de elaboraciones. En muchas plantaciones los registros de nacimientos omitían los nombres de los padres haciendo constar, única-mente, los nombres de las madres de los niños. Y por todo el territorio sureño las cámaras legislativas estatales adoptaron e! principio panus sequituT veTltTem, en virtud de! cual el niño hereda la condición de la madre. Éstos eran los dictados de los propietarios de esclavos que, a su vez, eran los padres de no pocos de los niños que siguieron el destino de sus madre. Pero estas normas también regían las relaciones domésticas entre los esclavos? La mayoría de los análisis históricos y sociológicos de la familia negra durante la esclavitud se han limitado a asumir que la negativa de los amos al reconocimiento de la paternidad entre sus esclavos se tradujo automáticamente en una estructura matriarcal de las familias fundadas por los propios esclavos.

El desacreditado estudio realizado en 1965 por el gobierno estadounidense acerca de la «La familia negra» [«Negro Family»], popularmente conocido como el Infonne Moynihan, conectaba directamente los problemas sociales y económicos contemporáneos de la comunidad negra con una supuesta estructura familiar matriarcal. «En esencia», escribió Daniel Moynihan:

la comunidad negra ha sido obligada a adoptar una estructura matriarcal que, debido a su carácter excepcional respecto al resto de la sociedad estadounidense, retarda seriamente el progreso del grupo en su conjunto e impone una carga aplastante sobre los hombres negros y, consecuentemente, también sobre un gran número de mujeres negras.

Según la tesis del informe, las raíces de la opresión eran más profundas que la discriminación racial que causaba el desempleo, las infraviviendas, una inadecuada educación y una asistencia sanitaria deficiente. El origen de la opresión se describía como iuna «maraña de patologías» originadas por la falta de autoridad masculina entre los negros! El controvertido gran final del Informe Moynihan consistía en una llamada a introducir la autoridad masculina inaturalmente, queriendo decir dominación masculina en la familia y en la comunidad negra en general.

Uno de los simpatizantes «progresistas» de Moynihan, el sociólogo Lee Rainwater, desaprobó enconadamente las soluciones recomendadas por el informe. En su lugar, Rainwater proponía la creación de empleo, el aumento de los salarios y diversas reformas económicas. Incluso, llegó tan lejos como para alentar la celebración de manifestaciones y protestas regulares a favor de los derechos civiles. Sin embargo, al igual que la mayoría de los sociólogos blancos -y, también, que algunos negros-, reiteraba la tesis de que, en efecto, la esclavitud había destruido a la familia negra. Por lo tanto, la secuela

que supuestamente arrastraban las personas negras era un modelo «de familia centrado en la madre caracterizado por su énfasis en la primacía de la relación madre-hijo y por el matenimiento de tan sólo leves lazos con el hombre»31. Actualmente, proseguía, con frecuencia, los hombres carecen de verdaderos hogares y se mudan de unos hogares a otros donde sólo mantienen lazos de parentesco o sexuales. Residen en casas de acogida y en pensiones y pasan su tiempo en diversas instituciones. En los únicos «hogares. que tienen, es decir, en los hogares de sus madres y de sus novias, ellos no son miembros de la unidad doméstica.

Ni Moynihan ni Rainwater habían inventado la teorfa del deterioro interno de la familia negra bajo la esclavitud. La obra pionera en apoyo de esta tesis fue escrita en la década de los treinta por el renombrado sociólogo negro E. Franklin Frazier. En su libro The Negro Family, publicado en 1939, Frazier describía de manera espectacular el terri-ble impacto que había tenido la esclavitud sobre las personas negras, pero subestimaba su capacidad para resistir a la influencia de este régimen en la vida social que tejieron de manera autónoma 33 • Además, interpretaba erróneamente el espíritu de indepen-dencia y de confianza en sí mismas que, inevitablemente, habían desarrollado las muje-res negras y, de esta forma, deploraba el hecho de que «ni la necesidad económica ni la tradición hubieran inculcado [en la mujer negra) el espíritu de subordinación a la auto-ridad masculina.

Insp’i~ado por la controversia desatada por la aparición del Informe Moynihan, así como por sus dudas respecto a la validez de la teoría de Frazier, Herbert Gutman comenzó su investigación sobre la familia esclava. Aproximadamente diez años des-pués, en 1976, publicó su extraordinario trabajo The Black Family in Slavery and Free-dom35  Las investigaciones de Gutman desvelaban pruebas fascinantes de la existencia de una familia esplendorosa y vertebrada durante la esclavitud. Su descubrimiento no consistía en la infame familia matriarcal, sino en una familia integrada por una esposa, un marido, niños y, frecuentemente, por otros familiares y parientes adoptivos.

Disociándose de las discutibles conclusiones econométricas a las que habían llega-do Fogel y Engerman, en las que se sostiene que la esclavitud dejó intactas a la mayo-ría de las familias, Gutman afirma que multitud de familias esclavas sufrieron rupturas forzosas. La separación mediante la venta indiscriminada de maridos, esposas e hijos fue un rasgo distintivo aterrador del modelo esclavista estadounidense. Sin embargo, como él señala, los lazos de amor y de afecto, así como las normas culturales que regulaban las relaciones familiares y el deseo ardiente de permanecer unidos, sobrevivían al azote devastador de la esclavitudJ6 .

Gutman se basa en cartas y en documentos, como, por ejemplo, en los registros de nacimientos recuperados de las plantaciones en los que constan los padres al igual que las madres de los niños, para demostrar no sólo que los esclavos observaban estrictas normas para regir sus convenciones familiares sino que, también, estas normas diferían de las que regulaban la vida de la familia blanca de su entorno. Existían tabú es matri-moniales, prácticas para la adopción de los apellidos y costumbres sexuales -en parti-cular, se sancionaban las relaciones sexuales prematrimoniales-, que diferenciaban a los esclavos de sus amos. En su empeño diario y desesperado por conservar su vida fami-liar, disfrutando de toda la autonomía que pudiesen arrancar, las mujeres y los hombres esclavos manifestaron un talento portentoso para humanizar un entorno concebido para convertirles en una manada de unidades de trabajo infrahumano.

Las decisiones cotidianas que tomaban las mujeres y los hombres esclavos, como perma-necer con la misma esposa durante años, determinar o no la paternidad de un niño, tomar como esposa a una mujer que hubiera tenido hijos de padres desconocidos, dar a los recién nacidos el nombre de un padre, de una tía, de un tío o de un abuelo, o como disolver un matrimonio incompatible, contradecían, mediante su comportamiento y no mediante la retórica, la ideología dominante que consideraba al esclavo un eterno «niño» o un «salvaje~ reprimido [ … ]. Sus convenciones domésticas y sus redes de parentesco, junto con las rami-ficaciones de las comunidades a partir de estos lazos primarios, dejaban claro a sus criaturas que los esclavos no eran «no hombres~ y «no mujeres»38.

Es una lástima que Gutman no intentara determinar el lugar real que ocuparon las mujeres dentro de la familia esclava. Al demostrar la existencia de una vida familiar compleja que incluía tanto a maridos como a esposas, Gutman eliminaba uno de los principales pilares sobre los que se ha apoyado el- argumento del matriarcado. Sin embargo, su análisis no cuestionaba sustancialmente la afirmación complementaria de que cuando las familias constaban de dos progenitores la mujer dominaba al hombre. Además, como confirma la propia investigación de Gutman, la vida social en las áreas donde residían los es~lavos era, en gran medida, una prolongación de la vida familiar. Por lo tanto, el papel de la mujer dentro de la familia debe de haber determinado de manera considerable su status social dentro de la comunidad esclava en su conjunto.

La mayoría de los estudios académicos han interpretado que la vida familiar esclava ensalzaba a la mujer y degradaba al hombre, incluso, cuando tanto la madre como el padre estaban presentes. Por ejemplo, en opinión de Stanley Elkins, el papel de la madre:

[… ] cobraba mucha más importancia para e! niño esclavo que e! de! padre. Ella controlaba aquellas pocas actividades -el cuidado de! hogar, la preparación de la comida y la crianza de los niños- que se dejaban a cargo de la familia esclava

En opinión de Elkins, la designación sistemática de los hombres esclavos como ~muchachos .. por parte del amo era un reflejo de su incapacidad para desempeñar sus responsabilidades paternas. Kenneth Stampp ahonda en esta línea de razonamiento ini-ciada por Elkins y afirma:

[… ] la familia esclava típica era formalmente matriarcal, ya que e! pape! de la madre era mucho más importante que e! de! padre. Aceptando que la famila tuvo, efectivamente, importancia, su entramado implicaba la asunción de responsabilidades que tradicionalmen-te pertenecían a las mujeres, como limpiar la casa, preparar la comida, confeccionar la ropa y criar a los niños. El marido era, en e! mejor de los casos, e! ayudante de su mujer,-su com-pañero y su pareja sexual. A menudo, era considerado como una posesión de ésta (el Tom de Mary), al igual que la cabaña en la que vivían

Ciertamente, la vida doméstica adquirió una importancia desmesurada en la vida social de los esclavos, ya que de hecho les proporcionaba el único espacio donde ver-daderamente podían tener una experiencia de sí mismos como seres humanos. Las mujeres negras, por esta razón -y también porque eran trabajadoras, exactamente igual que sus compañeros-, no se vieron degradadas por sus funciones domésticas del mismo modo en que vinieron a serlo las mujeres blancas. A diferencia de éstas, las mujeres negras nunca pudieron ser tratadas como meras «amas de casa… Pero llegar al extremo de sostener que, por lo tanto, ellas dominaban a sus compañeros masculinos es, básica-mente, distorsionar la realidad de la vida esclava.

En un ensayo que escribí en 1971 -utilizando los pocos recursos que se me permitía tener en mi celda de prisión-, caractericé la relevancia de las funciones domésticas de la mujer esclava del siguiente modo:

En la angustia infinita de asistir a las necesidades de los hombres y de los niños que esta-ban a su alrededor [… ], ella estaba realizando la única tarea de la comunidad esclava que no podía ser, directa e inmediatamente, reivindicada por el opresor. Los esclavos no recibían ninguna compensación por el trabajo en los campos, ni éste servía a ningún fin útil para ellos. El trabajo doméstico era la única labor con significado para el conjunto de la comuni-dad esclava.[ … ] Precisamente, la realización de las faenas que durante mucho tiempo han sido una expresión central de la inferioridad socialmente determinada de [as mujeres permitía a la mujer negra encadenada ayudar a fundar [os cimientos de cierto grado de autonomía, tanto para ella misma como para su compañero. En esos momentos en los que estaba sufriendo su única opresión como mujer, ella estaba siendo emplazada a ocupar un lugar central dentro la comunidad esclava. De este modo, ella era esencial para la supervivencia de la comunidad.

Con el tiempo, he comprendido que el carácter especial del trabajo doméstico durante la esclavitud, su centralidad para los hombres y las mujeres en cautividad, entrañaba la realización de trabajos que no eran exclusivamente femeninos. Los hom-bres esclavos desempeñaban importantes responsabilidades domésticas y, por lo tanto, no eran los meros esposos dóciles de sus mujeres, como sostendría Kenneth Stampp. Mientras las mujeres cocinaban y zurcían, los hombres se encargaban del huerto y de la caza. (El ñame, el maíz y otras hortalizas, además de algunos animales salvajes como los conejos y las zarigüeyas, siempre eran un suplemento delicioso a las monótonas racio-nes diarias.) Nada indica que esta división sexual del trabajo doméstico hubiera sido jerárquica, ya que las tareas de los hombres no eran, en absoluto, superiores ni, difícil-mente, inferiores al trabajo realizado por las mujeres. Ambos eran igualmente necesa-rios. Además, todo apunta a que la división del trabajo entre los sexos no fue siempre tan rigurosa y que, en ocasiones, los hombres trabajarían en la cabaña y las mujeres podrían haberse ocupado del huerto y, quizá, incluso, haber participado en la caza42 •

La cuestión que emerge destacadamente de la vida doméstica de los esclavos gravi-ta en romo a la igualdad sexual. El uabajo que los esclavos realizaban para ellos mis-mos, y no para el engrandecimiento de sus amos, era desempeñado en ténninos iguali-tarios. Por lo mnto, dentro de los confines de su vida familiar y comunitaria las personas negras se las arreglaron para consumar una hazaña prodigiosa. Transfonnaron esta igualdad negativa, q.ue emanaba del hecho de sufrir la misma opresión como esclavos, en una cualidad positiva: la igualdad caracterizadora de sus relaciones sociales.

A pesar de que el principal argumento de Eugene Genovese en Rol!, lardan, Rol! es, como mínimo, problemático (esto es, que las personas negras aceptaban el paternalismo ligado a la esclavitud), este auror consigue presentar una imagen penetrante, aun-que condensada, de la vida doméstica de los esclavos.

La historia de las mujeres esclavas como esposas requiere un examen indirecto. No resul-ta acercado deducirla de la premisa de que el hombre era un invitado en la casa. Un análisis de la posición que realmente ocupaban los hombres como maridos y como padres sugiere que la posición de la mujer era mucho más compleja de la que normalmente se le atribuye. Las actitudes de las mujeres hacia el trabajo doméstico, especialmente cocinar, y hacia su propia feminidad desmienten por sí mismas la creencia generalizada de que las mujeres contribuían inconscientemente a anular a sus compañeros masculinos imponiéndose en la casa, protegiendo a los niños y asumiendo otras responsabilidades normalmente masculinas.

Aunque en su análisis se pueda apreciar una pincelada de machismo, cuando él mismo sugiere que la masculinidad y la feminidad son conceptos inmutables, Genove-se reconoce, claramente, que:

En realidad, lo que normalmente se ha contemplado como una supremacía femenina debilitadora se trataba de un acercamiento más estrecho a una sana igualdad sexual de la que fue posible para los blancos e, incluso, quizá, para los negros que vivieron el periodo pos-bélico.

La cuestión más sugestiva que emerge de este párrafo, aunque Genovese no la desarrolle, es que las mujeres defendían frecuentemente a sus compañeros masculinos de los intentos de humillarles acometidos por sistema esclavista. La mayoría de las mujeres según este autor una mayoría sustancial- percibía que siempre que se degradaba a sus compañeros, también se las degradaba a ellas. Además:

[… ] ellas querían que sus niños crecieran para convenirse en hombres y sabían perfecta-mente que para que así fuera necesitaban tener ante ellos el ejemplo de un hombre negro y esto era así en la misma medida, exactamente, en que sus niñas necesitaban modelos femeninos fuertes.

Pero las mujeres negras no sólo soportaron la terrible carga de la igualdad en la opre-sión y experimentaron la igualdad con los hombres en su entorno doméstico, sino que, consecuentemente, ellas también afinnaron con violencia su igualdad desafiando a la inhumana institución de la esclavitud. Resistieron las agresiones sexuales de los hom-bres blancos, defendieron a sus familias y participaron en los paros en el trabajo y en las revueltas. Como Herbert Apthekerseñala en su pionero trabajo American Negro SWtle RetJolt, envenenaron a sus amos, cometieron otros actos de sabotaje y, al igual que sus compañeros, se unieron a las comunidades de cimarrones y, a menudo, huyeron hacia el Norte en busca de libertad46 . De los numerosos actos de represión violenta infligidos a las mujeres por los capataces se deduce que los casos en los que la mujer negra acep-tó pasivamente su destino de esclava fueron la excepción y no la regla.

Cuando Frederick Douglass47 reflexionaba acerca de su introducción infantil en la despiadada violencia de la esclavitud, evocaba los latigazos y las torturas recibidas por

 

Al igual que Harriet Tubman, un gran número de mujeres huyó al Norte para esca-par de la esclavitud. Muchas lo consiguieron, pero fueron muchas más las capturadas. Uno de los intentos de fuga más espectaculares lo protagonizó una joven, posible-mente adolescente, llamada Ann Wood, que condujo un carromato de chicas, y chicos armados en su huida hacia la libertad. Después de partir, la Nochebuena de 185.5, sos-tuvieron un tiroteo con los tratantes de esclavos en el que murieron dos de los esca-pados, pero los demás, según todos las indicios, continuaron su camino hacia el Norte . La abolicionista Sarah Grimke relató el caso de una mujer cuya resistencia no tuVO tanto éxito como la de Ann Wood. Los reiterados esfuerzos de esta mujer por escapar del dominio de su amo, en Carolina de Sur, le costaron tantos latigazos que -no cabía ni un dedo entre cada una de sus heridas,,5J. Finalmente, debido a que ella aprovechaba todas las oportunidades que se le presentaban para huir de la plantación, fue encadenada con un pesado collar de hierro y, por si acaso se las arreglaba para rom-per el collar, se le arrancó uno de los dientes delanteros para servir de marca identifi-cativa. Aunque sus propietarios, según Grimke, pasaban por ser una familia cristiana y caritativa,

[… ) esta torturada esclava, que era la costurera de la familia, estaba continuamente en [su) presencia, bien sentada en [la) sala cosiendo, o bien enfrascada en [… ] [cualquier] otra tarea dot;néstica, con su espalda purgada y lacerada, con su boca murilada y con su pesado collar, sin despertar ningún sentimiento de compasión con sólo verla aparecer

Las mujeres resistieron y defendieron la necesidad de enfrentarse a la esclavitud en todo momento. Dada la constante represión de las mujeres, «no es de sorprender»,decía Herbert Aptheker, que ~las mujeres negras a menudo incitaran a la premura en las conspiraciones de los esclavos,.5;.

Virginia, 1812: «Decía que para ella no podía ser demasiado pronto para rebelarse, ya que hubiera preferido estar en el infierno que donde estaba». Misisipí, 1835: -Rogaba a Dios que todo acabara de una vez, pues estaba agotada de esperar entre la gente blanca».

[ … ] Ahora es más fácil comprender a aquella Margaret Games, la esclava fugitiva que cuando fue atrapada, cerca de Cincinati, mató a su propia hija e intentó quitarse la vida. Se alegraba de que la niña hubiera muerto -.ahora nunca sabrá lo que sufre una mujer siendo esclava»- e imploraba ser juzgada por asesinato .• Iré cantando a la horca anteS de que me devuelvan a la esclavitud.

Ya desde 1642 e, incluso, hasta 1864 podían encontrarse dispersas por todo el Sur las comunidades de cimarrones integradas por esclavos fugitivos y por sus descendien-tes. Estas comunidades eran «paraísos para los fugitivos, servían como bases para expe-diciones de reconocimiento contra las plantaciones cercanas y, en ocasiones, suminis-traron líderes a levantamientos organizados»57. En 1816, se descubrió una extensa y floreciente comunidad integrada por 300 esclavos huidos -hombres, mujeres y niños-que habían ocupado una fortaleza en Florida. Ante su negativa a rendirse, el ejército emprendió una batalla que se prolongó durante diez días y se cobró las vidas de más de doscientos cincuenta de sus habitantes. Las mujeres se defendieron en igualdad de con-diciones que los hombres58. En 1827, durante el curso de otra confrontaciQn en Mobi-le, Alabama, los hombres y las mujeres fueron igualmente implacables luchando, según los periódicos locales, .como espartanos.

A menudo, la resistencia era más sutil que las revueltas, las fugas y los sabotajes. Por ejemplo, consistía en aprender a leer y a escribir clandestinamente y en impartir a otros esclavos estos conocimientos. En Natchez, Luisiana, una esclava dirigió una ««escuela nocturna- donde impartía clases a los miembros de su comunidad entre las once y las dos de la madrugada, y en la que llegó a «graduar» a cientos de alumnos. Sin duda,muchos de ellos escribieron sus propios salvoconductos y tomaron la dirección de la libertad. Alex Haley narra en Raíces -el relato ficcionado de la vida de sus ancestros-cómo la esposa de Kunta Kinte, Belle, aprendió arduamente a leer y a escribir por ella misma61 • Gracias a la lectura, en secreto, de los periódicos de su amo, ella estaba al corriente de los acontecimientos políticos más recientes y comunicaba este saber a sus hermanas y hermanos esclavos.

Ningún estudio sobre el papel jugado por las mujeres en la resistencia a (a esclavi-tud estana completo sin pagar un tributo a Harriet Tubman por las extraordinarias hazañas que protagonizó como conductora del Ferrocarril Clandestino62 y que ayuda-ron a liberar a trescientas personas63 • Sus primeros años transcurrieron según el régi-men de vida de la mayoría de las mujeres esclavas. Como trabajadora del campo en Maryland aprendió a través del trabajo que su potencial como mujer era el mismo que el de cualquier hombre. Su padre le enseñó a cortar madera y a separar las vías del tren, y como trabajaban codo con codo, le dio lecciones que, posteriormente, se revelanan indispensables en las diecinueve ocasiones que cruzana las fronteras entre el Norte y el Sur de Estados Unidos. Él la enseñó cómo caminar sigilosamente por los bosques y cómo encontrar comida y medicinas entre las plantas, las raíces y las hierbas. No cabe duda de que el hecho de que nunca sufriera una derrota es atribuible a las enseñanzas que recibió de su padre. A lo largo de todo periodo de la guerra civil, Harriet Tubman continuó su oposición implacable a la esclavitud y, actualmente, todavía ostenta el mérito de ser la única mujer en Estados Unidos que ha conducido, en alguna ocasión, las tropas en la bataIla.

Desde cualquier criterio que se utilice para juzgarla -negro o blanco, masculino o femenino- Harriet Tubman fue, efectivamente, una persona excepcional. Pero desde un prisma más selectivo lo que ella hizo fue simplemente expresar a su manera el espí-ritu de fuerza y perseverancia que habían adquirido muchas otras mujeres de su raza. Es preciso hacer hincapié l!n que las mujeres negras eran iguales a sus compañeros mascu-linos en cuanto a la opresión que suman, en que eran socialmente iguales a éstos dentro de la comunidad de esclavos y en que resistieron a la esclavitud con la misma pasión que ellos. Ésta fue una de las mayores ironías del sistema esclavista, ya que al someter a las mujeres a la más despiadada explotación concebible, una explotación que no conocía distinciones de sexo, se sembró el terreno no sólo para que las mujeres negras afirmaran su igualdad a través de sus relaciones sociales, sino también para que la expresaran mediante sus actos de resistencia. Esta revelación debió de ser aterrado-ra para los propietarios de esclavos pues, aparentemente, ellos estaban intentando rom-per esa cadena de igualdad por medio de la represión especialmente brutal que reser-vaban para las mujeres. De nuevo, se hace necesario incidir en el hecho de que el castigo infligido a las mujeres excedía en intensidad al castigo sufrido por sus compa-ñeros varones, ya que las mujeres no sólo eran azotadas y mutiladas sino que, además, eran violadas.

Sería un error considerar el patrón institucionalizado de la violación durante la esclavitud como una expresión de los impulsos sexuales de los hombres blancos que, bajo otras circunstancias, estarían reprimidos por el espectro de la castidad de la feminidad blanca. Dicha explicación sería demasiado simplista. La violación era un arma de dominación y de represión cuyo objetivo encubierto era ahogar el deseo de resistir en las mujeres negras y, de paso, desmoralizar a sus hombres. Las observaciones formula-das acerca del papel de la violación durante la guerra de Vietnam también podDan ser válidas para abordar el periodo de esclavitud: «En Vietnam, la Comandancia Militar estadounidense hizo que la violación fuera «socialmente aceptable»; de hecho, aunque no estuviera escrita, era, claramente, la política desplegada. Cuando los soldados estadounidenses fueron incitados a violar a las mujeres y jóvenes vietnamitas (yen oca-siones se les recomendó «registrar» a las mujeres «con sus penes»)66, se estaba forjando un arma de terrorismo polftico de masas. Dado que las mujeres vietnamitas se distinguieron por sus contribuciones heroicas a la lucha por la liberación de su pueblo. la represalia militar específicamente diseñada para ellas fue la violación. Pese a que las mujeres difícilmente eran inmunes a la violencia infligida sobre los hombres. ellas fue-ron las especiales destinatarias de un terrorismo ejercido por una fuerza militar sexista gobernada por el principio de que la guerra era un asunto exclusivamente de hombres. Un soldado estadounidense relató que «en una ocasión. vi cómo una mujer era disparada por un francotirador. por uno de nuestros francotiradores»:

Cuando nos levantamos para mirarla. estaba pidiendo agua. Y el teniente dijo que se la matara. Entonces, él le quitó la ropa, le apuñalaron ambos pechos, la despatarraron y le metieron un instrumento con forma de E [incrustrado) en la vagina. Luego lo sacaron y utilizaron la rama de un árbol; después fue disparada.

De la misma forma que la violación fue un elemento institucionalizado de la agre-sión llevada a cabo contra el pueblo vietnamita, diseñado para intimidar y para aterro-rizar a las mujeres, los propietarios de esclavos alentaron la utilización terrorista de la violación con el objetivo de poner a las mujeres negras en su sitio. Según el razona-miento que pudieron haber seguido los propietarios de esclavos, si ellas habían alcan-zado un sentido de su propia fuerza y habían desarrollado un poderoso impulso a resis-tir, las agresiones sexuales les recordarían su feminidad esencial e inalterable. Según la visión machista de la época, esto significaba pasividad, obediencia y debilidad.

Prácticamente. todas las narrativas de los esclavos del siglo XIX contienen referen-cias a la victimización sexua:l de las esclavas a manos de los amos y de los capataces.

El amo de Henry Bibb obligó a una joven esclava a ser la concubina de su hijo. El capa-taz de M. F. Jamison violó a una bonita muchacha esclava y el dueño de Solomon Northrup forzó a una esclava, Patsy, a ser su pareja sexual.

A pesar del testimonio de los esclavos sobre la elevada incidencia de la violación y de la coerción sexual, la literatura tradicional sobre la esclavitud ha silenciado casi por completo el tema del abuso sexual. Frecuentemente, se asume que las mujeres esclavas provocaban y recibían con agrado las atenciones sexuales de los hombres blancos. Por lo tanto, lo que ocurría entre ellos no era explotación sexual sino, más exactamente, «mestizaje». En el apartado de Rol!, lardan, Rol! dedicado al sexo interracial, Genovese insiste en 4ue el problema de la violación pierde importancia en relación con los impla-cables tabúes que rodean el mestizaje. «Muchos blancos -dice el autor- que comenzaban a poseer a una muchacha esclava en un acto de explotación sexual terminaban albergando setimientos de amor hacia ella y hacia sus hijos. En consecuencia, «la tragedia del mestizaje descansa»

no en el hecho de acabar conviniéndose en lujuria y en explotación sexual, sino en la terrible presión para negar el gozo, el afecto y el amor que a menudo brotan a partir de comienzos indignos.

El enfoque global de Genovese gira en torno a la cuestión del patemalismo. Según este autor, los esclavos aceptaban, en mayor o menor medida, la postura paternalista de sus amos y éstos se veían obligados por su patemalismo a admitir las demandas de aquellos  ver reconocida su humanidad. Sin embargo, dado que a los ojos de los amos la humanidad de los esclavos era, en el mejor de los casos, infantil, no resulta sorpren-dente que Genovese creyera que había descubierto el germen de dicha humanidad en el mestizaje. Él no consigue aprehender que difícilmente podía existir una base para sentir ,.gozo, afecto \’ amor» mientras los hombres blancos. en virtud de su posición económica, tuvieran un acceso ilimitado al cuerpo de las mujeres negras. Los blancos accedían a los cuerpos de las mujeres negras corno opresores, en el caso de aquellos que no eran propietarios de esclavos, corno agentes de dominación. Genovese haría bien en leer Corregidora, de Gayl lones, una novela escrita recientemente por una joven negra que contiene una crónica de los intentos de varias generaciones de mujeres por «pre-servar el testimonio» de los crímenes sexuales cometidos durante la esclavitud.

Franklin Frazier creyó que había descubierto en el mestizaje el logro cultural más importante de las personas negras durante el periodo de la esclavitud:

El hecho de que, mientras que el amo vivía en su mansión, su amante de color estuviera en una casa cercana especial para ella representaba el triunfo final de un rito social ante la existencia de los más profundos sentimientos de solidaridad entre seres humanos.

Sin embargo, al mismo tiempo, él no podía ignorar, íntegramente, a las numerosas mujeres que no se sometieron sin luchar:

El hecho de que en ocasiones fuera necesario el empleo de la fuerza física para asegurar la sumisión de la mujer negra [… ] se encuentra corroborado por los testimonios históricos y se ha conservado en la tradición de las familias negras

Este mismo autor cita la historia de una mujer cuya bisabuela siempre describía con entusiasmo las batallas que le habían causado sus numerosas cicatrices. Pero había una cicatriz que enconada mente se resistía a explicar, y siempre que se le preguntuba por ella contestaba: «Los hombres blancos son tan malos como el demonio, niños: manteneos alejados de ellos. Finalmente el misterio se resolvió después de su muerte:

 

Aquella cicatriz se la había causado el hijo más joven de su amo, un chico de unos dieciocho años, en la época en la que ella concibió a su hija, mi abuela Ellen .

Las agresiones sexuales cometidas contra las mujeres negras indignaban especialmente a las mujeres blancas que participaban en el movimiento abolicionista. Frecuentemente, cuando las activistas de las sociedades femeninas antiesclavistas apelaban a las mujeres blancas a defender a sus hermanas negras, relataban historias de violaciolnes brutales. Aunque estas mujeres hicieron contribuciones inestimables a la campaña contra la esclavitud, en muchas ocasiones no conseguían captar la complejidad de la condición de las esclavas. Efectivamente, las negras eran mujeres, pero sus experiencias durante la esclavitud -el duro trabajo junto a sus compañeros varones, la igualdad dentro de la familia, la resistencia, los azotes y la violación- las habían alentado a desarrollar ciertos rasgos personales que las diferenciaban de la mayoría de las blancas.

La cabaña del tío Tom fue una de las obras más populares de la literatura abolicionista y atrajo a un gran número de personas a la causa antiesclavista. En una ocasión, Abraham Lincoln se refirió, de manera informal, a Stowe como la mujer que inició la guerra civil. Pero la enorme influencia que tuvo su libro no puede compensar su absoluta distorsión de la vida bajo la esclavitud. El personaje femenino principal es una parodia de la mujer negra en la que la autora realiza una transposición ingenua, desde la sociedad blanca a la comunidad de esclavos, de la figura materna elogiada por la propaganda cultural de la época. Eliza es la feminidad blanca encamada, pero en un rostro negro o, más exactamente, en un rostro casiblanco, ya que ella es una «cuarterona.

Tal vez esto pudo deberse a las esperanzas de Stowe en que las lectoras blancas de su novela se descubrieran a sí mismas en Eliza. Podrían admirar su elevada moralidad cris-tiana, sus firmes instintos maternales, su delicadeza y su fragilidad porque éstas eran, exactamente, las cualidades que se les estaba enseñando a cultivar en ellas mismas. Del mismo modo en que su blancura le permitía a Eliza convertirse en el arquetipo -de la maternidad, su marido, George, cuyos ancestros eran también predominantemente blancos, se acerca más que ningún otro hombre negro de los que aparecen en el libro a ser un «hombre .. en el sentido machista ortodoxo del término. A diferencia del Tío Tom, doméstico, obediente e infantil, George es ambicioso, inteligente, culto y, lo que es más importante, detesta la esclavitud con una pasión incontenible. Cuando en las primeras páginas del libro George decide huir a Canadá, Eliza, la pura y sobreprotegida criada doméstica, se asusta terriblemente por este odio exacerbado hacia la esclavitud:

Eliza tembló y calló. Nunca antes había visco a su marido de un talante parecido, y su sentido de la ética pareció doblarse como un junco ante la fuerza de su pasión

Prácticamente, Eliza no es consciente de las injusticias de la esclavitud en general. Su docilidad femenina hace que se doblegue a su destino de esclava y a la voluntad de sus buenos y amables amos. Solamente cuando su status materno se ve amenazado, encuentra la fuerza suficiente para levantarse y luchar. Al igual que la madre que des-cubre que puede levantar un automóvil si su hijo está atrapado debajo, Eliza experimenta una sobrecarga de fuerza materna cuando escucha que van a vender a su hijo. Los problemas financieros de su «generoso» amo le obligan a vender al Tío Tom y al hijo de Eliza, Harry, por supuesto, no sin antes haber escuchado las compasivas y maternales súplicas de su esposa. Eliza coge a Harry e, instintivamente, se escapa, ya que «más fuer-te que todo lo demás, era el amor maternal, elevado a un paroxismo de frenesí por la proximidad de un peligro terribe. El coraje materno de Eliza es deslumbrante. Cuan-do en el curso de su fuga llega a un infranqueable río de aguas deshelándose, con el cazador de esclavos pisándole los talones, esconde a Harry y:

[… J armada de esa fortaleza que Dios dispensa sólo a los desesperados, con un grito salvaje y un salto descomunal, pasó por encima de la corriente turbulenta para alcanzar la placa de hielo [… J. Gritando alocada con una energía desesperada, saltó a otra placa y a otra; tropezando, brincando, resbalando, levantándose de nuevo! Sus zapatos han desaparecido, las medias ya no están, huellas de sangre marcan cada paso; pero no vio ni sintió nada hasta que, borrosamente, como en un sueño, vio la orilla de Ohio y a un hombre que la ayudaba a subir por el barranco.

A Srowe no le inquietaba mucho la inverosimilitud de la melodramática hazaña de Eliza. Sin embargo, el problema estriba en que, al aceptar plenamente el culto decimonónico a la madre, ella fracasa completamente a la hora de recoger aquello que había de real y de verdad en la resistencia de las mujeres negras a la esclavitud. Han sido documentados innumerables actos de heroísmo llevados a cabo por esclavas. Estas mujeres, a diferencia de Eliza, se vieron forzadas a defender a sus hijos porque sentían un aborrecimiento feroz a la esclavitud. El origen de su fuerza no yacía en una especie de poder místico aparejado a la maternidad, sino, por el contrario, en sus experiencias concretas como esclavas. Algunas, como Margaret Garner, llegaron hasta el extremo de matar a sus propios hijos antes de presenciar su paso a la madurez bajo las brutales circunstancias de la esclavitud. Por último, Eliza es bastante indiferente a la inhumanidad que caracterizaba a todo el sistema esclavista. Probablemente, si ella no hubiera estado amenazada por la venta de su hijo, hubiera vivido feliz para siempre bajo la tutela caritativa de su amo y de su ama.

Ciertamente, las Elizas, si es que efectivamente existieron, fueron anomalías dentro de la gran mayoría de mujeres negras. Y, en todo caso, no representaban las experiencias acumuladas por todas aquellas mujeres que trabajaron arduamente bajo el látigo de sus amos, que se ocuparon de sus familias y las protegieron, que lucharon contra la esclavitud y que fueron golpeadas y violadas pero nunca sometidas. Fueron estas mujeres las que transmitieron a sus descendientes femeninos nominalmente libres un legado de duro trabajo de perseverancia y de confianza en sí mismas, un legado de tesón, de resistencia y de iistencia en la igualdad sexual, en definitiva, un legado donde se enuncian los modelos para una nueva feminidad.

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